Se ha dicho generalmente que en los cuatros años de mandato de un gobierno, el primero es el de definir el rumbo, el segundo el de buscar consensos, el tercero el de concretar lo propuesto y el cuarto el de intentar dejar un legado en medio del juego preelectoral por su reemplazo. Es decir que para el presidente Iván Duque, este 2020 debería haber sido para los consensos y para afianzar sus promesas, más aun con el imprevisto de una pandemia que ha acentuado la crisis económica, sanitaria y social, que parece no dar respiro y contra la que todavía se lucha. Pero no fue así; al contrario, la polarización política se ha agudizado, la campaña para la sucesión en el poder se ha apresurado, pululan los precandidatos y el panorama de cara al futuro anuncia tormenta. Encima de todo, ha sido un año marcado también por una difícil situación en materia humanitaria, con asesinatos de líderes sociales y de derechos humanos, y de excombatientes de las desmovilizadas Farc, en medio de las muchas falencias en la implementación del Acuerdo de Paz y con el resurgir del paramilitarismo y la presencia de unas disidencias que atizan el conflicto.
Y es que si bien desde su posesión Duque habló de unir al país, de construir, de pasar la página de la polarización, los agravios y las ponzoñas, enfatizando incluso que no reconocía enemigos, otra realidad es la que se ha visto en materia política, comenzando por su propio partido, el Centro Democrático, enfrascado en una ardua lucha en la defensa de su máximo líder, el expresidente y exsenador Álvaro Uribe Vélez, luego de que en agosto fuera cobijado por una medida de aseguramiento por parte de la Corte Suprema de Justicia, dentro de un proceso por presuntos delitos de fraude procesal y soborno. Un hecho que sirvió para alborotar aún más el avispero e incluso para que el mismo exmandatario, tras renunciar a su curul en el Congreso y que su caso pasara a la Fiscalía, que determinó su libertad, comenzara a enarbolar la bandera del “ojo al 2022”, refiriéndose a lo que en su concepto podría ser la llegada de la izquierda al poder.
De nada han servido las pocas señales de reconciliación que han dejado dirigentes como el mismo expresidente Juan Manuel Santos, quien también en agosto les envió un mensaje a Uribe y Gustavo Petro, el líder de Colombia Humana, pidiéndoles reflexión. “Ojalá puedan reconciliarse. Si yo me reconcilié con las Farc y con Hugo Chávez, ¿cómo no podemos los colombianos, hijos de una misma nación, reconciliarnos y tratar de buscar un común denominador?”, les dijo. Antes, en junio, ya Petro había hablado de “tenderle la mano” a otras vertientes políticas, en específico al uribismo. “Le he mandado razones: ‘hermano, si somos el gobierno, no lo vamos a fregar ni a su familia ni a sus hijos (…) Uribe puede servir, pero para eso tiene que perder el poder y cambiar su mentalidad. Primero hay que quitarle el poder. Podría servir en un esfuerzo para lograr lo que hizo Japón: una reforma agraria sin violencia”.
Pero nadie quiere ceder un milímetro. Las propuestas de referendos, constituyentes y revocatorias de mandatos han estado a la orden del día. El Centro Democrático insiste en una reforma a la justicia que se lleve por delante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), entre otros puntos. El senador Roy Barreras anda recogiendo firmas para promover una revocatoria a Duque, fórmula que también intentan grupos de ciudadanos en algunas capitales, como Bogotá y Medellín, en contra de sus respectivos alcaldes. Se plantean referendos para reformar la salud, para crear una renta básica para los más vulnerables o para reducir el Congreso, donde las mayorías oficialistas se ven cómodas en su trabajo virtual. Y el debate crece en las redes sociales en medio de los insultos, que se imponen sobre los argumentos, mientras los promotores de esas cruzadas intentan pescar en el río revuelto de una campaña que, como se dijo, arrancó antes de lo previsto.
Por eso, ahora que este 2020 toca a su final, la pregunta es: ¿realmente es imposible la reconciliación y lograr consensos? Las diferencias son profundas, es claro, pero es hora de intentar abrir espacios al diálogo, al menos en aquellos puntos comunes de país. De ahí que sean necesarios liderazgos responsables con propuestas integrales, como advierte William Pérez, profesor del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad. de Antioquia, quien considera que, si bien la polarización existe en las democracias, en Colombia está mediada por el contexto de que vivimos una historia de violencia y, en ese sentido, es más arriesgado aquí que en otra parte. Para Pérez, la crispación política no puede estar ligada a la suerte o devenir de uno u otro líder, llámese Uribe, Petro, Fajardo o como sea.
La clave estaría en saber tramitar las diferencias por vías democráticas y en el liderazgo del mismo presidente Duque. “Más que un acuerdo político de país, debemos seguir fortaleciendo las instituciones para que no haya un rompimiento de estas”, asegura por su parte el analista Héctor Riveros, quien cuestiona que propuestas como la de la constituyente del uribismo lo que busque sea una venganza contra la Corte Suprema de Justicia. Ahora, el lío es que de casi 18 meses de mandato que le quedan a Duque, el último es con Ley de Garantías a bordo y con todo el país político concentrado en la lucha por sucederlo, lo que incrementa el pulso de fuerzas y la polarización política. Por estos días, los anuncios de la adquisición de vacunas contra el COVID-19 parecen haberle dado una tregua, pero el panorama de 2021 no se ve muy alentador.
Siendo así, las palabras del senador Iván Marulanda pintan el panorama: “No veo posibilidad de un acuerdo y que todos los sectores políticos trabajen juntos en un propósito. Los ánimos están crispados, hay una parte del Gobierno con incapacidad de dialogar. No oye, las mismas fuerzas políticas no se quieren entender. El Ejecutivo es el que tendría que convocar, reconciliar y construir un diálogo, permitir los consensos, pero no encontramos respuestas”. Ya las fuerzas políticas han comenzado a alinearse, aunque, hay que decirlo, en algunos sectores han crecido las diferencias. El fin de año se ha visto marcado con el desfile de dirigentes por El Ubérrimo, con un primogénito en la baraja, así diga que no, y apelando aún a la tesis de un Estado de opinión precario, según muestran recientes encuestas. En conclusión, se fue el 2020 y no hubo consensos de país.