El mensaje de los inconformes parece ser: queremos y podemos estar mejor. /Mauricio Alvarado
Visto en retrospectiva, lo llamativo del 2019 no fueron tanto las protestas callejeras y los cacerolazos, sino que no hubieran sucedido antes. Al fin y al cabo, Colombia ya no es el Tíbet de América Latina, como se decía en otra época, y era previsible que, una vez desmovilizadas las Farc, protestar empezara a dejar de ser catalogado como una forma de simpatizar con la insurgencia.
Por Iván Garzón Vallejo* / especial para El Espectador
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