Polarización: ¿un camino hacia la violencia?

Señalamientos y descalificaciones en espacios como las redes sociales despiertan temores que recuerdan la violencia de épocas pasadas.

Juan Sebastián Lombo
13 de septiembre de 2020 - 02:00 a. m.
Los actos vandálicos de los últimos días han generado opiniones en Twitter en las que se responsabiliza a la oposición de ellos.
Los actos vandálicos de los últimos días han generado opiniones en Twitter en las que se responsabiliza a la oposición de ellos.
Foto: JOSE VARGAS ESGUERRA

“Juventud Farc”, “sicario moral”, “carnicero de Uribe”, “la cosa nostra colombiana”, “socio de Santrich”, etc. La lista es larga y podría ocupar varias páginas, pero estos son tan solo algunos ejemplos de las descalificaciones y ataques que han dominado el debate político en el último tiempo. Los miembros del uribismo y la oposición han sido tanto blanco como autores de estas frases, que son la muestra de lo caldeado y explosivo que está el debate. Si estos argumentos tan solo vienen de los políticos, los ataques entre los seguidores de cada bando son aún peores y más beligerantes. Las redes sociales, sobre todo Twitter, se han convertido en megáfono de insultos, descrédito y hasta amenazas de muerte.

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El ambiente ha empeorado con la detención preventiva del expresidente y exsenador Álvaro Uribe por presunto fraude procesal y soborno. La descalificación se volvió un arma dentro del proceso que fue llevado a los medios y la opinión pública para que la pelea fuera dada en estos escenarios, más allá de las determinaciones judiciales. En una entrevista en vivo, que fue vista por miles de colombianos, el líder y fundador del Centro Democrático llegó a llamar a Iván Cepeda, contraparte en su proceso, como “senador de Farc” y lo señaló de ser miembro de una nueva generación de este extinto grupo guerrillero. La respuesta del congresista del Polo Democrático fue interponer una acción judicial en contra de Uribe.

Ahora último estos choques entre el oficialismo y los políticos de oposición se han trasladado a ambientar las manifestaciones en Bogotá tras la muerte a manos de la Policía del abogado Javier Ordóñez. Cercanos al Gobierno han señalado a Gustavo Petro como responsable de los desórdenes ocurridos durante las movilizaciones de los últimos días. Por otro lado, la senadora María Fernanda Cabal salió en una entrevista radial a decir que no tenía pruebas, pero estaba segura de que el expresidente Juan Manuel Santos estaba detrás de las manifestaciones en la capital, que harían parte de un “plan mundial que ya se había ejecutado en Chile y Estados Unidos”.

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La extrema confrontación y las descalificaciones que vienen desde el poder político y llegan hasta los simples usuarios de una red social hacen temer una posible reacción violenta. Varios han señalado que el país está recorriendo un camino ya conocido y que en anteriores ocasiones ha desembocado en la vía armada, tal como reconoce el historiador Álvaro Tirado Mejía: “La confrontación política y la descalificación del contrario puede terminar en violencia física. Colombia en general ha sido un país que fluctúa entre la relativa calma y unos períodos de violencia muy grandes”. En este punto, el politólogo Andrés Dávila señala que estos fenómenos que hay en el país están presentes desde el comienzo de la República, poco después del 20 de julio de 1810.

Dávila, que es doctor en ciencias sociales de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, ve en la Patria Boba -choque entre federalistas (liderados por Camilo Torres) y centralistas (liderados por Antonio Nariño)- las primeras muestras del discurso político como motor para la división y confrontación armada. Esto debilitó la incipiente nación que se liberaba del control español y favoreció la reconquista. Con el proceso libertador de Simón Bolívar y el Ejército Patriota hubo un momento de cohesión, pero se disolvió con el choque entre el Libertador y Francisco de Paula Santander. Con un intento de asesinato a Bolívar y el destierro a Santander, el país político se dividió nuevamente, esta vez entre bolivarianos y santanderistas.

Más allá de la disputa entre los dos próceres, los primeros años republicanos de lo que sería Colombia estuvieron marcados por varios levantamientos armados y guerras civiles. La consolidación de los partidos Liberal y Conservador solo ahondó esta división. Los púlpitos y la prensa se convirtieron en los medios de confrontación y descalificación. “Si uno lee la prensa en el siglo XIX, era tremenda la estigmatización del otro. Ser liberal era sinónimo de ser masón, enemigo de la religión y de ir al infierno. En respuesta, la retórica liberal era reaccionaria”, explica Tirado Mejía. Las diferencias entre la visión de preservar la democracia (conservadora) y progresista (liberal) fueron la base de varias guerras civiles, cuyo punto máximo fue la Guerra de los Mil Días.

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Con una cifra de muertos que oscila entre los 39 mil y los 100 mil muertos, este conflicto civil le puso fin al siglo XIX y abrió una época de relativa paz. Durante las primeras tres décadas del siglo XX, la violencia fue esporádica en las regiones, pero, en general, la situación del país estuvo en calma. Solo hechos como la masacre de las bananeras, cometida por militares en 1928 -durante el gobierno de Miguel Abadía Méndez- movió el tablero político y sacó a los conservadores del poder, para comenzar una hegemonía liberal. Las reformas liberales despertaron, como señaló la socióloga Catalina Cartagena, “los sectarismos políticos de las diversas organizaciones regionales y se derivaron en un enfrentamiento abierto, en zonas rurales y urbanas, de rojos y azules”.

La división bipartidista volvió a ser motivo de violencias en el territorio nacional. En esta ocasión no fueron solo las clases políticas, sino que el conflicto se amplió a las poblaciones rurales. Desde el Congreso se extendían las llamas de la estigmatización y los odios que encendían la violencia en el campo. “Los leopardos (facción ultraconservadora) incendiaban al país verbalmente y los liberales respondían”, asevera Tirado Mejía. Juan Federico Pino, politólogo y profesor de la Universidad Javeriana, describe a la Colombia de ese momento de la siguiente manera: “El país era tremendamente polarizado. La identidad era por los partidos. Si bien existió ese proceso de polarización en la política alta, los problemas locales se inscribieron en esa dinámica”.

El retorno de los conservadores al poder en 1946, con Mariano Ospina Pérez, marcó un recrudecimiento de la acción de sus partidarios en las regiones. Las denuncias fueron hechas por Jorge Eliécer Gaitán, que a la par acuñó el término “oligarquía” para describir a la clase dirigente, de un lado u otro. Su discurso agitaba a las masas y ganaba adeptos, por lo que la respuesta vino desde la propia cabeza de los conservadores, Laureano Gómez. Desde el Congreso y en su periódico El Siglo, el conocido como “La Bestia”, por su oratoria, se despachaba en contra del “negro Gaitán” y de los liberales. Con el ambiente caldeado, el asesinato de Gaitán, por Juan Roa Sierra, despertó las pasiones de cada bando y dio paso a una de las épocas más violentas del país.

Los desórdenes y la destrucción del 9 de abril de 1948 en la capital, conocidos popularmente como el Bogotazo, solo fueron una antesala del conflicto que desataría en la ruralidad. Los liberales, en respuesta al magnicidio y a la acción conservadora, se organizaron en guerrillas y autodefensas campesinas. Mientras que por la oficialidad, según cuenta la historiadora María del Rosario Vásquez, aparecieron los Pájaros, “grupos de civiles alentados por políticos conservadores para asesinar liberales”; la policía chulavita, cuerpo de la Policía de clara tendencia conservadora, y las guerrillas de paz, que nacieron para pacificar el Llano frente a la presencia de guerrillas liberales. Colombia entera se dividió en ser liberal o conservador.

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Las masacres y las acciones sanguinarias -como el corte corbata o florero- fueron una tendencia en la ruralidad. Por otro lado, en el Congreso los discursos fueron cada vez más incendiarios. Según el investigador Lukas Rehm, enmarcados en la naciente Guerra Fría, los conservadores, encabezados por Laureano Gómez, tildaron de comunistas a los liberales. Estos, en respuesta, calificaron a sus opositores de fascistas. Los señalamientos pasaron a la violencia física cuando el 9 de septiembre de 1949 fueron asesinados en el Capitolio Nacional el representante liberal Gustavo Jiménez y Jorge Soto del Corral por acción de conservadores. Meses después, el Congreso fue clausurado en una movida autoritaria de Ospina Pérez, pero eso no mermó la violencia en las regiones.

La llegada de Laureano Gómez a la Presidencia en 1950 avivó el fuego de la violencia, que solo vino a mermarse con el gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla. El señalado como dictador buscó pacificar las regiones. Sin embargo, los partidos buscaron retomar lo que les había sido arrebatado e hicieron un pacto de entendimiento y de repartición del poder, que fue conocido como el Frente Nacional. “La alternancia en el poder y la repartición paritaria permitió que no hubiera actos de violencia entre conservadores y liberales. Pero los grupos que no se identificaron con esa expresión partidista fueron apartados”, expresó el profesor Pino. El Frente Nacional calmó el ambiente, pero eventualmente la marginación política hizo que varias de las expresiones marginadas pasaran a las armas ante la imposibilidad de acceder al poder de otra forma.

En los 16 años del Frente Nacional se originaron la mayoría de guerrillas que azotaron al país (M-19, Farc, Eln, Epl, entre otras). Su violencia fue una de las semillas del paramilitarismo en el país. Los sectarismos y fanatismos abandonaron oficialmente la política, pero vinieron a radicarse en ambos grupos: guerrilla y paramilitares. La expresión de ambas facciones llevó a los hechos más atroces. El paramilitarismo llevó la delantera en este campo, pues lideró un exterminio a todo lo que “oliera a izquierda” o fuera “guerrillero de civil”. La acción comenzó en 1984 con el exterminio de la UP y terminó hacia la primera década del siglo XXI, con el proceso de desmovilización del gobierno Uribe. La violencia de las autodefensas cobró la vida de figuras como Carlos Pizarro, Jaime Pardo Leal, Jaime Garzón, Mario Calderón, Elsa Alvarado y otros cientos de víctimas producto de las masacres.

Los procesos de desmovilización de paramilitares y de paz con las Farc trajeron algo de calma al agitado panorama político. Sin embargo, la confrontación entre uribismo, santismo, petrismo y cualquier otro ismo ha vuelto a prender las alarmas. Según el profesor Pino, se está “volviendo a la misma polarización previa al Frente Nacional” en la que no se reconoce al otro y se aprecia una radicalización del lenguaje. Este contexto podría ser fértil para nuevas confrontaciones violentas que, a los ojos de Tirado Mejía, pueden ser mayores a las vividas anteriormente, pues no solo está el condimento político, sino que en los territorios está la huella de los grupos armados posdesmovilización y del narcotráfico.

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Adrianus(87145)13 de septiembre de 2020 - 10:07 p. m.
Han sembrado vientos los gobiernos de turno, especialmente los de Uribe Vy cosecharán huracanes.
Javier(18622)13 de septiembre de 2020 - 01:20 p. m.
Un artículo facilista que agrega opiniones no aporta nada a la comprensión del problema.
-(-)13 de septiembre de 2020 - 01:13 p. m.
Este comentario fue borrado.
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