El Magazín Cultural

Vicenta Siosi: la tierra en las venas

"Esa horrible costumbre de alejarme de ti", el primer cuento publicado por Siosi, impactó la conciencia de los lectores por la manera en que iba revelando el forzado y luego acostumbrado alejamiento al que se ve sometido el wayuu contemporáneo, quien al migrar a la ciudad suele quedar en un extraño y abismal limbo entre mundos.

CAMILA bUILES
29 de marzo de 2019 - 10:14 p. m.
La escritora Vicenta Siosi. / Cortesía
La escritora Vicenta Siosi. / Cortesía

La escritura de Vicenta Siosi es lenta. Supone un espacio distinto, como si las letras fueran las que lo leyeran a uno y no al contrario. Cuando Siosi escribe, casi siempre llueve. Una lluvia antigua que ha visto caer desde que era una niña en Pancho, una aldea de casas de barro en el medio de La Guajira. Ella pertenece por vía materna al clan Apshana y su tradición familiar la emparenta —al mismo tiempo— generaciones atrás con un italiano y una wayuu. Por eso comenzó a escribir: porque por sus venas la sangre se mezcla con la tradición de un pueblo antiguo y las gentes de otros mares y de otras tierras. El cuento que salió de esa combinación genética y al mismo tiempo muestra el desarraigo de las adolescentes wayuus y su éxodo a la ciudad fue El honroso vericueto de mi linaje (1993), su segundo cuento, que está poblado por los antepasados y con el trasfondo de breves episodios, como la llegada de los Capuchinos, del tío que se fue a la guerra y de la angustia que sobrevenía después de la inundación de Pancho.

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En 1992, un año antes de la rebelión que significó ese cuento, Vicenta Siosi fue la primera escritora mujer en ser publicada en Woummainpa, una serie de cuadernillos wayuus donde sólo habían escrito los hombres, los de siempre. Esa horrible costumbre de alejarme de ti, el primer cuento publicado por Siosi, impactó la conciencia de los lectores por la manera en que iba revelando el forzado y luego acostumbrado alejamiento al que se ve sometido el wayuu contemporáneo, quien al migrar a la ciudad suele quedar en un extraño y abismal limbo entre mundos, como bien lo supo anticipar Miguel Ángel Jusayú en el cuento Ni era vaca ni era caballo.

“La casa donde llegué era grande, con sillas altas; sentada en el sofá, mis pies no alcanzaban a tocar el suelo. Sentí un mareo cuando miré el mar por la ventana. Desde ese día, lo tuve siempre frente a mí. Los días aquí no me gustan. Ya no llevo la manta, la señora me dio otra ropa y guardó los collares en el jarrón blanco que está sobre la vitrina de la cocina. Aún espero a mamá; cuando me dejó, dijo que volvería pronto y que no llorara. Me engañó, volvieron las lluvias y no viene a buscarme. ‘Indiecita’, me llaman, sin saber que soy princesa y mi papá el cacique de la ranchería”.

Pero el relato que habría de darle reconocimiento nacional fue La señora Iguana, reconocido en el 2000 con el Premio Nacional de Literatura Infantil Comfamiliar del Atlántico. Esas letras contenían su cosmogonía, la arena de su aldea, la inverosímil realidad de la etnia, los rastros de sus ancestros y las acciones cotidianas que terminan convertidas en leyendas. La narración describe una granja a un lado del río, su madre y decenas de árboles que todos los días recibían baldados de agua en sus raíces.

El cuento fue un reflejo casi fiel de la realidad. Era cierto que por los árboles deambulaban iguanas de diverso tamaño mientras Vicenta las contemplaba desde un chinchorro amarrado en los extremos del quiosco. Era verdad que su mamá odiaba las iguanas. Y tampoco había duda de que el día en que la iguana cayó a tierra sopló un viento del sur, salado y pegajoso.

“La señora Josefa te pide perdón por causarte tanto dolor y te invita para que vivas en su patio. La señora Iguana se puso contenta y emprendió el camino a la granja. Cuando llegó a la entrada encontró un aviso grandote que decía: ‘PROHIBIDO MATAR IGUANAS’”.

Vicenta Siosi conoce bien los avatares del wayuu que migra a la gran ciudad. Ese universo hostil y monstruoso que se traga todo y no escupe nada. Estudió comunicación social en la Universidad de la Sabana y luego planificación del desarrollo regional en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Desde entonces ha trabajado como corresponsal, jefa de prensa de la Gobernación de La Guajira, libretista, profesora universitaria y documentalista para televisión.

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Apenas en el 2002 Siosi pudo ver reunidos sus cuentos en un libro: El dulce corazón de los piel cobriza, que incluye cuentos como No he vuelto a escuchar los pájaros del mundo y Milagro, milagro. Esa publicación pudo ser realidad gracias al apoyo del Fondo Mixto de La Guajira y a un préstamo que la escritora se atrevió a sacar para promover su propia obra.

Siosi dice que está trabajando en una novela, que revisa y corrige hasta la saciedad. Pero, como su pueblo, prefiere el silencio, la soledad y un anonimato férreo. Y aunque vivió en Bogotá y viajó por varios países, se queda en Pancho. Esa mujer, que debió llamarse Vicenta Apshana, pues el apellido que se hereda entre los wayuus es el de la madre, sólo dice: “Yo soy wayuu hasta que me muera y cuando muera me enterrarán en Pancho”.

Por CAMILA bUILES

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