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José Obdulio Gaviria o la otra forma de la espada

Uno de los personajes más controvertidos del entorno del expresidente Álvaro Uribe Vélez.

Joaquín Robles Zabala
18 de mayo de 2015 - 02:03 a. m.
José Obdulio Gaviria es el John Vincent Moon que describió Jorge Luis Borges en “La forma de la espada”. / Archivo - El Espectador
José Obdulio Gaviria es el John Vincent Moon que describió Jorge Luis Borges en “La forma de la espada”. / Archivo - El Espectador

Pablo Emilio Escobar Gaviria, el hombre que puso a finales de los ochenta y principios de los noventa la institucionalidad del Estado colombiano contra la pared, asesinando sin contemplación a todo aquel que se le opusiera, se definió, en su juventud, como un ciudadano de izquierda. No hay duda de que en este sentido fue coherente con su posición, pues un hombre que venía de abajo, que vivió en carne propia la desigualdad enorme que divide profundamente a un 80% de lo colombiano que no tiene nada y un 20% que lo tiene todo, no tenía razones para defender a esa minoría privilegiada que había dirigido los destinos del país desde mucho antes de la Independencia.José Obdulio Gaviria Vélez, su primo hermano y consejero presidencial de Álvaro Uribe durante sus ocho largos años de gobierno, dio sus primeros pasos en la política activa como miembro del movimiento estudiantil de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. Pero su salto a la política confrontacional lo dio en el Partido Comunista, defensor de las teorías Marxista-Leninista, trinchera de la guerrilla maoísta del Ejército Popular de Liberación. Gaviria, como su primo hermano, venía de una familia de clase media, numerosa como la gran mayoría de las familias paisas. Hizo estudios en el seminario de La Ceja, oriente de Antioquia, donde nació seguramente su fervor por los movimientos de izquierda, pues sentía una profunda inclinación por las causas sociales. Allí, cuentan, conoció a Carlos Pizarro Leongómez, el inmolado líder y cofundador del M-19, esa guerrilla conformada en su mayoría por jóvenes románticos que soñaban con invertir la estructura social del país. No olvidemos que Pizarro contaba apenas con 38 años de edad cuando fue tiroteado ese 26 de abril de 1990 por un joven sicario en el interior de un avión comercial que cubría la ruta Bogotá-Barranquilla.

José Obdulio Gaviria Vélez fue también un joven romántico, que soñaba con revoluciones armadas y defendía la actitud libertaria y confrontacional de los estudiantes franceses que a finales de mayo de 1968 se tomaron las calles de París, uniéndoseles, en el transcurso de las protestas, ríos de obreros inconformes, sindicalistas y profesores de distintos niveles académicos que pusieron a temblar el gobierno de Charles de Gaulle. Ese sueño lo convirtió, cuentan sus cercanos, en un militante radical del Epl. Por ese entonces se identificaba con la lucha campesina. Creía, como lo sostenía Manuel Marulanda, que el gran problema que afectaba el desarrollo del país eran las grandes concentraciones de tierra en pocas manos. Parecía tan convencido de esto, que se dedicó a recorrer el territorio nacional haciendo proselitismo político y desde su posición de hombre de leyes, a asesorar campesinos en la lucha por sus derechos y el acceso a la tierra.

En una nota publicada en febrero de 2011 por el portal Kienyke, se afirma que fue por esa época que conoció al futuro paramilitar Diego Fernando Murillo, alias Don Berna, quien, al igual que Gaviria era militante del Ejército Popular de Liberación. José Obdulio era entonces un tipo arriesgado, un revolucionario gritón que arengaba a la multitud y le encantaba quemar la bandera de Estados Unidos frente al consulado de ese país en Medellín. Terciada al hombro, llevaba siempre una mochila donde reposaban los libros clásicos de Marx, Hegel y Rousseau. Hablaba como todo un revolucionario. Aseguran sus compañeros de lucha que era más marxista que Marx y mucho más radical que Stalin. Dicen que siempre fue un crítico, un cuestionador del sistema político nacional, pero también de las posiciones de sus compañeros. Fueron quizás esos cuestionamientos hacia dentro los que lo llevaron a romper con esa izquierda pasional que soñaba con transformar la estructura social de un país arraigado profundamente a su pasado colonial.

De ser un defensor de las causas sociales, amarrado a una posición revolucionario de izquierda, pasó, en los ochenta, a ser parte de los “mosqueteros defensores de la derecha”, como lo calificó una nota de la revista Semana de marzo de 2008. Los episodios en Colombia de esos cambios políticos extremos son contados y pueden enumerarse con los dedos de una mano. Un ejemplo clásico de este cambio lo representa sin duda Plinio Apuleyo Mendoza, quien durante su juventud abrazó las ideales revolucionarios y hoy defiende a capa y espada, desde la trinchera de sus columnas periodísticas de El Tiempo y otros medios impresos, el establecimiento aromatizado de “rancio desaliño”. El caso de Carlos Alonso Lucio López deja quizás un montón de dudas a pesar de haber sido un integrante del M-19, pues sus relaciones con el bajo mundo de la mafia y sus numerosos escándalos por corrupción lo ubican en el terreno de los intereses por encima de los ideales políticos.

Fue José Mujica, un presidente de izquierda, quien aseguró en una oportunidad que ni el dinero ni el poder cambian a nadie, pues lo único que hace es sacar a la superficie lo que ya está adentro. El caso particular de José Obdulio Gaviria podría ser explicado bajo la luz de esta premisa, ya que si hay algo difícil de cambiar en los grupos humanos son, precisamente, las axiologías. Las modas, es sabido, van y vienen, pero las posiciones políticas e ideológicas son como los picos nevados que sobresalen por encima de la montaña. Son, en el fondo, como las huellas dactilares de las sociedades, identificables dentro un contexto cultural mucho más amplio.

Desde este punto de vista, resulta chistoso pensar que un escritor como Mario Vargas Llosa haya sido en alguna oportunidad un hombre de izquierda. O que Plinio Apuleyo Mendoza, por mucha cercanía con García Márquez, pueda definirse como un ciudadano de pensamiento liberal que estaba en contra de la estructurara social dominante.

Dentro de esa genealógica de la política colombiana elaborada por Julio César García Vásquez, un ingeniero eléctrico egresado de la Universidad Nacional, la señora Laura Ochoa Restrepo, bisabuela de Álvaro Uribe Vélez, es tía bisabuela de Jorge Luis Ochoa Vásquez, uno de los fundadores del tenebroso cartel de Medellín. Es prima sexta de María Josefa Ochoa Londoño y tía política de Francisco Gallón, abuelo en cuarto grado de José Obdulio Gaviria Vélez y Pablo Escobar Gaviria. Pero, para ser justo, descender de una familia con un pasado poco claro no convierte a nadie en delincuente (...).

Si es cierto que este era un desconocido para la gran mayoría de los colombianos antes de su paso por la Casa de Nariño como asesor del entonces presidente Uribe, su actividad política venía desde muchos años atrás. Conocía las cuatro esquinas del país. Conocía la lucha campesina. Conocía el profundo sur de la geografía nacional donde hizo proselitismo político y asesoraba ideológica y jurídicamente a los mismos hombres de campo por los que Manuel Marulanda había decidido tomar las armas.

Hasta ahí, creo, hay una coherencia manifiesta entre su pensamiento y sus actos, pues hubiera resultado poco creíble defender los intereses de una estructura social dominante si su ascendencia apuntaba hacia el otro lado. Claro que no hay que olvidar que los Tíos Tom existen y se les puede encontrar en cualquier lado. Y en su relato la Forma de la espada Jorge Luis Borges no sólo retrató la historia de un traidor, sino también la de un farsante mentiroso llamado John Vincent Moon, un irlandés que vendió la causa independentista de su país por unas cuantas monedas como todo un Judas. El mismo poeta argentino aseguraba en otro relato “que cualquier destino, por muy largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”.

Claro que ese momento del que hace referencia el bardo gaucho está mediado por otras circunstancias: el convencimiento de la causa. Si esas causas son nobles y verdaderas, serán como una montaña azotada por el viento que al final de la tormenta permanecerá intacta. Pero si las causas son débiles no necesitará una tormenta, porque cualquier vientecito las hará polvo y pondrá al descubierto, como afirmó Mujica, lo que lleva por dentro (...). Hasta su acercamiento con su pariente Álvaro Uribe, José Obdulio era un tipo anónimo para el país. Nadie lo conocía, o por lo menos ningún medio sabía de su existencia. Ese acercamiento con el futuro presidente de los colombianos fue producto de las afinidades que los unía, pero también del mutuo interés por el poder.

Uribe Vélez siempre ha negado su cercanía con Pablo Escobar a pesar de que han sido muchísimos los libros y muchísimas las declaraciones de cercanos al capo que han afirmado lo contrario (...). El 20 de septiembre de 2013, un trino de Juan Carlos Pastrana desató la ira de José Obdulio Gaviria cuando el hermano del expresidente Andrés Pastrana publicó un mensaje en su cuenta de Twitter acompañado de una fotografía. En el texto se preguntaba: “¿Quién es el personaje que está a espaldas de Pablo Escobar en la foto?”

El registro fotográfico mostraba, en efecto, a Pablo Escobar Gaviria compartiendo una mesa, al parecer en un restaurante, en compañía de su colega del cartel de Medellín, Carlos Enrique Lehder Rivas. A la derecha de Escobar se alcanza a ver a su señora. Un poco más atrás, por encima del hombro del capo, está Juan Pablo Escobar, su hijo mayor y un poco más atrás todavía, recostados a una pared de ladrillos rojos, se observa a un grupo de personas posando también para la foto. Entre estos, con los brazos cruzados en el pecho y lentes oscuros, se aprecia la figura de un señor bajito que guarda un parecido físico con el entonces candidato al Senado de la República, José Obdulio Gaviria.

El 22 de septiembre, dos días después del trino de Juan Carlos Pastrana, el exasesor presidencial de Uribe escribió molesto: “¿Quién me lo pregunta? ¿El violador, el castrado, el consueta de un hermano que es un homonculus intelectual? ¡Cambio y fuera!”. Pastrana replicó:” ¿Quién me ataca? El comunista? ¿El mafioso? ¿El liberal? ¿El paramilitar? ¿El uribista? ¿O el aspirante a congresista?”.
Gaviria Vélez, como era de esperarse, negó eufórico que él fuera el homonculus calvo y bajito que se apreciaba en la imagen. “No todos los calvos son José Obdulio, como no todos los ciegos son Pastrana. ¡Grandísimo bellaco!” Aseguró que la imagen era falsa y un insulto de los Pastrana. Pero no. Según declaraciones posteriores del hermano del expresidente, la foto hacía parte del libro The Memory of Pablo Escobar, firmado por James Mollison, el célebre fotógrafo australiano que llevó a cabo durante varios años la campaña Los colores de Benetton.

Las razones de ese tire y afloja de esa guerra de trinos salidos de tono y que rayaban en la vulgaridad y la ofensa se había producido días antes cuando el Centro Democrático, el partido político creado por el expresidente Uribe, oficializó la lista de los miembros de esa colectividad que aspiraban a ocupar un escaño en el nuevo Congreso de la República. El renglón número 9 de los 50 aspirantes lo ocupaba José Obdulio Gaviria Vélez, uno de sus escuderos más fieles, pero también uno de los más polémicos durante los años en que Álvaro Uribe ocupó la Casa de Nariño y a quien se le ha señalado de ser uno de los artífices del escandaloso episodio de las chuzadas del DAS. El expresidente Pastrana fue quizás el primero en criticar esa aspiración y aseguró, en una nota publicada por la revista Semana que la posible llegada de éste al Senado sería un premio para el narcotráfico. Dijo también que la sola postulación era ya de por sí un mal mensaje para la democracia y la institucionalidad del país. “Su (posible) presencia en el Congreso es una afrenta a las víctimas del narcoterrorismo”, aseguró. Y señaló que “si algo hemos combatido en Colombia es el narcotráfico, pues nos ha costado la vida de los mejores periodistas, políticos, magistrados, policías y militares”. De la misma manera hizo referencia a Roberto Escobar, alias el Osito, quien señaló en su libro Mi hermano Pablo a José Obdulio como un hombre muy cercano al capo del cartel de Medellín. En un aparte, el hermano mayor de Escobar Gaviria recordaba las frecuentes visitas que éste les hacía durante el tiempo de encierro en La Catedral. Y cuenta que su primo solía abordar siempre a Pablo, quien le regalaba 10 o 15 millones de pesos para sus gastos personales y políticos en Medellín.

Las reacciones a su postulación al Senado de la República llovieron desde distintos flancos. El hijo del inmolado Luis Carlos Galán Sarmiento, Juan Manuel Galán, aseguró que José Obdulio Gaviria “es de ingrata recordación para las víctimas de Escobar. Y es sumamente grave que se den estos tipos de presencias en las altas esferas del poder”. “José Obdulio debería dedicarse a trabajar en su defensa judicial y no meterse a campañas electorales”, afirmó el entonces representante a la Cámara por el Polo Democrático, Iván Cepeda. Jaime Granados, el abogado de cabecera del expresidente, le sugirió igualmente que lo pensara. Pero las diferencias sobre esa postulación empezaron a mojar hacia adentro cuando el excandidato a la Presidencia de la República y presidente del Centro Democrático, Óscar Iván Zuluaga, le pidió a José Obdulio que diera un paso al costado por el bien de la colectividad.

La polémica entró entonces en los terrenos de la ética y la moral, esa normatividad de la conducta humana que a los políticos colombianos les importa muy poco, como muy poco les importa hacer alianzas macabras con delincuentes de todas las pelambres. Cuando digo que la relación entre Uribe y Gaviria va más allá de la consanguinidad, hago referencia al concepto de degradación, una palabra que define la descomposición gradual de una cosa, un ser vivo o una persona. La vida política del expresidente Uribe podría ilustrarse, como diría Truman Capote, con un cuadro de la temperatura, no por las subidas y las bajadas que muestre el gráfico, sino por lo torcido de las líneas que lo representan. Sin embargo, hay que reconocer que el exmandatario ha sido siempre coherente con su forma de actuar y de pensar: ha mantenido una relación estrecha con personalidades cuestionadas, tanto en lo político como en lo personal, ha sido amigo de los Mancuso y los Castaño, y su discurso sigue la misma línea de sus actos (...).

Siempre se ha afirmado que el poder corrompe, pero en la humilde y sabia opinión del expresidente del Uruguay, el poder es sólo el catalizador para sacar lo que ya está en el individuo. En palabras de los abuelos, “el que va a ser policía, del cielo le cae el bolillo”. Esto no quiere decir que el destino exista en el sentido como lo concebían los antiguos griegos. No. Lo que en el fondo se ejemplifica es el concepto de posibilidades, ya que hay un porcentaje mucho más alto que un muchacho caiga en el mundo de las drogas si el entorno en el que vive está permeado por éstas. Si los padres son drogadictos, entonces el porcentaje de posibilidades aumenta.

El caso de José Obdulio es igual: el entorno familiar lo habría podido convertir en un mafioso a la altura de su primo Pablo Emilio. En el asesinato de Guillermo Cano, por ejemplo, director de El Espectador, se ha mencionado el nombre de Carlos Alberto Gaviria Vélez, hermano de José Obdulio y primo de Escobar Gaviria. Según una nota publicada por el diario de los Cano en diciembre de 2007, detrás del pago a los sicarios que acabaron con la vida del periodista, estuvo Carlos Alberto Gaviria. Su nombre figuraba en unas cuentas bancarias cuyos titulares eran testaferros del máximo capo del cartel de Medellín.

Un año antes, el diario El Tiempo publicó una nota de un hecho acaecido en 1983: los hermanos del entonces asesor presidencial, Luis Mario y Jorge Fernando Gaviria Vélez, estuvieron presos en Estados Unidos por su presunta participación en el envío de varias toneladas de cocaína perteneciente a Pablo Emilio. En ese mismo orden, el diario capitalino destacó que su excuñado, Carlos Alfonso Cock, tuvo problemas con la justicia por tráfico de drogas. Sin embargo, la situación de los hermanos Gaviria Vélez no deja de ser curiosa porque unos años después, cuando quedaron en libertad y regresaron al país, fueron empleados por la Gobernación de Antioquia como asesores en distintos programas que ésta llevaba a cabo.

Siempre se ha dicho que al papel le cabe todo. Y una cosa es decir y otra muy distinta hacer. Al hombre, está demostrado, no debe juzgársele por sus palabras, sino por sus actos. La imagen que refleja el espejo no es en realidad la persona verdadera. Es sólo un reflejo de la persona real, aunque la Biblia diga que lo que expresa la boca es lo que siente el corazón. En el caso del relato borgeano, el héroe no es en el realidad el héroe. Es un farsante que se presenta como tal y que logra engañar en un principio al narrador que, por las mismas circunstancias, engaña al lector. Por eso, el nacionalismo que representó Gaviria en su momento era solo una farsa, la misma que puso a funcionar Moon y que dio los dividendos esperados. Y como en el caso del relato del vate argentino, el rebelde, el hombre que tiraba piedras y agitaba multitudes, pasó de combatir a los antiguos opresores a ser un servidor incondicional de estos.

En este sentido, la degradación de la que hemos hablado no es en realidad una degradación. El patito feo del relato folclórico no nació pato sino cisne. De manera que cada paso que daba era en realidad un avance a la develación de su yo interior. La degradación es imposible que se dé de abajo hacia arriba. Lo que le pasa al personaje del popular relato de Francis Scott Key Fitzgerald, El curioso caso de Benjamin Button, es, en términos menos especulativos, evolución. Una evolución a la que todo ser vivo está —y aquí sí podemos utilizar el término— destinado. Por lo tanto, a José Obdulio Gaviria no se le podría definir como un traidor de su causa, como tampoco a Moon se le podría endilgar el mismo término, pues cuando se actúa, no se traiciona a nadie. Moon lo sabía. Y José Obdulio Gaviria también.

 

Por Joaquín Robles Zabala

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