Expresidente Santos recibió premio internacional de paz en festival de cine en Marruecos

El exmandatario recibió el Premio Internacional “Memoria para la Democracia y la Paz” en la ciudad de Nador, donde se realiza el Festival Internacional de Cine y de la Memoria Común.

-Redacción Política (politicaelespectador@gmail.com)
11 de noviembre de 2019 - 11:35 p. m.
Juan Manuel Santos, expresidente de Colombia.  / Archivo El Espectador
Juan Manuel Santos, expresidente de Colombia. / Archivo El Espectador

El expresidente Juan Manuel Santos Calderón recibió este lunes, en el Festival Internacional de Cine y de la Memoria Común, realizado en la ciudad de Nador (Marruecos), el Premio Internacional “Memoria para la Democracia y la Paz”, entregado por el Centro de Memoria Común para la Democracia y la Paz.

En la reflexión que el exmandatario hizo al recibir el reconocimiento señaló que para el proceso de paz en Colombia con las Farc se había inspirado en lo que había pasado en Marruecos. “Aquí se creó, hace quince años, la Comisión de Equidad y la Reconciliación con el mandato de determinar lo acontecido a las víctimas de violaciones a los derechos humanos y el paradero de los desaparecidos, así como lograr una compensación económica a las víctimas o sus familiares”, expresó Santos.

También hizo alusión al Acuerdo de Paz con la exguerrilla, firmado en 2016. “Cuando comenzaron los diálogos entre mi gobierno y la guerrilla de las Farc, la más antigua y poderosa del hemisferio occidental, recibí la visita de un profesor de la Universidad de Harvard, Ronald Heifetz, quien me dio un consejo de gran utilidad. Él me dijo: ‘Cuando se sienta desanimado, cansado, pesimista, hable siempre con las víctimas. Son ellas las que le darán ánimo y fuerzas para continuar’”.

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Y agregó: “Seguí su consejo, y cada vez que tuve oportunidad, en mis viajes a lo largo y ancho del país, busqué hablar con los hombres y mujeres, incluso los niños, que habían sufrido en carne propia los efectos del conflicto armado: que habían sido heridos o mutilados, que habían perdido a sus seres queridos o sus tierras. Y me llevé una gran sorpresa. Yo pensaba que las víctimas del conflicto iban a ser las más reacias a aceptar la posibilidad de acordar la paz con aquellos que les habían causado tanto daño”.

Según el expresidente, las víctimas del conflicto armado colombiano no solo contaron sus historias, sino que fueron un aliento para continuar con el proceso de paz, a pesar de los obstáculos, “porque no querían que otros colombianos, personas humildes como ellos, sufrieran lo que ellos habían sufrido. ¡Qué hermosa lección de generosidad y grandeza humana!”.

“Y cuando yo les preguntaba qué era lo que más querían, las víctimas no hablaban tanto de reparaciones económicas, ni siquiera de justicia. Lo que más querían, lo que más anhelaban, era la verdad. La verdad, por dura que fuera. La verdad sobre el paradero de sus seres queridos. La verdad sobre lo que pasó en la guerra”, manifestó el expresidente y mencionó la creación de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Unidad para la Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas y la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP).

“Si reconocemos nuestra humanidad común –sobre todo con aquellos que consideramos enemigos–, si buscamos enfatizar lo que nos une, si aceptamos hablar en lugar de matarnos, habremos dado un paso inmenso hacia la paz y la convivencia”, concluyó.

Lea el discurso completo

Nador, Marruecos, 11 de noviembre de 2019

Apreciado Abdeslam Bouteyeb, presidente del Centro de Memoria Común para la Democracia y la Paz;

Directivos y participantes del Festival Internacional de Cine y de la Memoria Común;

Queridos amigos de la democracia y de la paz:

La ciudad de Nador, la histórica y multicultural región del Rif, y este festival de cine que llega a su octava edición, nos invitan hoy a “recordar el futuro”.

Parece una tarea imposible. ¿Cómo vamos a tener una memoria del futuro si este –supuestamente– no ha llegado?

La respuesta está en ese laberinto de momentos al que llamamos tiempo, y en el que se reúnen los pensamientos, las palabras y los hechos de la especie humana y del universo.

El futuro lo construimos cada día y podemos vislumbrarlo desde el hoy, desde el ahora.

Porque el futuro no es otra cosa que la sumatoria de nuestras acciones pasadas; el resultado de todos nuestros actos: positivos o negativos; de paz o de guerra; de amor o de miedo.

Así que, para poder “recordar el porvenir”, tenemos primero que recordar –por doloroso que sea– el camino que nos ha traído hasta el momento actual, y aprender las lecciones que nos deja el pasado.

De eso se trata este evento: de honrar la memoria y de construir desde los diversos aspectos de la actividad humana –por ejemplo, desde el cine– una cultura de paz y reconciliación.

Por eso me siento tan honrado de estar aquí y de recibir el Premio Internacional Memoria para la Democracia y la Paz.

¡Qué mejor lugar que Marruecos –y en especial esta región del Rif– para albergar un festival que reconoce y aplaude la diversidad del ser humano, la riqueza de las culturas que pueblan el planeta, la necesidad de la tolerancia y la inclusión!

Aquí en Marruecos, en esta puerta mágica que conecta el mar Mediterráneo con el océano Atlántico, que refleja la cercanía entre África y Europa, entre las tradiciones de Oriente y Occidente, entre las leyendas milenarias y la modernidad del siglo XXI, se escucha el palpitar de un mundo que está llamado a reconciliarse para sobrevivir.

Aquí en Nador, en cuyas calles se escuchan las lenguas árabe y beréber, así como el español y el francés, se siente la maravillosa fusión de las culturas, cuya diversidad debe unirnos en lugar de separarnos.

Hace casi tres años, cuando recibí en Oslo el Premio Nobel de la Paz, enuncié una verdad universal que cada vez se hace más palpable ante mis ojos: más allá de las distinciones de raza, de género, de religión o de origen, todos somos uno.

Lo que le pasa a cualquier ser humano, ¡a cualquier ser humano! –aquí en Marruecos o allá en Colombia; en Siria o en Irak; en Estados Unidos o en China; en cualquier lugar del planeta– nos pasa a todos.

En aquella oportunidad dije que –al final de cuentas– los seres humanos somos un solo pueblo y una sola raza, de todos los colores, de todas las creencias y de todas las preferencias.

Nuestro pueblo se llama el mundo. Y nuestra raza se llama humanidad.

Investigando hace unos días para escribir estas palabras, me encontré con que un poeta del Magreb, Ibn Saraf al-Qayrawani, escribió algo similar hace mil años. Él dijo:

“Haz de la tierra una casa y de la humanidad un hombre. Así, quien venga será siempre bienvenido”.

¡Qué bella reflexión! La tierra es en realidad una casa: nuestra casa común, la que habitamos más de 7.500 millones de hombres y mujeres, y que debemos cuidar y proteger, como uno cuida y protege a su propia casa.

Y la humanidad es un hombre –cualquier hombre, cualquier mujer–, porque en cada ser humano habita la esencia de la vida, la inteligencia del universo y la potencia del amor.

Si entendemos esto –que la tierra es nuestra casa común, y que la humanidad reside en cada hombre y mujer que habita esta casa– se vuelven inútiles, absurdas, sin razón, todas las guerras, todas las confrontaciones.

Este es el mensaje que nos da este festival de Nador.

Aquí se proyectarán largometrajes de ficción, documentales y cortometrajes de muchos países del mundo, y en cada uno de ellos los espectadores verán reflejadas sus esperanzas y sus angustias, su realidad y sus sueños.

Porque no importa dónde ocurran las historias. Al fin y al cabo todas tratan de nosotros, tratan de la humanidad, nos cuentan la memoria de un pasado común y nos ayudan a construir la memoria de un futuro también común.

Dentro de la competencia oficial hay un documental colombiano llamado La Negociación, dirigido por Margarita Martínez, que describe el proceso de paz que adelantamos en Colombia para acabar con una guerra interna de más de medio siglo.

Quisiera terminar haciendo una breve referencia a este proceso, porque sus lecciones son universales. Y en particular quisiera hablar de la memoria y la reconciliación.

Cuando comenzaron los diálogos entre mi gobierno y la guerrilla de las Farc, la más antigua y poderosa del hemisferio occidental, recibí la visita de un profesor de la Universidad de Harvard, Ronald Heifetz, quien me dio un consejo de gran utilidad.

Él me dijo: “Cuando se sienta desanimado, cansado, pesimista, hable siempre con las víctimas. Son ellas las que le darán ánimo y fuerzas para continuar”.

Seguí su consejo, y cada vez que tuve oportunidad, en mis viajes a lo largo y ancho del país, busqué hablar con los hombres y mujeres, incluso los niños, que habían sufrido en carne propia los efectos del conflicto armado: que habían sido heridos o mutilados, que habían perdido a sus seres queridos o sus tierras.

Y me llevé una gran sorpresa. Yo pensaba que las víctimas del conflicto iban a ser las más reacias a aceptar la posibilidad de acordar la paz con aquellos que les habían causado tanto daño.

Fue todo lo contrario. Las víctimas no solo me contaron sus desgarradoras historias, sino que me alentaron a continuar dialogando, porque no querían que otros colombianos, personas humildes como ellos, sufrieran lo que ellos habían sufrido.

¡Qué hermosa lección de generosidad y grandeza humana!

Y cuando yo les preguntaba qué era lo que más querían, las víctimas no hablaban tanto de reparaciones económicas, ni siquiera de justicia. Lo que más querían, lo que más anhelaban, era la verdad.

La verdad, por dura que fuera. La verdad sobre el paradero de sus seres queridos. La verdad sobre lo que pasó en la guerra.

Por eso creamos, como resultado del proceso de paz, una Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad y una Unidad para la Búsqueda de Desaparecidos, que hoy están funcionando y cumpliendo con esa necesidad sentida de las víctimas.

También creamos una Jurisdicción Especial de Paz para investigar, juzgar y sancionar a los responsables de crímenes de guerra y de lesa humanidad, dentro del concepto de justicia transicional, que privilegia los derechos de las víctimas por encima de la venganza de la sociedad.

Porque la venganza no sana, sino que destruye. La verdad y la justicia –en cambio– reparan y sanan el tejido social.

Y puedo decir que Marruecos fue una fuente de inspiración para el proceso colombiano.

Aquí se creó, hace quince años, la Comisión de Equidad y la Reconciliación con el mandato de determinar lo acontecido a las víctimas de violaciones a los derechos humanos y el paradero de los desaparecidos, así como lograr una compensación económica a las víctimas o sus familiares.

Seguramente falta mucho –como falta siempre en este tipo de procesos–, pero hay que destacar y aplaudir el esfuerzo realizado, pues lo que ustedes han logrado no tiene precedentes en la región del Medio Oriente y el Norte de África.

Lo que se hizo en Marruecos y lo que estamos haciendo en Colombia se puede intentar –¡se debe intentar!– en muchos lugares del planeta que están afectados por guerras o por conflictos internos.

Si reconocemos nuestra humanidad común –sobre todo con aquellos que consideramos enemigos–, si buscamos enfatizar lo que nos une, si aceptamos hablar en lugar de matarnos, habremos dado un paso inmenso hacia la paz y la convivencia.

El Festival de Cine de Nador nos invita a celebrar nuestra unidad dentro de la diversidad; nos invita a reconocernos en el otro: nos invita a hacer memoria del pasado para construir –desde hoy– la memoria del futuro.

Gracias, muchas gracias, por hacerme parte de este evento y por este premio que no es mío sino de todas las víctimas del conflicto colombiano que tuvieron el coraje de perdonar y de seguir adelante con sus vidas.

No cabe duda: si hacemos “de la tierra una casa y de la humanidad un hombre”, todo aquel que venga “será bienvenido”.

Muchas gracias

Por -Redacción Política (politicaelespectador@gmail.com)

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