La revolución sandinista también fue un espejismo colombiano

Desde Bogotá y Cali, centenares de jóvenes se fueron a combatir y ayudaron a derrocar la dictadura, pero hoy condenan la tiranía de Daniel Ortega, que llevó la revolución al fracaso. Desde una correctora de El Espectador hasta un torero, entre los perfiles que reconstruimos a partir de testimonios y documentos.

Nelson Fredy Padilla / npadilla@elespectador.com
21 de julio de 2019 - 02:00 a. m.
Kemel George (izq.), universitario; María Claudia Linares, correctora de este diario; Álvaro Zúñiga, torero, y Édgar Quintero, universitario, hablaron a su regreso de la guerra, en agosto de 1979. Varios de ellos volvieron para la reconstrucción de Nicaragua. / Archivo El Espectador - Manuel Rodríguez
Kemel George (izq.), universitario; María Claudia Linares, correctora de este diario; Álvaro Zúñiga, torero, y Édgar Quintero, universitario, hablaron a su regreso de la guerra, en agosto de 1979. Varios de ellos volvieron para la reconstrucción de Nicaragua. / Archivo El Espectador - Manuel Rodríguez

Entre mediados de 1978 y junio de 1979, la Colombia juvenil y la política coincidían en protestas y mítines contra la dictadura de más de 40 años de Anastasio Somoza en Nicaragua. En Bogotá y Cali los comités de solidaridad con la causa sandinista no daban abasto atendiendo muchachos y muchachas que querían ir a combatir a Centroamérica. En El Espectador aparecían avisos de media página en los que movimientos políticos como ¡Firmes! los convocaban a unirse a esa lucha. En El Tiempo el periodista Daniel Samper Pizano publicó una columna titulada “Necesítase gente”. Llamaba: “En la calle 17 4-49, oficina 201, de Bogotá, están necesitando gente. No dan trabajo ni prometen enriquecer aspirantes de la noche a la mañana a través de la venta de enciclopedias. Lo único que ofrecen es la posibilidad de perder la vida, sometiéndose a riesgos e incomodidades y llevar durante un tiempo incierto una vida llena de peligros. A cambio solo brindan la oportunidad de luchar por la liberación de un pueblo. En este lugar funciona la oficina de reclutamiento de combatientes colombianos que quieran voluntariamente alistarse en la lucha armada contra la dictadura de Anastasio Somoza en Nicaragua”. (Entrevista de El Espectador al escritor nicaragüense Sergio Ramírez sobre su vida revolucionaria).

En las universidades había manifestaciones a diario contra el régimen somocista y contra el Estatuto de Seguridad del gobierno colombiano de Julio César Turbay Ayala. Uno de los que se cansó de participar en manifestaciones desde el paro cívico nacional de 1977 y de pagar calabozo fue Carlos, del Valle del Cauca, uno de los 1.500 colombianos que se calcula llegaron a Nicaragua por la frontera sur de ese país con Costa Rica para sumarse a las fuerzas del Frente Sandinista para la Liberación Nacional. Él llegó al tiempo que combatientes de las nuevas guerrillas colombianas Farc, Eln, Epl y M-19. Ellos fueron enrolados en el frente sur por su grado de entrenamiento y Carlos, por saber de comunicaciones.

“Con escasos 20 años de edad, hacía semanas que había decidido que era más urgente irme a combatir a Nicaragua que hacer la tesis para graduarme de periodista. En Colombia militaba en el Frente de Estudiantes Revolucionarios y en ¡Firmes! Asistía a charlas de intelectuales como Diego Montaña, Gerardo Molina, Jorge Orlando Melo, Enrique Santos Calderón y Samper Pizano. Gobernaba Turbay, hacíamos grandes movilizaciones, nos ponían presos y estábamos frustrados al no ver cambios sociales por la vía política mientras veíamos imágenes de la revolución sandinista, de jóvenes que luchaban contra la peor dictadura de la época. Estaba seguro de que podía hacer más que ayudar a recoger dinero en la calle para la campaña ‘Una bala contra Somoza’, para tumbar y matar al ‘perro rabioso’, como lo llamábamos. Decidí que la primera trinchera de lucha era Nicaragua, porque en Colombia la guerrilla no era guerrilla. Entré clandestino para la ofensiva final de los sandinistas. Me dieron instrucciones básicas y tuve mi primer combate en la región de Rivas, la segunda ciudad del país. Ahí aprendí a sobrevivir en medio de las balas con una carabina de seis tiros. Esa guerra fue una cosa extraordinaria”. (Entrevista de El Espectador al Nobel Mario Vargas Llosa sobre la guerrilla colombiana).

En el primer semestre de 1979, en Bogotá fueron entrevistados 1.200 aspirantes a integrar la llamada Brigada Simón Bolívar. Solo 46 colombianos y siete nicaragüenses radicados en Colombia fueron entrenados y enviados en el primer contingente, recibido por el comandante sandinista Edén Pastora. De la logística de reclutamiento y adiestramiento inicial se encargó el Partido Socialista de los Trabajadores. Los reclutas quedaron bajo el liderazgo de Kemel George, entonces líder universitario, luego congresista colombiano y hoy destacado académico. En las páginas del semanario El Socialista, que él dirigió, se encuentra parte de esta historia; Camilo González Posso, secretario político del partido, hoy historiador, exministro y activista por la paz, y Darío González y Javier Múnera, miembros del comité central.

En la primera lista había mujeres como María Claudia Linares, que era correctora de El Espectador y, según recuerdan quienes la conocieron, muy buena lectora de ensayos políticos. En la medida en que el movimiento de apoyo al sandinismo creció, ella tomó la decisión de renunciar y declararse “rebelde con causa”. Junto a ella había hombres tan convencidos como Álvaro Eliécer Zúñiga Zúñiga, nacido en Cali en 1962 y ya conocido en el mundo taurino como el matador Álvaro Torel. En 1977 había tomado la alternativa en la Plaza de Toros La Santamaría de Bogotá y su estreno coincidió con una pésima corrida, aunque de los silbidos del público lo salvó una gran estocada. “Era valiente, le gustaba arriesgar la vida frente a los pitones”. Pero la profesión andaba de capa caída, hasta el punto que participó en una huelga de hambre de toreros, que reclamaban garantías laborales y terminaron detenidos por el gobierno Turbay. Vivía tan indignado que ir a la guerra le pareció la mejor opción. A su vuelta diría a este diario: “Soy feliz porque derrumbamos la dictadura”.

En los frentes de batalla el voz a voz de los colombianos era tal que el propio dictador Somoza acusó a Colombia, a finales de 1978, de hacer parte de “una conjura comunista” contra su gobierno.

En 1979 Carlos era conocido como Latino, identidad con la que pidió a El Espectador ser citado. Su historia es conocida por otros excombatientes colombianos que estuvieron en Nicaragua, como Diego Arias, otro valluno exmilitante del M-19, que estuvo en Managua en tránsito a la posterior guerra en El Salvador. Latino fue testigo de la caída de Somoza desde el frente sur: “Hace 40 años estábamos enfrentando a la Guardia Nacional en Peñas Blancas en una avanzada del ejército sandinista y un grupo de internacionalistas. Nos enteramos por radio de la huida del dictador el 17 de julio. Celebramos mientras íbamos, de combate en combate, camino a Rivas, donde se pensaba instalar el gobierno provisional. Por eso no estuve el 19 de julio en la entrada triunfal a Managua. Mi participación tenía que ver con llegar a esa región a limpiarla de somocistas y tomar el control. Fueron días emocionantes pero muy convulsionados y difíciles. En esos momentos marchaba al lado de los combatientes, ellos con fusiles M-16 y Fal. Yo como encargado de comunicaciones no iba en la primera línea, pero sí muy cerca. Uno está tan comprometido que no mide el peligro, más bien como que levita mientras oye y siente disparos y explosiones; ves a compañeros que caen heridos, caminas y vas encontrando muertos, ocupando posiciones abandonadas. Me llegan imágenes de trincheras, restos de comida, munición regada, uniformes tirados, porque muchos somocistas se disfrazaron de civil y hasta de mujeres para salvar la vida. Mientras peinábamos los cerros, iba tomando notas o grabando audio y video. Me tocaba hacer reportes para Radio Sandino, la base de apoyo en San José de Costa Rica, y para los medios de comunicación. Escribía partes de guerra con qué tipo de combate, en qué kilómetro, bajas y heridos, material recuperado entre intendencia, fusiles, munición; citaba a los habitantes que quedaban, denunciando a la dictadura”.

El mismo 19 de julio, Colombia y la mayoría de países latinoamericanos reconocieron la legitimidad del gobierno sandinista. El 25 de julio se confirmó la muerte de dos colombianos en combate: Mario Cruz Morales, de 20 años. Nació en Honda, Tolima, pero creció en El Socorro, Santander: “Músico. Mecánico de motos”, había escogido el nombre militar de Pijao. Pedro J. Ochoa García, de 35, era antioqueño. Trabajó en Ecopetrol, se despidió de su esposa e hija en Medellín, se presentó y fue escogido bajo el nombre de guerra Biófilo. Cayó el nicaragüense Max Leoncio Senqui Casco, de 19 años, alumno de la Universidad Autónoma de Bogotá.

Entre los heridos que dejó la ofensiva final estaba Javier Múnera. También María Claudia Linares, la excorrectora, para entonces conocida en el ejército sandinista como Segovia, “cuyas acciones intrépidas le valieron un rango de oficial en la guerrilla”, se lee en el libro de circulación restringida Nicaragua: reforma o revolución, publicado por Carlos Vig en Bogotá en 1980.

En la edición 165 de El Socialista, del 3 de agosto de 1979, se incluye un reporte desde Managua en el que Emiliano, comandante de la escuadra, dice: “Quiero decirle al pueblo de Colombia que reciba un saludo revolucionario de todos los nicaragüenses. Tanto Segovia como muchos más brigadistas de la Simón Bolívar han sido excelentes combatientes, bien disciplinados, conscientes y firmes en la lucha”. Y entrevistan a María Claudia, quien vivía los días más emocionantes de su vida emulando a su referente sandinista: Dora María Téllez, abogada graduada en Estados Unidos y la comandante más influyente desde que participó en la toma del Palacio Nacional, el 22 de agosto de 1978, que obligó a Somoza a liberar a 50 sandinistas encarcelados y pagar US$1 millón. Tras la guerra fue embajadora de Nicaragua en EE. UU. y representante ante Naciones Unidas.

El testimonio de la colombiana fue recogido en el cuartel del pelotón de seguridad del Gobierno de Reconstrucción Nacional, al que fue asignada por ser una de las mejores combatientes. Contó: “Pasamos por dos escuelas. En la primera recibimos instrucción militar, la otra era una escuela revolucionaria. Nos enseñaron a disparar y todas las cosas propias de lo militar. Luego nos incorporaron al Frente Sur, a la guerra de posiciones. Construíamos canales, trincheras, todo de noche. En el día había que estar tirado en el piso, en la noche hacíamos el trabajo de infraestructura. De día, escondidos para que no nos tumbara un cañón. En la tarde se presentaban los combates más fuertes”.

Le preguntaron ¿cuál fue la experiencia más dura en el combate? Respondió: “Los últimos días los combates fueron más difíciles. Uno de esos días íbamos para la colina 100. Nos ubicaron y nos dieron una cañoneada. Domingo y lunes enteros. Una esquirla me produjo una herida en la espalda. Afortunadamente va bien la curación, aunque está un poco infectada. Después que me recogieron y me curó el sanitario de la compañía me llevaron a la población de Las Vueltas y luego a La Cruz, ambas en territorio costarricense. Me desesperé mucho sabiendo que mis compañeros estaban peleando y yo andaba acostada. Me escapé del hospital y fui al sitio donde tenía que estar, en el combate. La guerra se gana así, peleando. Aquí vinimos todos dispuestos a entregar nuestra vida si era necesario. Algunos salimos bien y lamentablemente otros cayeron. Pero es por estos compañeros que Nicaragua es libre”. Ella volvió a Bogotá ese agosto, se reencontró con su mamá y anunció que volvería a Centroamérica. No pudimos saber más de su vida. Junto a ella lucharon colombianas como María Isabel Cadena, Chinadenga; Luz Mireya Velásquez, América; Beatriz Gómez y Elsa Rivera.

Carlos Latino también estuvo junto a la cúpula sandinista: “La última semana de julio conocí en Rivas a los de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, Violeta Barrios, Daniel Ortega, Sergio Ramírez, Alfonso Robelo, Moisés Hassan, y los acompañé en su gira triunfal por el sur, rico por ganadero y azucarero. Visitamos pueblo por pueblo y yo andaba en la caravana con ellos, subía al estrado para grabar lo que le hablaban a la población en los parques. Antes de cada manifestación yo debía organizar la propaganda, los micrófonos, la transmisión, la fotografía y luego los reportes escritos. Los cinco eran brillantes. Ortega era un líder nato, vital, le cabían todos los problemas del país en la cabeza, un animal político bárbaro. Todos eran marxistas leninistas hasta el tuétano, con excepción de Ramírez, que no fue combatiente sino intelectual de verdad y, al final, el más honesto. Parecían tener claro el proyecto de una sociedad sin clases sociales, justa, el famoso país de ríos de leche y miel. Les creímos, arriesgamos la vida por esos ideales y todo resultó una quimera”.

Quienes primero advirtieron en lo que terminaría convertida la revolución fueron los colombianos de la Brigada Simón Bolívar, pues desde que los líderes sandinistas anunciaron las primeras medidas empezaron a hacer salvedades frente a empresarios y propiedad privada y ellos, radicales trotskistas en “revolución permanente”, fueron a protestar frente a la sede de la Junta de Gobierno, razón por la cual se declaró suspendida su presencia en Nicaragua y fueron deportados hacia Panamá el 17 de agosto de 1979. Esto a pesar de que el Frente Sandinista, “en reconocimiento a su aporte a la victoria”, les había prometido la ciudadanía honoraria de Nicaragua, funciones en el Ejército Sandinista y sueldo para la tarea de reconstrucción del país. Habían llegado provenientes de cuatro frentes de combate y les habían asignado una sede en Managua, “una lujosa residencia de un colaborador de Somoza, equipada con mobiliario, alfombras y modernos aparatos electrodomésticos”, según los reportes consultados, que hablan de “tres importantes innovaciones: un equipo de impresión, una ametralladora en la puerta y otra en el techo”. En 2019 falleció Javier Múnera y el Partido Socialista de los Trabajadores dijo en su memoria: “Hoy, cuando la estrategia político-militar de la guerrilla colombiana ha evidenciado su fracaso, y la deriva autoritaria y genocida del gobierno de Daniel Ortega pone de presente la validez de los principios obreros y socialistas que defendió la Brigada Internacionalista Simón Bolívar, le hacemos un homenaje”.

Carlos Latino cuenta: “Una vez en el poder. Vivía en una irrealidad. Ortega me saludaba con un “cómo te va” y yo, un niño, un soldado raso, me declaraba a sus órdenes. A los de la Junta les gustó tanto lo que hice en el sur que me pidieron que me quedara en Rivas para manejar una emisora que se llamaba Radio Rumbos y que había sido bombardeada. La reconstruí y me dediqué al periodismo durante el gobierno revolucionario hasta el 10 de enero de 1981, cuando renuncié como militante del Frente Sandinista porque la guerra en El Salvador estaba en marcha y para allá me fui con otro grupo grande de colombianos. No me arrepiento. Si pudiera devolver el tiempo haría lo mismo, aunque debo reconocer que valiosos hombres y mujeres nicaragüenses, suramericanos, incluidos colombianos, murieron creyendo que el sueño era posible, pero los ídolos de la revolución terminaron en un precipicio de horror y de sangre”.

Coincide Diego Arias, exguerrillero del M-19, participante de procesos de paz en Colombia y hoy escritor e investigador de temas de memoria: “No hay punto de comparación entre el Daniel Ortega de la revolución sandinista que conocimos y llegamos a admirar y el de ahora, que gobierna casi dictatorialmente en Nicaragua. Las ambiciones personales han terminado imponiéndose por sobre los valores esenciales que nutrieron en otro tiempo el ideal revolucionario, incluida la idea de una real democracia, ancha y profunda, construida de abajo hacia arriba. Para la mayoría de quienes acompañaron la gesta insurreccional y luego los ejercicios de gobierno estando ya en el poder el sandinismo, no puede haber menos que un sentimiento de profunda frustración y desengaño”.

Al propio Sergio Ramírez, el líder revolucionario, el escritor ganador del Premio Cervantes de las Letras 2017, autor de Adiós muchachos (1999), su memoria de la revolución sandinista, y quien llegó a ser vicepresidente de Nicaragua, le pregunté si cuatro décadas después se arrepiente de algo: “A la edad que tengo, de muchas cosas. Pero si estuviéramos en 1979, cuando entramos en triunfo a la Plaza de la Revolución, de nada. Haría exactamente lo mismo. Antisomocista a muerte, sobre todo después de que, recién llegado, la Guardia Nacional, que era el ejército pretoriano de los Somoza, disparó contra una manifestación de la que soy sobreviviente (23 de julio de 1959), donde hubo cuatro muertos entre mis compañeros y 70 heridos”. Admitió: “Tras el triunfo, cuando tuvimos el poder, había que ejercerlo, y lo hacíamos de una manera improvisada, romántica otra vez, pensando que el país podía cambiar por la magia de los decretos. La dura realidad fue otra cosa”.

Más testimonios de colombianos en esa época

Álvaro Zúñiga, “Torel” en Colombia, “Quintín” en las tropas sandinistas

Álvaro Zúñiga, conocido en Colombia como el torero Álvaro Torel, contó: “Cuando entré a la línea de fuego sacaban cinco heridos por mortero. Sentí el olor y la tragedia de la guerra. En el primer combate, el encargado de la ametralladora punto treinta cayó herido y tuve que reemplazarlo. Yo solo sabía manejar fusiles Fal y Garand, así que aprendí a ametrallar en el momento de abrir fuego. Un día aparecieron dos chigüines en nuestra colina. Lancé una ráfaga y se armó la grande. Comenzaron a rafaguearme con ametralladoras. Yo, de novato, pensaba que ya pasaba. Qué va. El combate duró veinticuatro horas y sin comer. Pero a uno no le da hambre sino sed, porque la boca se le seca permanentemente. El peligro es grande, como cuando se torea, solo que en la guerra el enemigo es otro hombre y se pelea para conservar la vida. Para mí es un orgullo participar en esta guerra revolucionaria. Ustedes no saben lo que sentí cuando el pueblo nos aplaudía y nos trataba como héroes. Lo más bello es estar en una guerra revolucionaria. Eso lo puedo hacer una y mil veces”.

Camilo Monje: "En el combate uno no vale nada"

Tenía 23 años y cédula de Florencia, Caquetá. “Combates duros tuve tres, el más peligroso en Sapoá. Nos encontramos de frente con los ‘chigüines’ y, hay que reconocerlo, son duros para la pelea. No sé de dónde sacaban el valor; lo cierto es que cuando avanzaban se hacían matar porque les hacíamos muchas bajas, pero seguían avanzando. Volvíamos a la ofensiva con el ‘bastón chino’ RPG2, aparato para lanzar obuses. A eso y a los morteros era a lo único que realmente le temía la Guardia Nacional. ¡En el combate las cosas son tan distintas! Uno no vale nada, lo único que lo puede animar es saber que al lado va un compañero disparando por el hueco que va dejando uno, rozándole casi la ropa”.
 

Édgar Antonio Quintero: "Miedo, coraje y rabia"

Bogotano, entonces de 27 años. “Luego de incorporarme en Bogotá pasé por el campamento de El Pelón, el Frente Sur y por último por Sapoá. Llegué a la línea de fuego con mucho miedo pero también mucho coraje. El miedo porque de la primera escuadra a la que pertenecí murieron cuatro de ocho que éramos. Los cuatro iban en un jeep, cuando los alcanzó un cañonazo de la Guardia. Luego fui a la vanguardia de artillería, pues en la escuela nos llamaban ‘escuadra ametralladora’. Allí me di cuenta de que las técnicas no son como las pintan, hay que disparar como sea para defender la vida. La rabia con la que combatimos se mezclaba entonces con la emoción de ser miembros del Frente, de ser parte de esta victoria”.

Antonio Navarro Wolf: “Sólo recibimos palmaditas en la espalda”

El exsenador y excomandante del M-19 fue enlace con el sandinismo pero hoy descalifica el resultado de la revolución y a Ortega.

“Cuando cayó Somoza yo estaba con el M-19 en el Cauca, en Tierradentro. Seguimos la noticia por radio. Decidimos que íbamos a celebrar con sancocho de gallina y no conseguimos la gallina. Tuve contacto con los sandinistas después del atentado que me hicieron en Colombia. Después de mi recuperación en Cuba yo pasaba por Ciudad de México y Managua cada seis meses. Respaldábamos ese proceso porque Nicaragua tenía un dictador y pelear contra él era absolutamente válido, pero el desarrollo no lo comparto. No conocí a Daniel Ortega pero sí tuve amistad con Tomás Borge, de la dirección sandinista. Sin embargo, no hubo relaciones más allá de la coincidencia política, no hubo tráfico de armas como se llegó a decir, no hubo nada, una palmadita en la espalda no más. Me parece muy infortunado lo de Ortega. Había la esperanza de una sociedad más justa, democrática, pero la realidad últimamente es la de una persona que se quedó atornillada en el poder, todo lo contrario a lo que se esperaba”.
 

Por Nelson Fredy Padilla / npadilla@elespectador.com

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