Los intocables
Santiago José Castro Agudelo*
Bogotá amaneció sitiada el lunes. Concentraciones y movilizaciones de diferentes sectores hicieron el transporte imposible para miles de personas que tuvieron que regresar a sus casas, sin poder entrar a la ciudad capital. Algunos tuvieron que sufrir agresiones por parte de sus “compañeros” por no sumarse a la protesta. Hubo piedra, pinchada de llantas y varios madrazos. Uno de los líderes de las “manifestaciones” dejó su voz en audios amenazantes que en cualquier otro país lo tendrían ya detenido, no aquí. En Colombia ya hizo carrera la historia de los intocables. Los hay en sectores populares y los hay, por supuesto, en las altas esferas.
Veamos: el Contralor General de la República y el Procurador General de la Nación anuncian cada cierto tiempo un dato impactante sobre cuánto le cuesta a Colombia la corrupción. Las cifras han llegado a estar por encima de $30 billones al año. Un escándalo que daría para que la sociedad se movilizara. No pasa nada porque los beneficiarios, quienes se encargan de sostener ese entramado de corruptelas, ese régimen amorfo pero eficiente a sus oscuros propósitos, la tienen clara: repartir algunas migajas entre los intocables de abajo y listo.
Esa, estimado lector, esa es la coalición de gobierno más fuerte que ha tenido este país. Controla sectores clave en el Congreso, una parte importante de la Rama Judicial, ha penetrado las Fuerzas Armadas y de Policía y el Poder Ejecutivo. Desde mordidas para darle viabilidad a proyectos de infraestructura, pasando por costosos relojes a algunos magistrados, aviones privados para dirigentes políticos y finos obsequios para generales de la República; hasta tejas, cemento, becas y dinero en efectivo para los “líderes” que mueven la maquinaria y los votos.
Arriba y abajo, intocables. Quien pone un machete al cuello de un soldado y lo amenaza de muerte: intocable. Quien manipula una licitación o abre una invitación para propuestas en los diferentes portales y solo la comunica a sus amigas para que apliquen: intocable. Quienes participan en un consejo de ministros para aprobar un Conpes, que claramente benefició negocios de sus familias: intocables. Quien no se presenta a votar en una sesión de un cuerpo colegiado hasta que no le den lo que pide a cambio: intocable.
Lo grave, lo verdaderamente triste del asunto es que quienes están en el medio, quienes trabajan todos los días de sol a sol, pagan sus deudas a tiempo, hacen de tripas corazón para siempre estar al día con los servicios públicos y evitar la suspensión, estudian todo lo que pueden y extienden sus horarios de trabajo si les toca, son quienes pagan siempre los platos rotos. Ulrich Beck, reconocido sociólogo alemán, hablaba de la privatización de las ganancias y la socialización de las pérdidas. Allí están unidos, fundidos, inseparables, los más grandes y sus beneficiaros en la base de la pirámide. El oligopolio y sus secuaces: los intocables.
Cuando se anuncia llegada de nuevos competidores cunde el pánico y espalda con espalda se defienden a piedra y palo si les toca. Nuevas plataformas que benefician al ciudadano y rompen el oligopolio: paralización del transporte. Empresas internacionales con amplia experiencia en infraestructura y tecnología de punta: nacionalismo exacerbado y “el imperialismo llega”. Concursos para garantizar que la calidad docente sea la mejor: “violación de los derechos adquiridos”. Propuesta de salario mínimo diferencial para promover la formalización y generación de puestos de trabajo en regiones periféricas: “paro nacional de los trabajadores”. Soldado que dispara su arma para evitar morir a machetazos: “clara violación a los Derechos Humanos”.
Usted o yo nos pasamos un semáforo en rojo y pagamos la multa, reaccionamos contra un asaltante y terminamos pagando lesiones personales, ponemos una denuncia y recibimos amenazas por parte de la pandilla del denunciado, iniciamos un trámite engorroso y nos dicen “se les puede colaborar y no les sale muy costoso” o “busque un padrino que le mueva el tema”. Sencillo: no somos intocables, somos ciudadanos y ciudadanas de un Estado que se alega Constitucional y de Derecho.
PD: en reciente columna expuse mi opinión sobre lo que está pasando en la educación superior y la agresión a universidades privadas populares. Con cariño varios amigos me han sugerido no insistir y evitarme problemas. Pregunto: ¿estamos en la Unión Soviética?
* Rector de la Universidad La Gran Colombia
Bogotá amaneció sitiada el lunes. Concentraciones y movilizaciones de diferentes sectores hicieron el transporte imposible para miles de personas que tuvieron que regresar a sus casas, sin poder entrar a la ciudad capital. Algunos tuvieron que sufrir agresiones por parte de sus “compañeros” por no sumarse a la protesta. Hubo piedra, pinchada de llantas y varios madrazos. Uno de los líderes de las “manifestaciones” dejó su voz en audios amenazantes que en cualquier otro país lo tendrían ya detenido, no aquí. En Colombia ya hizo carrera la historia de los intocables. Los hay en sectores populares y los hay, por supuesto, en las altas esferas.
Veamos: el Contralor General de la República y el Procurador General de la Nación anuncian cada cierto tiempo un dato impactante sobre cuánto le cuesta a Colombia la corrupción. Las cifras han llegado a estar por encima de $30 billones al año. Un escándalo que daría para que la sociedad se movilizara. No pasa nada porque los beneficiarios, quienes se encargan de sostener ese entramado de corruptelas, ese régimen amorfo pero eficiente a sus oscuros propósitos, la tienen clara: repartir algunas migajas entre los intocables de abajo y listo.
Esa, estimado lector, esa es la coalición de gobierno más fuerte que ha tenido este país. Controla sectores clave en el Congreso, una parte importante de la Rama Judicial, ha penetrado las Fuerzas Armadas y de Policía y el Poder Ejecutivo. Desde mordidas para darle viabilidad a proyectos de infraestructura, pasando por costosos relojes a algunos magistrados, aviones privados para dirigentes políticos y finos obsequios para generales de la República; hasta tejas, cemento, becas y dinero en efectivo para los “líderes” que mueven la maquinaria y los votos.
Arriba y abajo, intocables. Quien pone un machete al cuello de un soldado y lo amenaza de muerte: intocable. Quien manipula una licitación o abre una invitación para propuestas en los diferentes portales y solo la comunica a sus amigas para que apliquen: intocable. Quienes participan en un consejo de ministros para aprobar un Conpes, que claramente benefició negocios de sus familias: intocables. Quien no se presenta a votar en una sesión de un cuerpo colegiado hasta que no le den lo que pide a cambio: intocable.
Lo grave, lo verdaderamente triste del asunto es que quienes están en el medio, quienes trabajan todos los días de sol a sol, pagan sus deudas a tiempo, hacen de tripas corazón para siempre estar al día con los servicios públicos y evitar la suspensión, estudian todo lo que pueden y extienden sus horarios de trabajo si les toca, son quienes pagan siempre los platos rotos. Ulrich Beck, reconocido sociólogo alemán, hablaba de la privatización de las ganancias y la socialización de las pérdidas. Allí están unidos, fundidos, inseparables, los más grandes y sus beneficiaros en la base de la pirámide. El oligopolio y sus secuaces: los intocables.
Cuando se anuncia llegada de nuevos competidores cunde el pánico y espalda con espalda se defienden a piedra y palo si les toca. Nuevas plataformas que benefician al ciudadano y rompen el oligopolio: paralización del transporte. Empresas internacionales con amplia experiencia en infraestructura y tecnología de punta: nacionalismo exacerbado y “el imperialismo llega”. Concursos para garantizar que la calidad docente sea la mejor: “violación de los derechos adquiridos”. Propuesta de salario mínimo diferencial para promover la formalización y generación de puestos de trabajo en regiones periféricas: “paro nacional de los trabajadores”. Soldado que dispara su arma para evitar morir a machetazos: “clara violación a los Derechos Humanos”.
Usted o yo nos pasamos un semáforo en rojo y pagamos la multa, reaccionamos contra un asaltante y terminamos pagando lesiones personales, ponemos una denuncia y recibimos amenazas por parte de la pandilla del denunciado, iniciamos un trámite engorroso y nos dicen “se les puede colaborar y no les sale muy costoso” o “busque un padrino que le mueva el tema”. Sencillo: no somos intocables, somos ciudadanos y ciudadanas de un Estado que se alega Constitucional y de Derecho.
PD: en reciente columna expuse mi opinión sobre lo que está pasando en la educación superior y la agresión a universidades privadas populares. Con cariño varios amigos me han sugerido no insistir y evitarme problemas. Pregunto: ¿estamos en la Unión Soviética?
* Rector de la Universidad La Gran Colombia