Gloria Esperanza Medina y los tambores que sanan

Desplazada y víctima de violencia sexual, es una caucana que perdió a dos de sus hermanos y su padre durante el conflicto armado. Hoy es la representante legal de una organización que trabaja con mujeres que, como ella, sobrevivieron a la guerra.

César A. Marín C. / Especial para El Espectador
09 de abril de 2021 - 09:34 p. m.
Gloria Esperanza Medina es hoy representante legal de la organización Tamboreras del Cauca.
Gloria Esperanza Medina es hoy representante legal de la organización Tamboreras del Cauca.
Foto: Archivo particular.

Gloria Esperanza Medina nació en La Romelia, corregimiento de El Tambo (Cauca), en 1968. La Romelia está ubicado a hora y media en carro desde El Tambo y a dos horas y media desde Popayán. Es la cuarta de once hermanos y tiene un hijo ya adulto.

Allí vivió hasta los 15 años y allí estudió la primaria. Junto a sus hermanos iba a una escuela desde donde, en las noches de verano, se veía la capital caucana. “En ese lugar los chicos por las noches encendíamos fogatas, contábamos cuentos. Éramos una familia muy conocida en La Romelia”, recuerda.

En 1984, el Frente Octavo de las Farc interrumpió la tranquilidad de la zona y su padre decidió enviarla a la casa de unos tíos en Popayán. El resto de los hermanos permaneció en el corregimiento.

“Una de mis primas se acababa de casar y se fue a vivir a Cali, y me dijo que la acompañara, que ella me apoyaba para que yo pudiera seguir estudiando, al tiempo que yo le ayudaba a cuidar su bebé. Hice hasta el grado noveno porque tuve un problema de salud y me vi obligada a regresar a La Romelia”, dice.

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Cuando volvió, la situación de orden público se había complicado más. La presencia de la guerrilla en el pueblo era más evidente y su accionar más fuerte. Dos de sus hermanos fueron reclutados a la fuerza.

El primero fue Líver Javier, a la edad de 17 años. Ante eso, su padre hizo varias gestiones con las autoridades y con la guerrilla sin resultado alguno. Dos años después, resultó herido en un combate y aunque pasó dos meses convaleciente, quedó con secuelas físicas, que fueron motivo de rechazo en las filas, por lo que terminaron devolviéndolo a la familia.

Tiempo después el grupo reclutó a su hermano Mílder, de 16 años. “Mi papá volvió a hacer diligencias ante las autoridades y ante la propia guerrilla, y logró que a las dos semanas lo dejaran regresar”, recuerda.

La noche del horror

Para 1990, Gloria se había organizado sentimentalmente con su actual esposo y tenía un niño de dos años. El 13 de agosto, la mayor parte de su familia estaba en Popayán, mientras ella se recuperaba de una cesárea: había perdido a una bebé tres semanas antes. Nada de eso importó. Aquella noche, miembros del mismo Frente Octavo entraron a la vivienda y la violentaron sexualmente.

De esa terrible noche recuerda claramente que “desde las 8 de la noche comenzaron a ladrar los perros. Entonces no había conexión eléctrica en el pueblo. Estábamos a oscuras con mis hermanas y mi niño, y escuchábamos ruidos en las afueras de la casa. Finalmente, los agresores prácticamente derribaron la puerta de la cocina y lograron ingresar a la casa. Me violentaron. Yo logré esconder a mis hermanas y a mi hijo en la habitación”.

Los agresores se llevaron cigarrillos, licor, enlatados y el dinero de una tienda que su padre tenía ahí mismo en la casa. Le advirtieron que si contaba algo de lo sucedido acabarían con su familia.

La vida de Gloria cambió para siempre. “Es una cosa denigrante y uno termina hasta pensando en el suicidio”, dice con tristeza. A aquellas heridas, físicas y emocionales, pronto se sumaron nuevos dolores.

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Al día siguiente llegó su familia de Popayán. Su hermano Líver Javier, que conocía el actuar de algunos miembros del grupo armado, le preguntó si la habían violentado. Ella lo negó. “¿Seguro no les hicieron nada a ustedes, solamente robaron lo de la tienda?”, preguntaba. Ella temía las reacciones que vendrían si lo admitía. “Solo fue el hurto”, dijo.

El ensañamiento contra su familia

Cuatro días después, miembros de las Farc bajaron a Líver Javier del bus escalera donde trabajaba como ayudante, en la ruta entre Popayán y La Romelia, y lo mataron allí mismo. Él nunca supo la verdad de lo ocurrido a su hermana el 13 de agosto.

Y como si la tragedia no quisiera alejarse de la familia, en noviembre de ese año la guerrilla asesinó a su padre, Andrés Medina, cuando iba en moto hacia un sitio conocido como La Cordillera. Gloria, que siempre guardó silencio sobre su agresión sexual, todavía se pregunta por qué los mataron.

Para el año 2000, su madre y hermanos vivían desplazados en Popayán cuando el otro hermano que había sido reclutado años atrás, Mílder, apareció muerto junto a otras dos personas en la vía que une la ciudad con el municipio de El Bordo.

Aquellos sucesos pusieron en duda su fe en Dios. “Siempre he sido creyente, pero hubo un tiempo en que me peleé con Dios, porque lo cuestionaba el por qué había permitido que ocurrieran tantos hechos de horror y violentos contra mi familia”, recuerda.

Aun con dificultades económicas, Gloria trató de rehacer su vida con su esposo y su hijo. Consiguió trabajo en la Arquidiócesis de Cali aseando las iglesias La Ermita y Santo Domingo. “Solo ganaba medio salario mínimo, pero con eso logré pagarle la universidad a mi hijo, que se graduó de ingeniería electrónica”.

Luego regresó a Popayán y a la par se enteró de que a través de una fundación podía terminar el bachillerato. En esa fundación también conoció a una psicóloga que animó a varias mujeres a organizarse. Corría el año 2015, se fraguaba el proceso de paz y había llegado el momento de hablar sobre lo que les había pasado. Gloria, que nunca había contado lo sufrido, pensó: “Si los guerrilleros van a recibir beneficios con el Acuerdo, pues nosotras, las víctimas, también”.

Terminó su bachillerato, estudió algo de gastronomía, se reconcilió con Dios. “Yo prácticamente no disfruté la vida de mi hijo, solo desde hace cinco o seis años. Vivía muy martirizada por lo que me había ocurrido a mí y a mi familia. Ahora soy una persona completamente distinta a lo que era antes de 2015. Yo no hablaba, sentía que las cosas malas que me habían pasado nadie más las había vivido y, de cierta forma, me alegraba cuando escuchaba noticias relacionadas con combates en los que murieran guerrilleros. Decía para mí: ‘Ojalá los maten a todos’”. El rencor deja huellas profundas.

‘Se remueve, se sangra, pero se sana’

Tiempo después, varias víctimas, entre las que estaba Gloria, fueron invitadas por la Secretaría de la Mujer de Popayán y por una organización de cooperación internacional a participar en la estrategia de recuperación emocional que adelantaban la Unidad para las Víctimas y la Organización Internacional para las Migraciones. “Fueron en total como unos diez encuentros. Los profesionales psicosociales nos ayudaron mucho emocionalmente. Nos desahogamos y terminamos contando eso que teníamos guardado y atragantado”.

“En ese momento éramos 23 mujeres las que asistíamos a esas terapias que nos sirvió mucho para sacar el odio y el rencor que llevábamos por dentro, es decir, algo así como que se remueve, se sangra, pero se sana”.

En 2020, Gloria participó de la estrategia Vivificarte, terapia emocional que realiza la Unidad para las Víctimas con sobrevivientes de violencia sexual. “La experiencia fue muy buena, hay que reforzar todos esos pasos aprendidos para no volver a caer en ese estado de depresión y de culpabilidad, porque uno de los factores que le impide a uno perdonar es el no haber sanado. El odio termina haciéndole daño a uno mismo, y nosotras, gracias a esas estrategias y terapias, hemos aprendido a sanar y a perdonar a través del canto, del arte y de escucharnos entre nosotras mismas. Uno debe decidir entre seguir siendo esa persona callada, amargada y cargada de rencor o ser una persona empoderada y con amor propio”.

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Junto a otras mujeres víctimas del conflicto armado creó la organización Tamboreras del Cauca, de la que Gloria es su representante legal. “A través de los tambores que construimos con nuestras propias manos, la música y el canto de sanación, hemos logrado mitigar, en parte, el impacto sicológico”. Desde allí también abogan y gestionan proyectos para las víctimas y les brindan acompañamiento y ayuda en la medida de sus posibilidades.

Entiende que del pasado no se puede cambiar ni un segundo de lo que sucedió, pero que sí se puede cambiar el presente. “Por ello le apostamos a una política pública de prevención de violencias de género y violencia sexual en contra de niños, niñas y adolescentes”.

Hoy, Gloria se gana la vida vendiendo almuerzos, ha conseguido sobreponerse a lo que le sucedió, vive pendiente de las Tamboreras del Cauca y ha encontrado en otras mujeres y en la percusión la fuerza y el valor que la guerra nunca les pudo arrancar.

Por César A. Marín C. / Especial para El Espectador

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Berta(2263)09 de abril de 2021 - 11:03 p. m.
Ni perdón ni olvido. Los genocidios no se perdonan. Pregúntenle a los judíos si han olvidado y perdonado La Shoah. En Colombia tiene que haber una pena así sea en una granja; no acepto que los cabecillas de FARC y herederos de los Paras estén en el Congreso; y mucho menos que el patrón siga en al impunidad y protegido por el gobierno y sus esbirros.
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