Carlos Gaviria, la memoria de un colombiano ilustre

La condición de libertad que alcanzó Carlos Gaviria Díaz en su paso por la vida lo hizo visionario. Fueron 77 años de esfuerzo permanente por exaltar derechos donde pasó sus días.

Jorge Cardona Alzate
07 de abril de 2015 - 02:03 a. m.
Archivo - El Espectador / Durante su campaña a la Presidencia de la República.
Archivo - El Espectador / Durante su campaña a la Presidencia de la República.

En la cátedra, en la magistratura, en la política, un libre pensador que se midió a los aguijones del debate sin afectar su independencia incluso entre afines. Un hombre que demostró en todos los escenarios que lo suyo fue siempre disentir desde la razón y el juego limpio.

Nacido en Sopetrán (Antioquia) en mayo de 1937, hijo de una profesora y un periodista y bohemio consumado que un día se suicidó en Roldanillo (Valle), Carlos Gaviria se crió entre sus abuelos que lo iniciaron en el mundo de los libros. Al concluir estudios en el colegio de la Pontificia Bolivariana con elogios, pues fue declarado el mejor bachiller de su departamento, se matriculó en la Universidad de Antioquia a estudiar Derecho y Ciencias Políticas.

Fueron tiempos de transición entre Rojas Pinilla y el Frente Nacional bipartidista, que Gaviria transitó descubriendo en las aulas su interés por las libertades públicas. De manera simultánea, entre librerías sin índice de autores, tertulia filosófica y literaria, crítica de cine o sesiones de tango, descubrió también el humanismo en una pujante Medellín que se ufanaba de ser la eterna primavera de Colombia. En 1961 se graduó de abogado con mención honorífica.

Fue nombrado juez promiscuo del municipio de Rionegro, pero años después entendió que su destino estaba más ligado a la academia. Emprendó su largo recorrido como profesor de la Universidad de Antioquia y se especializó en derecho constitucional en la Universidad de Harvard. Entre los años 60 y 70, desde la decanatura de la facultad de Derecho o el Instituto de Ciencia Política, preservó la libertad de cátedra y alentó el difícil debate de ideas.

No fueron días únicamente de investigación y clases. Como la Nacional en Bogotá, la del Valle en Cali, o la Industrial de Santander en Bucaramanga, la Universidad de Antioquia fue un hervidero de controversia política. Muchos estudiantes vivían al límite entre la agitación o la insurgencia, los cierres y enfrentamientos con la fuerza pública fueron asunto común, pero el profesor Gaviria pudo moverse a sus anchas, incluso entre las posiciones extremas.

De esas tensiones cotidianas en un país ya cruzado por los caminos ilegales de la guerrilla, el paramilitarismo o el narcotráfico, surgió en él su única militancia, acorde con su vocación: el Comité Regional por la Defensa de los Derechos Humanos en Antioquia. Junto al médico Héctor Abad, el dirigente Pedro Luis Valencia o los catedráticos Luis Fernando Vélez y Leonardo Betancur, un colectivo para clamar por la vida cuando la violencia la despreció hasta el exceso.

En 1987, esa racha homicida tocó a las puertas del Comité de Derechos Humanos y de la Universidad de Antioquia. La protagonizó el jefe paramilitar Carlos Castaño, que por igual la extendió a estudiantes, profesores o militantes de la izquierda democrática.  El jueves 13 de agosto, el Comité encabezó la Marcha de los claveles rojos para protestar contra la ola de asesinatos. La respuesta tuvo el sello habitual de los propagadores de la guerra sucia.

El viernes 14, cinco sujetos disfrazados de policías asesinaron en su casa al senador de la Unión Patriótica y profesor de la Universidad de Antioquia, Pedro Luis Valencia. El martes 25, los sicarios regresaron y dieron muerte a Luis Felipe Vélez Herrera. Ese mismo día, al caer la tarde, cuando llegaban a la velación de su amigo, cayeron acribillados los médicos y catedráticos Héctor Abad Gómez y Leonardo Betancur. Todos alentaban al Comité de Derechos Humanos.

Al menos 5.000 personas acudieron al cementerio Campos de Paz para dar último adiós a los líderes antioqueños. El vicepresidente del Comité, Carlos Gaviria, tomó la palabra para exaltar la valentía de sus amigos, y recordando las horas difíciles que enlutaron a España en los tiempos de su guerra civil, exclamó: “Los asesinos lo apostrofaron con la expresión bárbara de Millán Astrai que ensombreció un día a Salamanca: Viva la muerte, abajo la inteligencia”.

A la semana siguiente, tanto él como varios de sus colegas se vieron conminados a emprender la ruta del exilio. Dos años después regresó a su escenario natural: la Universidad de Antioquia, donde alcanzó la vicerrectoría. En medio de la crisis vigente, Colombia adoptó el camino de la Asamblea Nacional Constituyente, y Carlos Gaviria ofició como entusiasta promotor de este escenario democrático. Reformada la Carta en 1991, le llegó el momento de un destino mayor.

Postulado por el liberalismo, en 1993 llegó a la Corte Constitucional y fueron ocho años que dejaron memoria de cómo se defiende y proyecta una Carta Política. Fue un alto tribunal que hizo historia y con magistrados de la talla de Fabio Morón, Eduardo Cifuentes, José Gregorio Hernández o Alejandro Martínez Caballero, el catedrático Carlos Gaviria fue ponente de trascendentales decisiones para defender su causa de siempre: los derechos humanos.

La sentencia que hizo posible la despenalización del porte y consumo de dosis mínima de droga, la que abrió el camino a la defensa de la eutanasia como derecho de los pacientes terminales, y otras cuantas más para proteger a las minorías ante rígidos sistemas institucionales, tuvieron como gestor al abogado antioqueño. Fue tan destacado su rol como guardián de la Constitución de 1991, que cuando dejó la Corte en 2001 ya lo esperaban nuevos retos democráticos.

En una convergencia de líderes por fuera de los partidos tradicionales denominada Frente Social y Político, integró una lista al Senado de la República y alcanzó la quinta votación con 116.067 votos. Entonces Colombia entera supo del liderazgo y las sólidas argumentaciones de un legislador extraordinario. Fueron momentos en los que el gobierno de Álvaro Uribe ejercía la aplanadora en el Congreso y el senador Gaviria supo enfrentarlo con atinado criterio.

Memorables fueron aquellas jornadas en las que el entonces ministro del Interior, Fernando Londoño, encaraba al Senado con elocuente y documentado discurso, hasta que el senador Carlos Gaviria Díaz lo confrontó en el terreno intelectual sin estridencias ni sofismas. Cuando Uribe y sus mayorías en el Congreso le dieron forma al acto legislativo que permitió la reelección presidencial inmediata, su voz se alzó visionaria para advertir lo que le esperaba a Colombia.

Como estaba pronosticado, en 2006 Uribe pasó de largo, pero su opositor en la contienda presidencial fue realmente Carlos Gaviria. Al punto de que como candidato del Polo Democrático Alternativo, con  fórmula vicepresidencial de la periodista Patricia Lara, alcanzó 2.613.157 votos, equivalentes al 22.02%. Incluso obtuvo una votación mayor que dos colosos de la política: Horacio Serpa, del Partido Liberal, y Antanas Mockus, de la Alianza Social Indígena.

En esas condiciones, Carlos Gaviria se convirtió en el vocero natural de la oposición al segundo mandato de Uribe. Cuando los escándalos de la parapolítica, la yidispolítica, los falsos positivos o las chuzadas del DAS eran el pan de cada día en la controversia pública, el excandidato presidencial, sin revanchismos ni beligerancia oratoria, siempre desde su talante de catedrático y humanista, mantuvo su postura contra lo que se dio a llamar el Estado de opinión.

En las elecciones de 2010 perdió la nominación del Polo Democrático Alternativo con el hoy alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, y lo recibió como una decisión importante para Colombia. Por eso contribuyó decididamente a que las ideas de su colectividad fueron acogidas en una contienda electoral marcada por la expectativa de si Uribe podía o no aspirar a un tercer mandato. Al final el presidente fue Juan Manuel Santos y Gaviria siguió siendo un referente político.

Sin embargo, sobrevino la crisis al interior del Polo Democrático, su división interna, el costo político del escándalo del carrusel de la contratación en Bogotá protagonizado por los hermanos Iván y Samuel Moreno y, en medio de los debates políticos y judiciales, su liderazgo para reclamar a unos y otros. En los últimos tiempos, junto a su esposa y cuatro hijos, mantuvo su territorio de privacidad, sin renunciar a un ascendente ganado entre los colombianos. 

Al caer la noche de este miércoles 31 de marzo trascendió la noticia de su deceso.  Desde ese mismo momento, tanto sus seguidores como sus críticos han reconocido que se apaga la voz de un personaje admirable. A partir de ahora, Carlos Gaviria Díaz es un nombre ilustre en la memoria de Colombia.  El catedrático, el magistrado, el candidato presidencial, el defensor de derechos humanos que no tuvo distingos entre su pensamiento y su obra. 

Por Jorge Cardona Alzate

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