Los problemas del “centro” político

Varios personajes han alzado su voz para no quedar atrapados en la polarización derecha-izquierda. Pero más allá de ciertas declaraciones generales, no es para nada claro qué tipo de sociedad proponen como alternativa.

Nicolás Liendo*
30 de enero de 2019 - 03:00 a. m.
Sergio Fajardo se autoproclamó “tibio” en Twitter. / Mauricio Alvarado - El Espectador
Sergio Fajardo se autoproclamó “tibio” en Twitter. / Mauricio Alvarado - El Espectador

La contienda electoral de 2018 dejó uno de los ambientes políticos más polarizados que se recuerden en Colombia. El hito que dio vida a esta situación fue el plebiscito del 2 de octubre de 2016 para ratificar el Acuerdo de Paz con las Farc. Algunos expertos consideran que esto puede tener efectos positivos sobre la política, mientras otros advierten sobre las peligrosas consecuencias que puede traer para la democracia. Este desacuerdo explica el debate reciente sobre el espacio que queda para los “tibios” en medio del espectro político colombiano.

Varios personajes han alzado su voz para no quedar atrapados en la polarización derecha-izquierda. Por ejemplo, el excandidato presidencial Sergio Fajardo y el columnista Daniel Samper son algunos de quienes consideran que sus posiciones no están bien representadas por el uribismo ni por el petrismo, autodenominándose “tibios” para diferenciarse. Pero más allá de ciertas declaraciones generales, no es para nada claro qué tipo de sociedad proponen como alternativa.

¿Dónde está el centro?

La división entre derecha e izquierda viene de la Revolución francesa. En la Asamblea, quienes se sentaban a la derecha defendían los intereses del catolicismo, la Corona y la aristocracia, mientras los de la izquierda defendían el interés de los comunes. Esta terminología se incorporó a la teoría política a partir de la obra de Anthony Downs, quien estudió el comportamiento electoral de los ciudadanos en las democracias. Downs aplicó herramientas económicas a la política para entender por qué unos clientes compraban en unos supermercados y no en otros. Así llegó a la conclusión de que la ideología de derecha o izquierda hacía posible subsumir las múltiples posiciones de los votantes en un único espacio, simplificando la toma de decisiones.

La “teoría del votante mediano” de Dow s supone que los partidos tienden a correrse hacia el centro. En Colombia, dos ejemplos lo demuestran: el partido de Uribe, que se llama “Centro” Democrático, y Petro, quien quiso mostrarse como “moderado” cuando se desmarcó del régimen de Maduro, pese a haber apoyado en un principio sus políticas.

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Por eso muchos candidatos añoran representar al verdadero “centro político”, donde se encontrarían la mayoría de los votantes. Sin embargo, en sistemas multipartidistas los votantes encuentran ofertas en distintos puntos del eje izquierda-derecha, y el “centro” depende de la cultura política de cada sociedad. En Colombia, esta cultura está bastante corrida a la derecha, aunque en los últimos años se ha notado un tránsito hacia el centro. Esto mostraría un escenario favorable para los “tibios”.

Otros opinan que existe más de una dimensión o razón a partir de la cual deciden los votantes. Aunque históricamente en América Latina la derecha ha estado alineada con el conservadurismo moral y la izquierda con el liberalismo moral, en los últimos tiempos nuevos temas han entrado al debate y han hecho más compleja la dicotomía izquierda-derecha. Por ejemplo, el medio ambiente, los derechos humanos y la libertad de decisión individual.

Sin embargo, existe el riesgo de que en el “centro” sea imposible diferenciar las propuestas de los partidos. Por eso han surgido nuevas expresiones que proponen políticas más definidas y que, buscando reafirmar su identidad, tienden más hacia los extremos. En esa creciente polarización se ha minado el papel del “centrismo”.

Política extrema

Hay quienes defienden la polarización política. Sostienen que es una parte normal del juego democrático porque permite a los votantes diferenciar con claridad las propuestas de los candidatos y partidos. En cambio, quienes están en contra de ella afirman que las posiciones extremas llevan a que las discusiones sean en “blanco o negro” y a que las decisiones sean más “en contra de alguien” que a favor de una propuesta. Así funcionó el voto antipetrista o antiuribista en las pasadas elecciones. Pero el centro no puede fundarse únicamente en rechazar a otros.

En la contienda electoral de 2018 quedó en evidencia que no hay lugar para los débiles. Aunque Fajardo y su supuesta tibieza casi logran llegar a la segunda vuelta, los extremos salieron vencedores y los dos candidatos finalistas encarnaron las opciones más distantes del centro. Por lo general, altos niveles de polarización llevan a la radicalización, a prescindir del diálogo como mecanismo de solución de las diferencias y a la violencia. Por eso, los altos niveles de polarización pueden ser contraproducentes en el posacuerdo.

Propuestas tibias

La creciente polarización no es un fenómeno exclusivo de Colombia. Las victorias de Jair Bolsonaro en Brasil y de Donald Trump en Estados Unidos demuestran un desplazamiento de lo políticamente correcto y la moderación hacia posiciones más vociferantes. La introducción masiva de las nuevas tecnologías en las campañas ha aumentado la polarización, ya que cada candidato puede llegar directamente a su destinatario a través del celular y comunicarle los mensajes que le agraden u omitirle las propuestas que no le gusten tanto.

Hoy en día, la información y la evidencia empírica son meros obstáculos para los argumentos prefabricados, en los que el líder siempre tiene la razón. Por eso los “tibios” son acusados de débiles. Incluso dentro de la izquierda y la derecha, quienes reflexionan poniendo matices sobre las acciones o las premisas de esos movimientos son vistos como desleales.

No es necesario esperar los errores de los extremos para creer que el centro es la solución. Pero los ciudadanos exigen propuestas y decisiones claras que hoy los “tibios” no están dando. Para tener rédito electoral, la tibieza no puede ser un estado, debe ser una propuesta.

*Decano de la Escuela de Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Sergio Arboleda y analista de Razón Pública.

Esta publicación es posible gracias a una alianza entre El Espectador y Razón Pública. Lea el artículo original aquí. 

Por Nicolás Liendo*

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