“Chuzadas” de los militares: algunos no confían ni en el presidente

A propósito del escándalo en la inteligencia militar: ¿estamos ante una vergonzosa acción represiva?

Andrés Dávila*
21 de mayo de 2020 - 03:00 a. m.
El Congreso de la República les ha puesto el ojo a los perfilamientos que se han hecho desde el Ejército a líderes sociales, opositores y periodistas.  / Getty Images
El Congreso de la República les ha puesto el ojo a los perfilamientos que se han hecho desde el Ejército a líderes sociales, opositores y periodistas. / Getty Images

La mala hora de Uribe y del uribismo - ELESPECTADOR.COM

En medio de la coyuntura aparece un nuevo escándalo del Ejército Nacional. Ni la pandemia, ni la caída del sistema económico mundial, ni las intrépidas acciones del fiscal, el procurador y el contralor, Los Three Amigos, lograron acallar los titulares sobre el espionaje de la inteligencia militar.

La inteligencia militar llevó a cabo cerca de 130 perfilamientos: carpetas en donde se muestran seguimientos a periodistas, defensores de derechos humanos y organizaciones políticas, políticos opositores y, ¡oh sorpresa!, funcionarios cercanos al presidente. La cifra y la dispersión de los objetivos exhiben el despropósito del asunto.

¿Qué es lo que está pasando en el Ejército?, ¿cuál es la relación entre el Ejército y el sistema político?, y ¿qué es lo que está pasando en la comunidad de inteligencia?

El Ejército Nacional: contexto y coyuntura

El Ejército se profesionalizó y modernizó tardíamente, aislándose de las tensiones político-partidistas gracias al Frente Nacional. Casi cien años después de su creación, crecía y se capacitaba para vencer a sus enemigos, pero después se convertiría en una herramienta de las disputas políticas.

El Ejército sufrió humillaciones y derrotas entre 1996 y 1998. Por eso quiso recuperarse, pero tuvo que tragarse los sapos de La Uribe, del Caguán y de negociaciones que no compartía. Al final entendió que el Plan Colombia y lo que le proponían le hacían bien. Aceptó la profesionalización y modernización, al costo de trabajar con las otras fuerzas militares y con la Policía.

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Entonces ganó Uribe en 2002. Y, para bien y para mal, por fin un presidente se sintonizaba con los presupuestos del Ejército, pero rompía el conducto regular e imponía reglas non sanctas a través de sus comandantes. No todos los miembros del Ejército apoyaron a Uribe, y no pocos acabaron por pedir la baja en desacuerdo con la forma como se manoseaba a oficiales, suboficiales y soldados.

Después llegó Juan Manuel Santos como ministro de Defensa, y estuvo tres años que resultaron claves para torcer el destino de las Farc. Santos conocía el medio militar y fue generando adeptos y relegando a los contrarios. El resultado de estos ires y venires fue profundizar una división histórica, ampliada con las negociaciones de La Habana.

Pero la cuestión no es tan sencilla: las facciones dentro de la alta oficialidad no se reducen a dos. Santos tardó casi cuatro años en encontrar la cúpula que lo acompañaría en las negociaciones de paz. Por entonces, el Ejército vivía hondas transformaciones doctrinales y aun más profundas divisiones internas. La corrupción, los excesos, las malas prácticas o la incapacidad están presentes en una organización cercana a los 300.000 hombres.

Sobre su favorabilidad, es importante el dato de las encuestas del DANE, que deberían ser analizadas, sin perfilamientos, por el Ministerio, el Gobierno y las fuerzas, pues parecen mostrar una baja aprobación. No obstante, muchas encuestas de organismos privados reflejan una alta favorabilidad, al menos desde 1999, cuando se empezó a preguntar sistemáticamente al respecto.

Hay una división profunda en el Ejército. Esto es lo más novedoso y difícil de manejar de una situación que no está en manos de un funcionario civil. En los justificados discursos por los derechos y la democracia muchos ignoran estos asuntos. Tal vez la cuestión es endógena y difícil de resolver.

Entre 1948 y 1953 se eliminaron las policías municipales y departamentales y se dio vida a la Policía Nacional. En 1959 salió la norma que le dio orden y alcance a esta organización. ¿Requerirá el Ejército una reforma profunda? Y, ¿qué hacemos con la transformación doctrinal en curso? Ya hay un proceso en curso y dilemas amplios en lo señalado. Llamo la atención contra el voluntarismo en cualquier sentido.

Ejército y el sistema político: elementos mínimos de comprensión

Desde el Frente Nacional, la relación institucional fue la de subordinación. Una relación propia de una democracia limitada. La autonomía estaba subordinada exclusivamente al manejo del orden público. Sin embargo, en medio de dicha autonomía lograron entablar relaciones con paramilitares y narcos, e incluso participar en guerras sucias directas y secretas.

Con todo, siempre cuidaron la figura de subordinación al poder civil, mediante un entramado complejo que va del Plan de Desarrollo, pasa por la política de seguridad y defensa y culmina en demás planes, programas y proyectos. Esto ratificaba las condiciones de subordinación que incluso hoy se mantienen. Al final, el Ejército es la empresa más grande del país y hay que asegurar su funcionamiento.

No obstante, en consonancia con un sistema político fragmentado, el Ejército cayó en un juego perverso. Sin perspectiva, sin doctrina, insuflados de discursos extremistas propios de las redes y de visiones ideologizadas del mundo, se han puesto del lado del poder y de los sectores que creen que pueden obtener réditos de las “chuzadas” y los perfilamientos. Por ello, se sacan los trapitos al sol, sin prisa, pero sin pausa.

Como lo señala Sergio Guarín, se habla tanto de “la injerencia (…) de una facción política de tipo radical que opera en lógica de guerra fría y que no confía ni en el propio presidente” como de la “privatización, con propósito de lucro individual, de parte de los servicios de la inteligencia colombiana”. Una vez se profundiza, sale a la luz que no se trata de una gran conspiración represiva que usa la inteligencia militar, sino de una precaria capacidad en el tema que hace agua cada tanto: en los militares, en la Policía, en el extinto DAS y ni qué decir de los civiles.

Por tanto, no se trata de una cuestión de fortaleza antidemocrática y amenazante, sino de un caleidoscopio de vicisitudes, potenciado por la división dentro del Ejército. De estar perfilado, optaría por hacer explícitos hasta los últimos actos de la cotidianidad para colapsar “la vida de los otros”. Queda por responder qué pasa en la comunidad de inteligencia, pero los parámetros de lectura son parecidos.

* Profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Javeriana y analista de Razón Pública.

Por Andrés Dávila*

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