El Magazín Cultural

Una librería en Guatemala

No solo se conoce a las ciudades por medio de los libros, sino también en sus librerías; más aun si estas son pocas porque, de tantos problemas, la falta de lectura es el único que no mata... al menos no al instante.

JULIANA MUÑOZ TORO
01 de febrero de 2019 - 02:00 a. m.
El escritor guatemalteco Eduardo Halfon recibió el año pasado el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias. / EFE
El escritor guatemalteco Eduardo Halfon recibió el año pasado el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias. / EFE

Ese me pareció el caso en Ciudad de Guatemala, donde una antigua cifra del Consejo de Lectura de Guatemala aseguró que solo una de cada cien personas lee por placer, donde lo primero que te dicen desde antes de llegar es que tengas cuidado, que la calle es peligrosa.

Ojalá alguien mencionara esos oasis que son las librerías, aunque sean pocas. Fue ahí donde dejé de mirar con desconfianza, soltar la mochila, conversar un café, tener una visión del Nobel Miguel Ángel Asturias y, en mi ignorancia lectora, escuchar por primera vez algunos nombres que en adelante invocaré cuando me sienta vacía: Vania Vargas, Eduardo Halfón, Carolina Escobar Sarti, Rodrigo Rey Rosa y más.

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De aquellos paraísos de Babel quiero mencionar uno en particular: Sophos, que no solo tiene la quijotesca tarea desde hace veinte años de ser una librería, sino también la de ser una editorial. Su lema invita a seguir: “Abrimos ventanas, acercamos mundos”. Adentro, los anaqueles forman como un bosque de libros y, al fondo, hay un claro dedicado solo a la literatura juvenil. De las librerías que visité, esta fue la única con una columna completa dedicada a la poesía de autores de Guatemala y con un local aparte con libros para niños, con esa consciencia de que cada lector merece su espacio, el espacio para encontrar el título que no sabe que busca.

Es cierta esa frase de que son los libros los que nos buscan a nosotros. A mí me encontró Cuarenta noches, curiosamente editado por Sophos, y en el que la escritora guatemalteca Vania Vargas relata cuarenta sueños, o cuentos, o poemas. Adjunto venía un set de postales ilustradas por Alba Marina Escalón, quien volvió a soñar esas noches ya no en palabras sino en tinta china para volverlas tangibles y estudiar su forma. Otro libro objeto que espero alguna vez ver en Colombia es Pan y cerveza, una novela de Eduardo Halfón sobre la vida de Carlos Valenti, “el más grande pintor de Guatemala”, con láminas ilustradas y sobre “los ángeles y demonios que habitan al creador”.

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¿Para qué hablar de libros y lugares que no están cerca? Por aquello que nos quieren decir, aunque no reconozcamos lo mucho que nuestros países se parecen. Las librerías son espacios de cambio, de creación de procesos culturales. Son muchas veces la primera casa y no la segunda. Allí están las letras suficientes para demostrar que otros mundos son posibles, que iluminan aun cuando todas las ventanas están cerradas. 

Por JULIANA MUÑOZ TORO

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