Proponen al Estado comprar hoja de coca a los campesinos

Durante un debate de control político en la Comisión Segunda de la Cámara, el senador del Polo, Iván Cepeda, alertó sobre la crisis por la que atraviesa el punto cuatro de la agenda de negociaciones de paz: solución a las drogas ilícitas

-Lorena Arboleda Zárate / @LorenaArboleda8
14 de noviembre de 2017 - 08:12 p. m.
Tumaco (Nariño) es uno de los municipios más afectados por los cultivos ilícitos. / Archivo El Espectador - Germán Gómez
Tumaco (Nariño) es uno de los municipios más afectados por los cultivos ilícitos. / Archivo El Espectador - Germán Gómez

En Tumaco (Nariño), pobreza y drogas ilícitas van de la mano. Ese municipio, también conocido como la Perla del Pacífico ha sido, indudablemente, uno de los más golpeados por estos casi 53 años de conflicto armado interno. Por eso, cuando se habla de Tumaco, ubicado al suroccidente nariñense, pareciera que se está hablando de la confluencia de todos los males: escases de recursos, corrupción, presencia de grupos armados al margen de la ley, crímenes impunes y una preocupante ausencia estatal que ha venido a ser reemplazada por organizaciones dedicadas a todo tipo de negocios ilícitos.

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De tal manera que, cuando se firmó el Acuerdo de Paz con la exguerrilla de las Farc, las zonas históricamente abandonadas por los presidentes que han gobernado Colombia debían comenzar a convertirse en una prioridad. Ejercer soberanía en aquellos lugares, antiguamente ocupados, en su mayoría, por los excombatientes de esa organización se hacía prioritario si se quería llevar a buen puerto la implementación de lo pactado en La Habana. No en vano, puntos como la reforma rural o la solución al problema de las drogas ilícitas se convirtieron en capítulos independientes dentro de la agenda de conversaciones. Los mismos que hoy parecieran estar destinados al fracaso.

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En la mañana de este martes, precisamente, la Comisión Segunda de la Cámara de Representantes convocó a un debate de control político –liderado por los congresistas del Polo, Alirio Uribe e Iván Cepeda, y de la Alianza Verde, Ángela Robledo- sobre la situación que encarna Tumaco. El mismo lugar donde hace poco más de un mes 7 campesinos murieron, aparentemente, en medio de una confrontación armada entre integrantes de la Fuerza Pública y disidentes de las Farc. Hechos que, pese a que están siendo investigados por las autoridades, han sido desmentidos por la propia comunidad que denunció haber sido víctima de acciones arbitrarias por parte de los uniformados. Comunidad que se rehusaba a permitir que ingresaran para ejercer labores de erradicación forzosa.

Durante la discusión en el recinto legislativo, los congresistas desmintieron aquellas versiones que insisten en que Colombia “está nadando en coca”. Afirmaron que dichas afirmaciones no son nada distinto a mensajes distorsionados para afectar el corazón de los textos de paz pues, “desde hace décadas, cientos de miles de campesinos han tenido que dedicarse al cultivo de coca, especialmente en zonas de frontera para sobrevivir”. De hecho, alertaron sobre los reductos del proceso de desmovilización de las AUC que se siguen lucrando del negocio como el denominado Clan del Golfo, cuyo número de integrantes se aproxima a los 5.000.

Las 9 fallas de la política antidrogas

En la sesión de la Comisión Segunda de la Cámara, los citantes al debate expusieron las principales fallas que, según ellos, sustentan el fracaso de la política contra las drogas que venía implementando el Estado colombiano, resumidas así.

1. El narcotráfico ha sido entendido como un problema de seguridad nacional con consecuencias penales, y no como un problema social.

2. El modelo prohibicionista ha llevado al Estado colombiano a creer que reducir la producción elimina, de manera automática, la demanda de las drogas consideradas de uso ilícito.

3. Mantener la premisa de que la erradicación forzosa es la mejor solución para acabar con los cultivos ilícitos.

4. El narcotráfico ha modificado sus estructuras, llegando a la conformación de grandes organizaciones dedicadas a dichas actividades ilegales.

5. Las muertes causadas por la guerra de las drogas son mayores que las causadas por su consumo.

6. El Estado se ha dedicado a perseguir los cultivos ilícitos vía erradicación manual o aspersión aérea, pero no a las grandes redes financieras.

7. Ausencia de políticas alternativas encaminadas hacia el desarrollo rural.

8. Por décadas, el Estado colombiano se ha dedicado a una especie de “rendición de cuentas” con Estados Unidos frente a los avances en la lucha antidrogas, sin defender el concepto de responsabilidad compartida.

9. La política contra las drogas desde el modelo prohibicionista ha promovido la corrupción.

El caso de Tumaco (Nariño)

Partiendo de la situación en Tumaco, municipio ubicado en uno de los departamentos más contaminados con siembras ilícitas, los congresistas reportaron alarmantes cifras. Por ejemplo, que el 16% de las zonas sembradas con coca se encuentran sólo en Tumaco, con 23.148 hectáreas y Nariño, por su parte, integra la lista de los 3 departamentos del país en donde se concentra el 79% de cultivos ilícitos: Norte de Santander, Putumayo y Cauca.

(Lea: “Costo de la paz para Tumaco no puede ser poner muertos”: gobernador de Nariño)

El argumento que dieron los pobladores de dichas regiones a los integrantes de la Comisión de Paz del Congreso para explicar este reporte tiene que ver, según dijeron, con que “la sustitución de los cultivos de coca es una promesa hueca”. En pocas palabras, se quedaron esperando a que el Estado llegue a cumplir con lo consignado en el Acuerdo de Paz mientras que las bandas criminales siguen haciendo de las suyas. “No hay trámites rápidos, en cambio los narcos ofrecen dinero ya. Es la carrera de la tortuga contra la liebre”, dijeron los pobladores a los legisladores.

A lo anterior, se suma que el Departamento de Planeación Nacional reveló que los municipios en donde se registran cultivos de coca, la pobreza multidimensional asciende al 84%, la conectividad es deficiente y, lo más grave, casi el 90% de las comunidades se encuentran dentro de la categoría rural dispersa. Es decir, necesitan respuestas estatales de manera urgente.

La promesa del Acuerdo de Paz

El punto cuatro de la agenda de conversaciones de paz con la desarmada guerrilla de las Farc estableció la necesidad de encontrar una solución al problema de drogas ilícitas. Allí, quedó consignado el compromiso del Estado de modificar la estrategia contra dicho flagelo, que tendría en cuenta la salud pública como eje central para avanzar hacia una solución menos “prohibicionista”. Por ello, se anunció una serie de proyectos encaminados a proteger a los pequeños cultivadores, así como a los consumidores quienes recibirían un trato diferenciado frente a las grandes organizaciones criminales dedicadas al narcotráfico.

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No obstante, el Estado salvaguardó el derecho que tiene de ejercer labores de erradicación forzosa en aquellos casos en donde no logre una concertación con la comunidad para adelantar tareas de sustitución voluntaria, salvaguardando los derechos humanos y el medio ambiente. Un asunto que, sin embargo, sigue despertando todo tipo de polémicas, especialmente, en departamentos como Nariño en donde la población ha denunciado ser víctima de todo tipo de atropellos por parte de la Fuerza Pública. Asunto que, en todo caso, deja en evidencia que sustitución y erradicación no se están adelantando de manera coordinada.

¿La culpa es del Congreso?

Hace algunas semanas, y ante este panorama de Tumaco que se replica, eso sí, en muchos municipios del país, el ministro de Justicia, Enrique Gil Botero, llegó al Congreso a radicar dos de las iniciativas más importantes para el Acuerdo de Paz: un proyecto que permitía el sometimiento de las organizaciones armadas ilegales a la justicia ordinaria y el que establecía la renuncia a la persecución penal de los pequeños cultivadores. Dos proyectos que parecen tener asegurado su camino hacia el abismo.

¿Por qué? Se supone que ambas iniciativas iban a ser tramitadas vía “fast track”. Pero el tiempo que le queda a dicho mecanismo especial legislativo es tan corto que, a duras penas, alcanzará a aprobar la ley estatutaria de la JEP, hoy también en vilo por cuenta de aquellos partidos políticos que aún se rehúsan a darle su luz verde. Sacar ambos proyectos en dos semanas parece ser una misión imposible y, en caso de no lograrse, las dos iniciativas del Gobierno quedarán sepultadas.

“Que el Estado compre la coca”

Ante el inminente riesgo que plantea la posibilidad de que ninguna de estas dos iniciativas avance, los congresistas propusieron al Estado una medida transitoria que avance hacia la sustitución de cultivos, mientras se reglamenta de lleno la forma en la que van a operar estos programas para las comunidades: que el Estado les compre a los campesinos la hoja de coca de manera regulada.

Por ese mismo camino, se planteó la necesidad de definir una política pública integral que dé sustento al Plan Nacional Integral de Sustitución de Cultivos Ilícitos y priorizar, en todo caso, los programas de sustitución sobre la erradicación forzosa.

El llamado es, al mismo tiempo, a no dejar morir el proyecto que permitiría el sometimiento del Clan del Golfo, una estructura criminal prácticamente igual –o más poderosa- que el Eln por la cantidad de los hombres que la integran. Más aún, si se tiene en cuenta que el principal negocio que la financia es el narcotráfico. “Desde hace más de un año y medio se viene adelantando un proceso para que sus integrantes se acojan a la justicia, lo cual significaría la desintegración de uno de los factores mayores de violencia e inseguridad en muchas regiones del país”, concluyó el debate.

(Lea: ¿Último llamado a las disidencias de las Farc?)

De momento, el Gobierno ha mantenido silencio frente a este panorama que compete a distintas instituciones del Estado y que, en todo caso, preocupa si se quiere garantizar que la implementación del Acuerdo de Paz sea, como se quiere, estable y duradera.   

Por -Lorena Arboleda Zárate / @LorenaArboleda8

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