“La atmósfera política me obliga a dar un paso al costado”: Gonzalo Sánchez

Entrevista directa y al grano con el director saliente del Centro de Memoria Histórica, después del escándalo que produjeron los nombres de los posibles aspirantes a sucederlo y entre quienes estaban, en lugar de respetados investigadores, extremistas de gran agresividad con quienes no comparte sus ideas. El profesor Sánchez expresa sus temores por la probable “instrumentalización política” de la verdad y de la historia.

Cecilia Orozco Tascón / Especial para El Espectador
04 de noviembre de 2018 - 02:00 a. m.
“Presenté renuncia al presidente Santos y no se tramitó. Entonces la presenté de de manera irrevocable al presidente Duque”, cuenta el abogado, filósofo y sociólogo Gonzalo Sánchez. / El Espectador
“Presenté renuncia al presidente Santos y no se tramitó. Entonces la presenté de de manera irrevocable al presidente Duque”, cuenta el abogado, filósofo y sociólogo Gonzalo Sánchez. / El Espectador

¿Por qué, después de 11 años de dirigir el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), una parte durante el segundo gobierno Uribe y, la otra, en los dos gobiernos Santos, renunció de manera irrevocable a su cargo?

En realidad fue una renuncia diferida. Con el equipo de dirección del Grupo de Memoria Histórica -como se denominó desde 2007-, y más tarde en el nuevo CNMH, habíamos soñado con que nuestro trabajo contribuyera a la construcción efectiva de la paz. El inicio de las negociaciones con la guerrilla le dio nuevo sentido a nuestra tarea. Y, ¿qué pasó? Pues que el proceso se alargó: el resultado del plebiscito fue un baldado de agua fría y nos hizo reflexionar sobre el significado que podría tener una renuncia masiva, en ese momento. Las dificultades nos hicieron sentir aún más responsables de nuestros compromisos, aunque nuestro impacto fuera minúsculo. Así que nos quedamos. Pero organizamos todo para propiciar el relevo, como, efectivamente, lo hicimos en un evento público.

Entonces, cuando el No ganó el plebiscito, ¿ustedes pensaron en renunciar, pero, al final, no lo hicieron por sentido de responsabilidad?

A la inversa: íbamos camino de renunciar una vez se materializaran los Acuerdos de Paz con su ratificación en el plebiscito, puesto que el equipo venía de mucho tiempo atrás con fatiga intelectual y emocional, ligada a la naturaleza del trabajo. Creíamos que habíamos cumplido la misión. Pero cuando ganó el No, como acabo de señalar, no quisimos que nuestra renuncia pudiera interpretarse como que también renunciábamos a nuestras obligaciones.

¿Por qué creía que el trabajo de construcción de la memoria del país iba a tener solo un “impacto minúsculo”, con la importancia que entraña semejante tarea?

Porque somos una institución muy pequeña, con resonancia en algunos sectores de la sociedad. Y porque no nos imaginamos el efecto real que tenía nuestro trabajo. Solo nos dimos cuenta del mismo por el debate público que se suscitó, en los últimos días, en torno al papel que la sociedad le está asignando a la memoria del país.

¿Ustedes pensaron, cuando ganó el No, que el Centro iba a ser objeto de ataques externos, como parece estar ocurriendo hoy?

Antes pensábamos que la construcción de la memoria iba a caminar de la mano de la paz, de manera armónica. Pero cuando ganó el No, hubo un desajuste entre la expectativa y el suceso que se generó.

Entonces, me queda claro que su renuncia tiene mucho que ver con la posición de la administración Duque y de su partido contra el Acuerdo de Paz…

Presenté la renuncia al presidente Santos, y esta no se tramitó. Entonces la presenté de manera irrevocable al presidente Duque como reconocimiento expreso de que había una nueva atmósfera política tras las elecciones presidenciales; que el proceso de paz y toda la institucionalidad asociada con el Acuerdo comenzaba a remar a contracorriente, y que todo eso me obligaba a dar un paso al costado. Mi intención era guardar silencio frente a la transición. Pero nombres, rumores y hechos alrededor del Centro generaron alertas en diversos sectores. El cargo de director de esta entidad es de los pocos públicos que por la naturaleza de su misión tiene un amplio margen de autonomía. No se trata de ir en contra el Gobierno, pero tampoco es del Gobierno: es del Estado y de la sociedad y, especialmente, de las víctimas.

¿De cuáles alertas habla?

El Centro no puede ser una agencia de memoria histórica gubernamental. El discurso político puede deslizarse, muy fácilmente, de una consigna como la que nos habíamos impuesto: “La memoria una aliada para la paz”, a otra: “La memoria, un problema para la paz y la concordia ciudadana”. Los peligros son latentes.

¿Cree que el relato de la verdad histórica puede convertirse en un instrumento partidista más que en la reconstrucción seria de lo que pasó en la guerra?

Abrigué serios temores de que ese fuera el rumbo previsible.

Durante ocho años recientes (2002 al 2010) se negó la existencia del conflicto: en la versión oficial, Colombia padecía “actos terroristas” y no había guerra interna. ¿Cuál es la importancia de la aceptación social de lo sucedido en el enfrentamiento armado?

Aceptar el conflicto es el primer acto para la terminación del mismo. La categoría descriptiva: “Acto terrorista” encubre la historicidad, la causalidad y las responsabilidades en la compleja trama social y política de la guerra. Es una mirada simplificadora de los múltiples bandos enfrentados, máxime en un conflicto armado como el colombiano. Precisamente, y de manera plausible, en el país se ha creado un andamiaje que responde a la complejidad de la guerra en materia de esclarecimiento, perdón y justicia. Esta complejidad institucional es una barrera para impedir que las miradas sesgadas o fraccionadas de la realidad tengan éxito en sus propósitos.

Los nombres de presuntos candidatos que se han mencionado como posibles sucesores suyos han despertado muchas inquietudes por el extremismo ideológico que los caracteriza y que los inhabilita para un trabajo neutral. Según su experiencia, ¿cuáles calidades debe tener quien dirija el CNMH?

Hay unas exigencias de ley: títulos de posgrado, años de experiencia, conocimiento de las diferentes expresiones de conflicto. Y hay otras de sentido lógico. En un contexto de escepticismo social, de cuestionamientos al Estado por parte de distintos sectores y de temores frente a la instauración de una memoria oficial, el Centro se propuso construir relaciones de confianza con los sectores del país. Y lo hicimos de manera exitosa apostándole al rigor académico y a una mirada múltiple hacia las víctimas de todos los actores involucrados, incluso los del Estado, contra la politización y la instrumentalización de la memoria del conflicto armado. A mi juicio, y en todo caso, desde la dirección del Centro no se le puede hacer el juego al negacionismo, y a ciertos “equilibrios” que apuntarían a complacer a la gradería.

Pues los supuestos aspirantes a sucederlo asombran por su activismo en cuanto a lo que usted señala: el negacionismo de la verdad completa. ¿Le preocupa que “instrumentalicen” el Centro de Memoria?

Es el temor que ha suscitado la puesta en escena de algunos nombres para el relevo.

Quienes rechazan el Acuerdo de Paz han criticado su tarea y la de sus investigadores por pertenecer, según dicen, a la izquierda, y por ser supuestos enemigos del Estado y sus agentes. ¿Qué les responde?

Estoy seguro de que quienes hacen esas afirmaciones no conocen la extensa obra del Centro. No hemos ocultado, minimizado o eludido las responsabilidades de ninguno de los agentes responsables de las violaciones de derechos, incluidos los estatales. Le puedo mencionar una lista de casos en que la responsabilidad recae sobre la guerrilla y le menciono informes que dan cuenta de actos como el de la masacre de Bojayá; el de Granada, Antioquia; el de minas antipersonales; los de secuestro, la tomas guerrilleras y el asesinato de los diputados del Valle del Cauca. Esto sin contar con que, dada la naturaleza de nuestro conflicto, en gran parte de los territorios y de los casos hay responsabilidades cruzadas. Es decir, compartidas por los distintos actores del conflicto simultáneamente o en momentos diferentes, y en los mismos escenarios territoriales.

¿No desilusiona trabajar durante 11 años con un equipo de historiadores, sociólogos, antropólogos, etc., para que al final todo parezca frustrarse?

No. No abrigamos ningún sentimiento de frustración. Por el contrario, hoy nos sentimos más gratificados con la constancia de la escala de apropiación social que existe en torno al Centro y del impacto que ha causado nuestro trabajo entre quienes son los principales destinatarios de este proceso: las víctimas y las comunidades que han sufrido directamente los estragos de la guerra.

Uno de los principales objetivos del CNMH es, fuera de que conozcamos nuestra historia, el de cumplir con el derecho de la sociedad a saber la verdad. Tanta inquietud alrededor del Centro, ¿demostraría el miedo de unos grupos y personas a que se sepa esa verdad?

Obviamente, la verdad genera temores entre quienes han sido promotores o beneficiarios de la guerra. Y, efectivamente, la sociedad tiene derecho a conocerla. El Estado es su garante y no puede eludir esa responsabilidad. De todas maneras, las exigencias de la sociedad, en este punto y en esta materia, son irreversibles.

¿Irreversibles? Me parece que, pese a eso, el poder público actual tiene la capacidad de manipular la verdad para ponerla al servicio de ciertos intereses y controlar lo que se acepte o se niegue oficialmente…

Hay quienes quieren ver el Centro de Memoria Histórica como un contrapeso de la Comisión de la Verdad. Nosotros nunca trabajamos de esa manera. Nuestra línea explícita fue la de transferir todos los conocimientos que acumulamos a la nueva institucionalidad del sistema de verdad, justicia, reparación y no repetición. Y también la de sumar esfuerzos y colaborar mutuamente. Para nosotros, poner en riesgo o constreñir las capacidades de una de las instituciones del sistema pone en riesgo o constriñe el desempeño de todo el conjunto.

¿En qué sentido podrían ver el Centro como contrapeso de la Comisión de la Verdad? ¿Tratarían de desvirtuar en una entidad lo que se conozca en la otra si se filtra un relato “inconveniente”?

Más bien se trataría de romper la mirada integradora del CNMH, de contar la historia de todas las víctimas; y, en cambio, negarles el reconocimiento de su condición, según el tipo de victimización que sufrieron y el perpetrador que padecieron.

Otra misión del Centro, como su nombre lo indica, es la de consolidar y organizar los archivos del conflicto. ¿Cómo han adelantado usted y su equipo esa tarea?

El acopio, procesamiento y protección de los archivos de las víctimas, instituciones, organizaciones de derechos y comunidades son unas de las tareas fundamentales del CNMH. Allí está la palabra viva sobre sus experiencias traumáticas, sus formas de resistencia a los violentos y sus reclamos. Hoy las guarda el Centro gracias a la confianza que hemos construido en estos años con ellas. Para mantenerla, desde hace un par de años comenzó a formalizarse lo que llamamos un Pacto por la Memoria con el fin de generar un fondo de información pública, crear unas pautas de protección de lo depositado, alertar sobre los riesgos que pueden cernirse e intercambiar experiencias sobre formas de blindaje a la información.

¿Cuáles son los otros ejes de la tarea encomendada al CNMH y en qué estado quedan?

La Dirección de Acuerdos de la Verdad que recoge y procesa los relatos de contribución al esclarecimiento de la verdad de unos 18.000 exparamilitares que se acogieron a este mecanismo no judicial terminará este año con la recepción de relatos que aportan información básica sobre las estructuras paramilitares. Este trabajo está avanzado en más de dos terceras partes. También se encuentran los informes sobre los bloques Tolima y Calima, y sobre las autodefensas del Meta y Vichada. Se trata de una tarea muy particular en que el Centro recoge la voz del perpetrador, contrastada con el testimonio de sus víctimas y de otros actores en las distintas regiones.

Se ha dicho que la construcción del Museo de Memoria se podría enredar por falta de voluntad política. ¿Es cierto?

No creo. Es un compromiso de Estado, es un compromiso legal que proviene de los acuerdos y es un compromiso con la sociedad. El museo, como proceso social, está en construcción hace tiempo. Y es imposible echarlo para atrás, porque hay acuerdos internacionales y apoyos económicos que también comprometen al Estado, fuera de que existe un Conpes (documento del Consejo de Política Económica y Social) firmado y en que le asigna un presupuesto que es de destinación específica. Por eso me atrevo a decirle que es un proceso irreversible. Lo que podría ser objeto de discusión es el tipo de relato que se materialice ahí.

¿Quién sucederá al profesor Gonzalo Sánchez?

El Centro Nacional de Memoria Histórica, una de las instituciones más respetadas del Acuerdo de Paz, ha estado a cargo de Gonzalo Sánchez, un abogado, filósofo y sociólogo político que ha dedicado décadas al estudio del conflicto armado. Pero ante su renuncia irrevocable, que hará efectiva en los próximos días, se despertaron las alarmas sobre la orientación, no necesariamente independiente y neutral que se le daría a la entidad que reconstruye la historia de la guerra y sus atrocidades, y cuya tarea, hasta ahora, ha sido impecable, según reconocimientos y premios que se le han otorgado tanto al profesor Sánchez como a su equipo de investigadores. Hace unos días, cuando El Espectador reveló los nombres de quienes podrían reemplazar al director del Centro, se suscitó un fuerte debate en redes sociales y en los círculos intelectuales por la calidad de activistas de gran agresividad verbal e intolerancia política, de los que figuraban en la lista. La protesta  contra los presuntos candidatos llegó al punto de recoger firmas en el país y el exterior para solicitarle al Ejecutivo que se abstuviera de concretar el nombramiento del nuevo rector del Centro, si  se trataba de uno de los cuestionados aspirantes. Todavía se desconoce en quién recaerá semejante responsabilidad.

El Museo de Memoria, “un espejo” de la guerra

¿Cuál es la importancia de construir un Museo de Memoria Histórica, otro de los objetivos del Centro que usted ha dirigido hasta ahora?

Para desactivar la guerra, es necesario reconocer lo que pasó con cada uno de nosotros, en ella. El Museo de Memoria Histórica se pensó y se proyecta como un espejo en el cual podremos ver  lo que hemos sido, e imaginar lo que seremos. Un visitante del museo podrá comprender mejor el conflicto colombiano, sus orígenes, sus cambios, los factores que lo han hecho tan largo y los impactos que ha generado. Podrá encontrar también, allí, los relatos de quienes han sufrido y enfrentado los impactos de la guerra en su vida cotidiana. Más allá de esta función pedagógica, el monumento será un espacio para explorar la memoria de las víctimas, de las comunidades y de las organizaciones en los territorios que han imaginado modos posibles de vivir en una Colombia en paz.

¿Dónde se levantará el edificio?

El Museo estará ubicado sobre la avenida El Dorado, que es un eje articulador de la capital, con la Avenida de las Américas, en la alameda que enlaza el Centro Administrativo Distrital con el Parque de la Democracia y la Plaza del Concejo de Bogotá. El Museo es, en últimas, la institución de verdad, memoria y reparación  de más larga vocación.

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Por Cecilia Orozco Tascón / Especial para El Espectador

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