Partidos políticos, crisis y disidencia

El 2018 reveló una crisis dentro de los partidos: disidencias, inconsistencias en las posiciones y caudillismos. ¿Qué esperar para las elecciones de 2019?

Yann Bassett*
08 de enero de 2019 - 02:00 a. m.
En 2019, las elecciones motivarán a que los partidos salgan a las regiones a buscar los votos. / Mauricio Alvarado - El Espectador
En 2019, las elecciones motivarán a que los partidos salgan a las regiones a buscar los votos. / Mauricio Alvarado - El Espectador

Los partidos políticos parecen estar en crisis en toda América Latina y Colombia no es la excepción: según el último informe del Proyecto de Opinión Pública de América Latina (Lapop), Colombia es uno de los países que menos confían en los partidos. Apenas el 10 % de la población confía en ellos.

Pese al informe de Lapop, el ciclo electoral de 2018 en Colombia ha mostrado que los partidos políticos están lejos de desaparecer y que su existencia es fundamental para el arraigo de las instituciones democráticas.

El extraño caso del Centro Democrático

El Centro Democrático fue el gran ganador de las elecciones de 2018: llevó a su candidato a la Presidencia y fue el partido más votado en el Senado. Y aunque la organización “clásica” del partido contribuyó a ese éxito, la popularidad del expresidente Uribe sigue siendo su mayor impulso. No obstante, nos equivocaríamos si consideráramos al Centro Democrático como un simple movimiento caudillista que gira en torno a Uribe.

Es necesario recordar brevemente la historia de la ambigua relación de Uribe con los partidos. En 2002, Uribe llegó a la Presidencia como un candidato “antipartidos”. Después del fracaso del referendo de 2003, abandonó esta bandera y organizó en su nombre el Partido de la U. Tan pronto como Uribe dejó la Presidencia, el partido que llevaba su marca lo abandonó para seguir a Santos. Entonces, Uribe construyó el Centro Democrático y transitó irónicamente del discurso antipartido a organizar el partido más sólido de Colombia.

El Centro Democrático fue capaz de movilizar de manera eficaz al electorado: en el plebiscito de 2016 y en las elecciones presidenciales a favor de Duque. Además se ha consolidado como una hegemonía política en muchos de los municipios y departamentos pequeños y medianos del centro del país.

El descalabro de los partidos tradicionales

En contraste, el año pasado representó la derrota para el resto de partidos: tanto los tradicionales —el Liberal y el Conservador— como sus disidencias —el Partido de la U y Cambio Radical—. Todos ellos fueron incapaces de apoyar eficazmente a sus candidatos presidenciales.

En cuanto a Cambio Radical, es probable que el electorado castigara su obsolescencia organizativa y su permeabilidad al clientelismo y la corrupción. El nuevo contexto de polarización alrededor del Acuerdo de Paz les exigió a los partidos ser contundentes en la toma de posiciones, lo que fue imposible para ellos. Así, el aparente rechazo a los partidos es ambiguo: por un lado puede ser interpretado como una resistencia a la política tradicional, pero por otro puede verse como una oposición a aquellos partidos clientelistas y sin ideología clara.

Las ambigüedades de la izquierda

Las pasadas elecciones mostraron también el auge de un bloque de centro-izquierda dividido en varias tendencias. Dichas tendencias van desde el centro más “moderado”, representado por la Alianza Verde y Sergio Fajardo, hasta una izquierda más “radical” encarnada por Gustavo Petro y la Lista de la Decencia.

Dentro de ese bloque, el Polo Democrático Alternativo y la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (FARC) se han organizado a partir de modelos inspirados en los viejos partidos de masas. Que se inspiren en modelos gastados hace que estas organizaciones se muestren como burocráticas, dogmáticas y poco abiertas al debate interno. En parte por eso, desde su creación, el Polo ha sufrido de recurrentes disidencias y escisiones, y cada vez depende más de la popularidad personal de Jorge Robledo.

El resto del sector alternativo viene o bien del nacionalismo popular que encarnó en su momento el M-19, o bien de los movimientos “independientes” y muchas veces antipolíticos, como el movimiento liderado por Antanas Mockus. Esa actitud “antipartido” les ha permitido a los “independientes” ganarse la simpatía de sectores de la opinión pública que han asimilado a los partidos con la politiquería y la corrupción.

De hecho, es probable que sea por esto que tanto los verdes como los decentes hayan actuado mejor en estas elecciones, en las cuales la corrupción partidista fue una preocupación constante. No obstante, esa aversión hacia los partidos es limitante para estas fuerzas mientras no sean capaces de inventar formas de organización alternativas.

La organización de los verdes y de los decentes es frágil. Ambos han pasado por episodios penosos: la Alianza Verde fue incapaz de tomar una posición unificada de cara a la segunda vuelta presidencial, y el movimiento que lidera Gustavo Petro ha pasado por varias etiquetas (Progresistas, Colombia Humana y Lista de la Decencia), lo que dificultó el reconocimiento de su personería jurídica.

Por eso, no solo el uribismo puede ser acusado de caudillista: los buenos resultados de los partidos alternativos también se debieron en gran parte al apoyo personal de figuras como Petro, Fajardo, Mockus y Robledo.

¿Qué esperar en 2019?

Este año, el gran reto para los partidos son las elecciones locales. Estas contiendas son, por su naturaleza, mucho más favorables a los partidos tradicionales. En 2015, con apenas más de un año de fundado, el Centro Democrático logró ganar unas 56 alcaldías propias, sin contar coaliciones. Si en estas elecciones el uribismo obtiene más triunfos, se confirmaría la importancia de la organización partidista en el nivel territorial.

A los alternativos les tocará probablemente más duro en estas elecciones que no los favorecen. Es probable que solo obtengan las alcaldías de algunas pocas capitales grandes. Sin embargo, esta será otra oportunidad para tratar de inventar las formas de organización que les hacen falta. También podría ser la ocasión para que los partidos tradicionales se actualicen.

* Profesor de la Universidad del Rosario y analista de Razón Pública.

Por Yann Bassett*

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