La presidencia de Virgilio Barco, fragmento del libro de Malcolm Deas

El Espectador publica un fragmento del capítulo V, titulado La presidencia, de la obra "Barco", publicada por la editorial Penguin Random House, que se convierte en “un novedoso aporte a la historia política de Colombia”.

Malcolm Deas
20 de septiembre de 2019 - 02:34 a. m.
Virgilio Barco fue presidente de Colombia en el período 1986-1990. / Archivo El Espectador
Virgilio Barco fue presidente de Colombia en el período 1986-1990. / Archivo El Espectador

El historiador inglés Malcolm Deas hace, en un reciente libro Barco: vida y sucesos de un presidente crucial y el violento mundo que enfrentó, hace un recorrido por la vida del presidente colombiano Virgilio Barco, quien estuvo al frente del Estado es una de las épocas más violentas de la historia nacional.

Señala que, si bien, Barco fue un hombre que ofrecía de primera mano “atractivos inmediatos a un biógrafo”, como que no era un gran líder de masas, un gran orador o un personaje maquiavélico, su talante discreto, serio, austero y hasta distante se convierte en una singularidad “que lo vuelve más interesante”.

El Espectador publica un fragmento del capítulo V, titulado La presidencia, de la obra publicada por la editorial Penguin Random House, que se convierte en “un novedoso aporte a la historia política de Colombia”.

Le puede interesar: Virgilio Barco, según Malcolm Deas

La presidencia

En los capítulos anteriores hemos narrado la juventud, educación y primeros pasos por la política de Virgilio Barco y su período de alcalde de Bogotá. Son etapas menos conocidas de su vida o, en el caso de la última, menos recordada que su presidencia.

Hemos resumido brevemente su carrera en los intervalos anteriores y posteriores a su alcaldía, sus primeros ministerios durante los mandatos de Alberto Lleras y Guillermo León Valencia, sus cargos diplomáticos y su paso por la junta del Banco Mundial.

Como comenté en el prólogo, con Carlos Ossa editamos en 1994 un libro sobre los principales temas de su administración, para fijar un testimonio o registro que por lo menos sirviera para estudios posteriores. Entonces escogimos el método de alternar capítulos escritos por protagonistas con otros escritos por críticos neutrales, que no habían colaborado en el gobierno, y advertimos a los participantes de este proceso, y así evitar el exceso de celo en la defensa y en el ataque. Creo que el resultado sigue siendo de consulta obligatoria, y que sería ocioso, además de cansón, tratar de resumir en este ensayo el contenido de ese libro. Tampoco quiero escribir una crónica de los eventos de los años de su administración (1).

Lo que sigue es una reflexión de otra índole, sobre la naturaleza y significado de su gobierno, que tiene por lo menos la ventaja de la perspectiva que da más de un cuarto siglo desde el final de su administración. Quiero especular sobre la importancia en ese gobierno de su personalidad y de su formación, sobre su singularidad polí- tica y, de manera menos personal, sobre cómo era —y de muchas maneras, sigue siendo— el ejercicio de la presidencia en Colombia.

Virgilio Barco fue elegido presidente con un total de 4'214.510 votos, frente a 2'588.050 para Álvaro Gómez, 328.752 para Jaime Pardo Leal, de la Unión Patriótica (UP), y 46.811 para Regina 11. Ganó con el 58,29 % del voto total.

La persona que llegó al poder el 7 de agosto de 1986 fue una de las mejor preparadas para su ejercicio en la historia del país. Mejor preparada por su educación y su experiencia en una larga serie de puestos públicos. Había aprovechado plenamente una formación privilegiada en el Massachusetts Institute of Technology, en el ambiente progresista y positivo de los Estados Unidos de Franklin Roosevelt y de la Segunda Guerra Mundial. Allá se graduó en la exigente facultad de Ingeniería. Para su generación, cursar un grado en el exterior de modo tan completo y exitoso no fue nada común, y mucho menos para jóvenes colombianos de provincia. Es un hecho que muchos de los presidentes de Colombia han sido en su juventud estudiantes destacados —López Michelsen, Samper, Gaviria, entre los recientes— y en su madurez eruditos o estudiosos notables —Ospina Rodríguez, Núñez, incluso Mosquera (por lo menos en sus pretensiones), Caro, Suárez—(2). Como observó López Michelsen, la erudición no es ninguna garantía de buen gobierno (3). Barco fue excepcional en su disciplina de ingeniería dadas las prácticas de trabajo inculcadas en MIT que, por lo menos, eran garantía de seriedad (4).

Un resumen de su carrera pública: de regreso al país, entró enseguida en la administración pública, en Norte de Santander y en el Ministerio de Comunicaciones. En la política, tuvo la muy dura experiencia de la violencia en una de las regiones más sectarias del país, e hizo su primer paso por el Congreso. Entre quienes llegaron a la presidencia, fue el que más de cerca y de manera más intensa enfrentó las realidades de la política regional y local.

En su segundo exilio, hizo estudios de economía en el MIT y sobre América Latina en la Universidad de Boston.

Bajo el Frente Nacional, Barco fue ministro de Obras Públicas de Alberto Lleras, y en la administración de Guillermo León Valencia, brevemente, ministro de Agricultura y fue nombrado ministro de Hacienda, aunque no aceptó el cargo por conflicto de intereses; con Carlos Lleras Restrepo fue alcalde de Bogotá.

Siguió siendo cucuteño (5). De manera tal vez menos visible, sus orígenes cucuteños influyeron en su gobierno. Sin entrar en el trajinado y tedioso debate sobre si existe o no, o qué significado tiene en Colombia “la oligarquía”, me atrevo a mantener que Barco no fue “oligarca”. O tal vez fue oligarca en Cúcuta, pero no en Bogotá. Tuvo amigos e incluso parientes en altos círculos bogotanos —entre ellos, el “tío Vargas”, quien compartió bufete con Alfonso López Michelsen—. Tuvo siempre entrada en la alta sociedad bogotana, pero nunca fue de sus entrañas, y nunca manifestó un interés proustiano en sus ansiedades y complejidades. Esta característica fue un aspecto de su independencia.

Otro aspecto de sus orígenes cucuteños fue el relacionado con sus circunstancias económicas. Como ya hemos detallado, fue heredero de una buena fortuna, un hombre acomodado. Nunca, para usar la ambigua frase colombiana, tuvo que “hacer negocios”, y no le interesaba hacerlos. Su relación con los gremios económicos fue distante: siendo presidente, me dijo una vez: “Esa gente no hace sino pedirme cositas”.

Barco llegó a la presidencia por su propio peso, sin el patronazgo decidido de los otros jefes de su partido. En el Partido Liberal faltaron rivales de peso: ni Augusto Espinosa Valderrama ni Víctor Mosquera Chaux, posibles candidatos, tuvieron muchos seguido- res, y Luis Carlos Galán no iba a repetir su disidencia de 1982.

Barco tuvo el apoyo del Partido Liberal. Los despachos diplomáticos ingleses relataron la abrumadora superioridad de la maquinaria liberal y la derrota inevitable de Álvaro Gómez Hurtado, cuya campaña pronto mostró señales de desesperación (6).

Uno de sus principales enlaces en el partido fue el senador Eduardo Mestre. Tengo la impresión, por la lectura de su archivo y por conversaciones con sus colaboradores, que Barco en cierto grado compartimentó sus relaciones. Su preferencia fue siempre trabajar con un solo individuo o con grupos pequeños, sobre temas específicos. En la campaña, el tema con Mestre fue el manejo del Partido Liberal y su trabajo sistemático departamento por departamento. Una vez Barco fue elegido, con la votación liberal y nacional más alta de la historia, el papel desempeñado por Mestre fue el de ser uno de sus enlaces con el Congreso. Mestre no formó parte del círculo o los círculos que elaboraron las políticas del gobierno (7).

Las relaciones de Barco con los presidentes anteriores son otra evidencia de su independencia. Su amistad más cercana fue con Alberto Lleras Camargo. Fueron en el aspecto de sus credos políticos dos temperamentos afines, y a Lleras Barco le debió su primer nombramiento como ministro. Compartieron la combinación del Liberalismo de Colombia con el de Occidente, y un inmodificable apego a las reglas básicas de la democracia representativa, con la enfática inclusión de los fueros de la oposición. Sin embargo, no parece que Alberto Lleras, ya envejecido, influyera en su elección como presidente, ni en el desempeño de su gobierno. No hay rasgo de su presencia en los archivos que he visto. Al principio de su retiro en Chía, con sus modestos y fotogénicos paseos en bicicleta, Lleras Camargo siguió bastante activo en la alta política, pero el retiro, al principio solo aparente, se volvió en sus últimos años un retiro verdadero. Murió en enero de 1990 (8).

Con Carlos Lleras Restrepo, más hacedor y emprendedor que su primo, y en eso más parecido al ingeniero Barco, hubo cierta lejanía. Discreparon en sus ideas. Barco nunca fue “cepalino”, y en economía no fue un entusiasta de la reforma agraria a la antigua: intercambiaba ideas con Lauchlin Currie, desde los tiempos de su paso por los ministerios de Obras y Agricultura (9). Como hmos escrito, las malas lenguas dijeron que Lleras lo nombró alcalde para evitar nombrarlo ministro, y alegan que, al terminar su exitosa alcaldía, estuvo algo celoso de su fama. De todos modos, el poder e influencia de Lleras Restrepo habían disminuido mucho entre 1970 y 1986 (10).

Barco y Alfonso López Michelsen no tuvieron temperamentos afines. López también había tenido una educación en el exterior e hizo un bachillerato distinguido en Francia. Sus estudios fueron humanistas y jurídicos, y siempre fue literato y lector. Por con- traste, es imposible imaginar a Barco escribiendo una novela o dictando una conferencia sobre José Asunción Silva. Barco tuvo a fines de los años cincuenta un breve paso por el MRL y fue más tarde, en 1977, nombrado por López embajador en Washington, pero el curso de la política los distanció —recordemos que López fue un buen rato opositor, no admirador incondicional de Alberto Lleras— y en los primeros años de los años ochenta claramente los separó la decisión de López de buscar su reelección en 1982: mató en esa fecha la posible candidatura de Barco (11). La famosa frase de López en 1986: “Si no es Barco, ¿quién?”, no puede interpretarse, ni fue interpretada, como una adhesión ferviente. No obstante, hubo un grado de mutuo respeto: López colaboró como miembro de la Comisión de Relaciones Exteriores con trabajos extensos, y Barco en eso apreció su ayuda, aunque deben haberle gustado menos sus críticas al proyecto de cambio constitucional, en particular a su redacción —según López, poco castiza, indigna de un país de tanta fama en ese campo—. En una entrevista López dejó constancia de que Barco tuvo “carácter, algo que con frecuencia en este país se confunde con el mal carácter” (12).

El archivo muestra que entre los expresidentes liberales el que más influencia tuvo en la presidencia de Barco fue Julio César Turbay, una influencia discreta pero de peso, que ha pasado casi sin ser notada. La comunicación entre Barco y Turbay fue frecuente, siempre sobre temas políticos gruesos, aun cuando Turbay estuvo lejos del país como embajador en el Vaticano. Su asesoramiento y su acción parecen importantes, incluso decisivos, en el manejo del Partido Liberal, aunque Turbay nunca apoyó el esquema de gobierno-oposición (13).

Notas al pie

  1. Carlos Ossa y Malcolm Deas, ed., El Gobierno Barco. Política, economía y desarrollo social, 1986-1990, Bogotá: Fedesarrollo y Fondo Cultural Cafetero, 1994. Entre los libros de consulta obligada que ofrecen buenas narrativas de su administra- ción, además de análisis, están: Rafael Pardo Rueda, De primera mano. Colombia 1986-1994: Entre conflictos y esperanzas, Bogotá: Norma y Cerec, 1996, y María Jimena Duzán, Crónicas que matan, Bogotá: Tercer Mundo, 1992. Lo agudo de la crisis de 1989 ha sido narrado recientemente en María Elvira Samper, 1989, Bogotá: Planeta, 2018. Una compilación contemporánea, estimulante, desde el inevitable punto de vista crítico de la academia, es la de Francisco Leal Bui- trago y León Zamosc, ed., Al filo del caos, Bogotá: Tercer Mundo y Universidad Nacional/IEPRI, 1990.
  2. Incluso Mosquera: exiliado en Lima por el golpe de 1867, Mosquera publicó un tratado de unas 200 páginas: Cosmogonía. Estudio sobre los diversos sistemas de la creación del Universo y de los adelantos hechos en las ciencias en los últimos tiempos, Lima: Imprenta del Estado, 1868. El nombre del autor en la portada del libro es seguido por una larga lista de las sociedades de sabios en Europa y las Amé- ricas de las cuales el Gran General fue miembro.
  3. Es difícil argumentar que Caro fue un buen gobernante. A propósito de la importancia de la gramática, López Michelsen me dijo una vez que escribir mal fue un síntoma de mal gobierno, pero escribir bien no necesariamente produjo buen gobierno. Como ya hemos notado, Barco siempre tuvo mucho cuidado en escribir sus cartas y documentos: en eso fue un poco obsesivo. (Co- municación personal de Efraín Sánchez Cabra, primer secretario durante su última embajada en Londres).
  4. No tan excepcional: otros presidentes ingenieros fueron Pedro Nel Ospina, Mariano Ospina Pérez y Laureano Gómez. Barco no aspiraba a la erudición: su biblioteca fue modesta, la de un hombre serio y práctico: hay una sección que muestra una afición personal: un par de docenas de libros sobre Cúcuta y los Santanderes. No parece que hubiera tenido inclinación a leer sobre política ni sobre filosofía política. No fue bibliófilo. En lo académico, siempre mantuvo sus nexos con el MIT; en Bogotá fue parte del grupo fundador de la Universi- dad de los Andes, y en un momento su Consejo Superior pensó elegirle rector.
  5. No comparto plenamente la observación de que “Barco fue estadista en Bo- gotá y manzanillo —o cacique— en Cúcuta”. Para conocedores de la política colombiana, un manzanillo no es lo mismo que un cacique, y este último tér- mino por lo general es despectivo. Siempre el Norte de Santander fue una de sus bases políticas —es un poco erróneo llamarle “su base política” cuando se recuerda que ganó la presidencia con la votación hasta entonces más alta en la historia del país— y su archivo muestra su conocimiento íntimo de la política del departamento y de su ciudad capital, pero su interés en Cúcuta y en Norte de Santander abarcaba mucho más que los votos. Siguió de cerca el progreso de la Fundación Barco, el centro médico del testamento de su abuelo, y se preocupó por muchos asuntos menores de la región, como la suerte de los archivos históricos de Girón y el patrimonio cultural de Pamplona.
  6. Los informes contienen un listado de las distintas máquinas regionales: la de José Name Terán en la Costa, la de Bernardo Guerra Serna, confieso clientelis- ta paisa —un informe inglés le cita: “I am proud to be called clientelista; it means I serve the people well”—, la de Alberto Santofimio y la del contralor… Ver National Archives, Kew, U. K. serie fco 7/6797. Embajador J. A. Robson a P. A. McLean, 3 de septiembre de 1986. (En general, la información inglesa fue bastante completa y los juicios de sus diplomáticos acertados, aunque a mis ojos con una ligera tendencia a subestimar la pericia política del presidente). La primera ministra Margaret Thatcher llegó a tomar un interés personal en los proble- mas del país y dio a Barco apoyo pronto y práctico en su enfrentamiento con el narcotráfico.
  7. Eduardo Mestre es santandereano, nacido en Bucaramanga en 1936. Inge- niero de la Escuela de Minas de Medellín. Su primer contacto con Barco fue cuando trabajaba en la Caja Agraria en proyectos de riego y colonización. En el Incora conoció a Carlos Lleras Restrepo, quien lo “metió en la política”; empezando en el Concejo de Bucaramanga y pronto llegó al Congreso, que fue su escenario de trabajo preferido. Fue presidente del Directorio Nacional del Partido Liberal y miembro del “grupo del contralor (Roberto González García)”, de alto peso político y jefe de un gran fortín burocrático. En 1980 Mestre ya miró a Barco como la figura para unir un partido dividido. Resume su propia línea durante el gobierno de Barco con la frase: “La nación para el Partido Liberal, y los departamentos para los parlamentarios”. Observa que su tarea se hizo más difícil con la progresiva pérdida de contacto del presidente con los políticos, que se ve en sus diferencias con el Congreso en los asuntos de la Constituyente y de la extradición. (Entrevista con el autor, septiembre del 2017). Es cierto que Barco intentó impedir la intromisión de los políticos en sus programas bandera, como el Plan Nacional de Rehabilitación (PNR). El re- sentimiento de ellos era apenas natural: pusieron sus votos, pero no recibieron la recompensa esperada.
  8. Sobre sus últimos años, véase Leopoldo Villar Borda, Alberto Lleras, el último republicano, Bogotá: Planeta, 1997. Villar Borda anota que Barco fue el único presidente que asistió, en calidad de amigo, al entierro privado, antes de las exequias más concurridas, con presencia de los otros expresidentes: Virgilio Barco, p. 352; muestra también la independencia de Barco en el vis a vis con Lleras Camargo y los otros expresidentes liberales en el manejo de las secuelas de la toma del Palacio de Justicia p. 216.
  9. Currie estuvo cerca de Barco en sus primeros dos ministerios, de Obras y de Agricultura, y ejerció una marcada influencia en su alcaldía: ver capítulos pre- vios. Sobre el pensamiento de Currie, véase Roger Sandilands, The Life and Poli- tical Economy of Lauchlin Currie, Durham, NC, y Londres: Duke University Press, 1990, y mi artículo “La llegada a Colombia de la noción de subdesarrollo”, en Rubén Sierra, ed., La restauración conservadora, 1946-1957, Bogotá: Universidad Nacional, 2012.
  10. “Ahora no voy a ser compañero de viaje de ningún grupo, partido o conglo- merado” (Carlos Lleras sobre la candidatura Barco en 1986, citado en Villar Borda, Virgilio Barco, p. 213).
  11. Para los detalles de las maniobras de 1982, véase el capítulo de Garry Hoskin en Deas y Ossa, El Gobierno Barco.
  12. Semana, 17 de noviembre de 1987.
  13. Como es el caso con la mayoría de los presidentes y de los gobiernos en la historia del país, Turbay no ha sido sujeto de ninguna biografía, ni su adminis- tración tema de un estudio serio. Perdió la simpatía de los intelectuales y de la academia con el Estatuto de Seguridad y su mano dura con la subversión. Sus críticos enfatizan la represión, frecuentemente sin mencionar las acciones de la guerrilla que la provocó. Por eso muchos no se dan cuenta de sus fortalezas: paciencia, maestría en los detalles de gobierno y de la administración, repre- sentatividad: un presidente de clase media en una sociedad más y más de clase media. Y tuvo sentido de la proporción: no parece tan ridículo hoy, cuando el país sufre de una corrupción mucho peor, su famoso propósito de “reducirla a sus debidas proporciones”; ojalá que fuese posible. Tuvo además una singu- laridad que sale destacada en un recorte de prensa guardado en el archivo de Barco: en su paso por la vida pública, Turbay fue entre los políticos “el único que jamás le ha dicho una palabra hiriente a ningún amigo o enemigo”; nunca cobraba venganzas. Fuera de Bogotá gozó de un grado de popularidad que sus críticos bogotanos no han entendido: “A mí me critican —se defendió en una famosa ocasión— por bailar en Cúcuta”. A los cucuteños eso probablemente les cayó bien. Según el huilense ministro de Justicia Guillermo Plazas Alcid, un hombre de origen humilde, “el país respeta a Lleras, admira a López y quiere a Turbay”: Semana, 2 de agosto de 1988, una opinión que, si el lector no la comparte, por lo menos debe ponderarla. Los temas de las violencias, las guerrillas y la paz han dominado tanto dentro y fuera de la academia, que han dejado poco campo para los otros aspectos de la historia política del último medio siglo.

Por Malcolm Deas

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar