Ahora ha llegado el momento de darle la vuelta a este problema y decir en voz alta no lo que ellos hicieron con él, sino lo que él hizo con ellos.
Después de todo un océano de suciedad, traición, mentiras e indiferencia de los amigos, de las tonterías de los partidarios y los no partidarios de Poletika (1), de los familiares de los Strogonov, de los idiotas oficiales de caballería de la guardia zarista que hicieron de la dantesca historia une affaire de régimen [un problema de honra del regimiento], de los salones hipócritas de Nesselrod, y otros de la excelentísima corte, que miraban por los ojos de todas las cerraduras, de los grandes consejeros secretos, miembros del Consejo Estatal, quienes, sin ninguna vergüenza, ordenaron vigilancia policial secreta al genial poeta, resulta triunfal y maravilloso ver cómo ese engreído, desalmado (“cerdo” como decía el mismo Alexandr Serguéievich) y, por supuesto, iletrado de Petersburgo, se transformó en testigo de aquello, y al escuchar la fatal noticia, miles de personas se lanzaron a la casa del poeta y se quedaron allí para siempre, junto a toda Rusia.
Il fant que j´arrange ma maison [Tengo que ordenar mi casa], dijo Pushkin moribundo.
A los dos días, su casa era sagrada para la Patria, y el mundo no ha visto una victoria más plena y radiante que aquella.
Toda una época, no sin ruido, por supuesto, poco a poco ha sido llamada pushkiniana.
Todas las beldades, damas de honor, dueñas de salones, damas de oficiales, altos miembros de la corte, ministros, generales en jefe y no en jefe, progresivamente comenzaron a llamarse contemporáneos de Pushkin, para luego simplemente quedarse sepultado en los ficheros e índices onomásticos (con sus fechas de nacimiento y muerte alteradas) de las ediciones de los libros del poeta.
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Dicen: “La época de Pushkin”, “el Petersburgo de Pushkin”. Y esto no tiene relación directa con la literatura, eso es otra cosa.
En las salas de los palacios, donde ellos bailaron y chismearon sobre el poeta, están colgados sus retratos, se conservan sus libros, mientras las sombras lastimeras de ellos han sido expulsadas de allí para siempre. Sobre aquellos suntuosos palacios y mansiones dicen: “Aquí estuvo Pushkin”, o “Aquí no estuvo Pushkin”. Lo demás no interesa a nadie. Su Majestad, el emperador Nikolái Pávlovich, se pavoneaba ante la fachada del Museo Pushkin, vestido con blancas pieles de alce; manuscritos, diarios y cartas comienzan a valorarse si aparece la palabra mágica “Pushkin”, y lo más terrible para ellos es que pudieran haber oído del poeta:
No respondáis por mí,
podéis dormir en paz por ahora.
La fuerza es derecho y sólo vuestros hijos
por mi os maldecirán.
Inútilmente la gente piensa que decenas de monumentos hechos a mano pueden sustituir al único aere perennius.
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26 de mayo de 1961
Komarovo
Traducción directa del ruso: Belén Ojeda
"Algo acerca de mí". Sin ciudad. Bid & Co. Editor. 2009. Págs. 57-58.