El último vuelo internacional de Santos presidente

Tras completar 2.500 horas de vuelo en el FAC 0001, el jefe de Estado se despidió de la tripulación que lo acompañó durante sus años de mandato. Viajó a Puerto Vallarta (México) a la XIII Cumbre de la Alianza del Pacífico.

Lorena Arboleda Zárate - Twitter: @LorenaArboleda8
29 de julio de 2018 - 02:00 a. m.
El presidente Santos recibió una réplica del avión presidencial como regalo de despedida. / SIG
El presidente Santos recibió una réplica del avión presidencial como regalo de despedida. / SIG

“Buenas noches, presidente”, saludó desde la cabina de mando el coronel Jaime Andrés Betancur Londoño, piloto del avión presidencial y quien lo acompañó por estos últimos seis años y medio de su mandato. Eran las palabras de una evidente despedida ante la certeza de que quedaban escasas horas para el fin. El Boeing 737-700 volaba por última vez sobre territorio internacional con el pasajero que se despedirá de los colombianos el próximo 7 de agosto: Juan Manuel Santos. “Ha sido un honor transportarlo como primer mandatario de nuestro país y ser testigos de su valioso legado en cada rincón del territorio nacional”, dijo el coronel Betancur.

El FAC 0001 estaba a 37.000 pies de altura, proveniente de Puerto Vallarta (México), en donde tuvo lugar la XIII Cumbre de la Alianza del Pacífico. El presidente de Chile, Sebastián Piñera, conocía perfectamente el sentimiento de nostalgia que invadía a su homólogo colombiano, pues él mismo lo había sentido hace cuatro años cuando abandonó el cargo tras culminar su primer mandato. Por eso, sabiamente le recordó: “Hay vida después de la Presidencia”, y le pareció pertinente comparar la jefatura de Estado con las ciudades medievales sitiadas: los que están adentro quieren salir y los que están afuera quieren entrar. Eso sí, lamentó que Santos ya no pueda reelegirse.

Así que las 2.500 horas de vuelo que se completaban durante estos ocho años de gobierno llegaron acompañadas de extrema sensibilidad. “Llevar el tricolor colombiano más allá de las fronteras ha sido un reto gratamente superado pese a las adversidades encontradas”, continuaba el coronel Betancur. Y rememoró los vuelos más difíciles para él, como la escasa visibilidad que tuvo cuando intentó, alguna vez, aterrizar en el aeropuerto de Barajas, en Madrid. O cuando pisó tierra hondureña en uno de los aeropuertos más peligrosos del mundo: el Toncontín, en Tegucigalpa. Los fuertes vientos del coletazo del huracán José, el deshielo de la aeronave por las condiciones extremas de frío en Oslo (Noruega) y el “aire enrarecido” del calor del desierto en Dubái, en los Emiratos Árabes, también los recordó.

Ver derramar una lágrima al presidente Santos pareciera un hecho inverosímil. Su personalidad distante, fría y estratégica suele quedar en evidencia cuando intenta desenvolverse entre las masas. Y hasta entre su mismo gremio: los periodistas. A Bogotá y Puerto Vallarta las separan cinco largas horas de vuelo y en este, el último viaje internacional, los demás pasajeros del FAC 0001 esperaban que les hiciera un gesto de bienvenida durante el trayecto de ida, pero nunca llegó. A cambio decidió encerrarse por cerca de dos horas en la pequeña habitación presidencial de la aeronave, ubicada al lado de la sala de juntas. Mientras tanto, su hijo Esteban, su secretario privado Enrique Riveira, los ministros de Hacienda Mauricio Cárdenas y de Comercio, María Lorena Gutiérrez, y su secretaria de prensa, Marilyn López, lo esperaban.

En el segundo salón, donde las miradas fisgonas se escapaban hacia el salón VIP como tratando de capturar cualquier movimiento del presidente, se encontraban siete medios de comunicación que sabían que estaban haciendo parte de la historia. Era un espacio reservado para 16 personas, dentro de las cuales se encontraba el general del Ejército Jorge Enrique Maldonado, jefe de Casa Militar. El encargado de la seguridad de Palacio es un hombre alto, apuesto y amable. Contó que, con la salida de Santos, su destino iba a estar en Washington, pero muy de cerca a la vida castrense. Por eso ocupó las horas en el aire leyendo Las 33 estrategias de la guerra, un libro del autor estadounidense Robert Greene.

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“Queremos agradecerle por depositar su confianza en nosotros, pero por sobre todas las cosas, señor presidente, por el país que deja para las futuras generaciones. Gracias por no decaer en su empeño por construir una Colombia en la que reine la paz”, le acompañó en el mensaje al piloto Betancur el teniente coronel Ervin Gaitán, quien completó cuatro años de vuelo al lado del primer mandatario. Y acto seguido, Claudia Tavera, Roslyn Espitia, Paula Ospina y Johanna Benítez, las cuatro auxiliares de vuelo que siempre estuvieron al lado de Santos, aparecieron en la escena. Hubo lágrimas y, entonces, ocurrió lo inverosímil: Santos lloró. Las abrazó y les reconoció tantos años de servicio. Ellas, en agradecimiento, le entregaron una réplica de la aeronave presidencial.

En la sala VIP, ahora invadida por los fisgones de atrás, Esteban Santos se derrumbaba en llanto, dejando la fortaleza que reflejaba el uniforme militar que alguna vez usó cuando prestó servicio en el Ejército Nacional. Lo propio hacía María Lorena Gutiérrez y uno que otro periodista que se despedía, también ese martes 25 de julio, de su carrera de manera transitoria. Era el último adiós para muchos, pero para otros apenas el cierre de un capítulo más, antes de comenzar uno nuevo al mando de otro tripulante. Y la sensibilidad propia que despiertan las despedidas condujo a un pequeño brindis sobrevolando Centroamérica. “¿Le gusta el tequila?”, me preguntó el presidente Santos, a lo que respondí afirmativamente.

El presidente de México, Enrique Peña Nieto, le había regalado el día anterior una edición especial de tequila de Casa Dragones, 100 % agave, cuyo valor se acerca a los US$400. Decidió compartirla con sus invitados en el último viaje presidencial, sorbió el trago de una pequeña copa de cristal, comentó su visión respecto del nuevo Congreso y las expectativas que tiene en torno al mismo y se retiró. Al instante, Claudia, Roslyn, Paula y Johanna comenzaron a repartir el último menú sobre el aire: había salmón en costra de quinoa, sánduche de pavo y pasta penne en salsa de champiñones. Los que querían seguir brindando, pedían vino o cerveza. Otros, al fondo, en el tercer compartimento donde caben 30 personas, dormían.

Santos se preparó para descansar en las últimas horas de vuelo. Vestía una pijama gris y unos calcetines rojos, atuendo que reflejaba un rostro lozano y tranquilo de quien, por más baja popularidad que tenga, se sabe triunfante a pocos días de terminar su mandato. Seguramente retumbaban en su oído las últimas palabras que pronunció el piloto Gaitán: “Ha sido un honor para la Fuerza Aérea Colombiana y para esta, por siempre su tripulación, acompañarlo en este largo camino, así se vaya de las alturas”.

Por Lorena Arboleda Zárate - Twitter: @LorenaArboleda8

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