“Yo soy una mujer muerta”: dos relatos de quienes buscan a sus familiares desaparecidos

En Aguazul, Casanare, en un evento conmemorativo de desaparición forzada se encontraron Mirna Medina, del estado mexicano de Sinaloa, y Lyda Quevedo, de Yopal, Casanare, compartieron su experiencia en la tarea colosal de encontrar a sus seres queridos.

Érick González G.*
03 de septiembre de 2019 - 01:07 p. m.
En México, en la última década, hasta abril de 2018, fueron denunciadas como desaparecidas 37.435 personas, de acuerdo con el Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED); en Colombia, la misma fatalidad la han sufrido 173.066 personas, según el Registro Único de Víctimas, con corte al 1 de julio de 2019. 
 / Cortesía Unidad de Víctimas
En México, en la última década, hasta abril de 2018, fueron denunciadas como desaparecidas 37.435 personas, de acuerdo con el Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED); en Colombia, la misma fatalidad la han sufrido 173.066 personas, según el Registro Único de Víctimas, con corte al 1 de julio de 2019. / Cortesía Unidad de Víctimas

“Yo siempre seré una mujer muerta, desde el momento en que se llevaron a mi hijo Roberto me quitaron la mitad de mi vida”, afirma Mirna Medina con una contundencia y seguridad tal que contradice el sentimiento de un alma baldía. Ella pertenece al grupo Las Rastreadoras del Fuerte de Sinaloa, organización dedicada a buscar a sus familiares desaparecidos en esa región, una de las más afectadas por este tipo de violencia en el país de las rancheras, junto con los estados de Jalisco, León, México y Tamaulipas.

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“El 25 de noviembre de 1999, un grupo armado ilegal ingresó a la casa de mi hermano, Yovani, y se lo llevó junto con su mujer, lo que ha sido algo muy duro por la indiferencia del Estado y de la sociedad”, asegura Lyda Quevedo, fundadora de la Organización Yovani Quevedo Lazos de Vida, del Casanare, creada con la misma intención que Las Rastreadoras.

Mirna Medina fue invitada por Lyda para el evento sobre desaparición forzada organizado por la fundación casanareña en el municipio de Aguazul. Es obvio el motivo: las hermana la ausencia, el dolor y la experiencia. En México, en la última década, hasta abril de 2018, fueron denunciadas como desaparecidas 37.435 personas, de acuerdo con el Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED); en Colombia, la misma fatalidad la han sufrido 173.066 personas, según el Registro Único de Víctimas, con corte al 1 de julio de 2019. 

Según diversos reportes, en México el crimen organizado y las autoridades que entregan las personas a los grupos delincuenciales son los principales culpables. En Colombia, la cifra acusa especialmente a guerrilleros y paramilitares.

“El contexto de los jóvenes que desaparecen, entre los 15 y 35 años, es por la lucha del poder de los grupos delincuenciales que quieren gobernar, entonces invitan a los jóvenes con necesidades a formar parte de ellos, y si no quieren los obligan o les ofrecen carros, armas, drogas, y la juventud de ahora con cualquier cosa se va; con esto no quiero decir que todos los muchachos que son desaparecidos son delincuentes, pero si el 80% de ellos son jóvenes que estuvieron trabajando en un grupo criminal o usaban o vendían droga”, dice Medina.

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“A mi hermano lo desaparecieron presuntamente por ser colaborador de la guerrilla, pero eso fue porque llegaron a su casa buscando a su compañera sentimental, a la que acusaban de eso, y como él era su pareja dijeron que también tenía que estar involucrado, y por eso los desaparecieron a los dos”, relata Lyda, quien ya se había vestido de luto por el conflicto armado.  

“El 4 de junio de 1991, cuando yo estaba en el cuarto mirando en la televisión. De repente cayeron los vidrios hasta mi pieza, que era la segunda a la entrada del pasillo, y dije: “mi papá qué habrá hecho”. Me quedé escondida hasta que la señora que colaboraba en la casa gritó ¡José, José! Entonces salí corriendo hacia el negocio y lo vi botado en el piso, sangrando por boca, nariz y oídos, me tiré al piso y puse su cabecita en mis piernas hasta que dio su último aliento. Le habían dado 12 tiros”.  

Lyda inocentemente protagonizó su propia novela. ¿Por qué mataron a su padre si era tan bueno?, no fue una pregunta difícil de responder. Había sido un hombre forjado a pulso como comerciante, de temple, correcto, que se negó a pagar una ‘vacuna’ a la guerrilla.    

La búsqueda de los familiares 

Mirna y Lyda comparten dos hechos más: la manutención de sus hijos y una promesa. Roberto dejó tres niñas, de tres madres diferentes, evidencia clara de su única "indisciplina", según considera Mirna. Por su lado, Lyda tuvo que criar a su sobrina de 18 meses.

En cuanto al compromiso, Mirna le prometió a su hijo encontrarlo. “Utilicé lo medios de comunicación y las redes sociales; así se dieron cuenta de que Roberto estaba desaparecido, y las personas que también habían perdido a sus familiares me buscaron y formamos, inicialmente, un grupo de 17 personas con las que decidimos lanzar una marcha para que el Gobierno reconociera las desapariciones y nos ayudara a buscarlos. Para el día de la marcha, el 12 de septiembre de 2014, ya éramos 38 familias”. 

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En principio las autoridades desconfiaron de la manifestación. El presidente municipal hizo caso omiso de la buena fe de las víctimas y la acusó de mentirosa porque ellos solo sabían de cuatro desapariciones. Doce cuerpos encontrados en dos meses de escudriñar en fosas evitaron que sus esperanzas quedaran en tierra de nadie, minaron la desconfianza y consiguieron el apoyo del gobierno municipal.

Iniciaron su búsqueda por las orillas de los canales, en el monte, en el río, con pala y machete y varillas, las que hunden en la tierra para detectar cuerpos sólidos. Un leve golpe ya era motivo para excavar. En noviembre de 2016 se constituyeron como organización y el periodista Javier Valdés las bautizó como ‘Las rastreadoras’, escribió sobre ellas en el libro Los huérfanos del narco, pero lo asesinaron por sus investigaciones del mundo del crimen organizado.     

Con su alma llanera sitiada de dolor, Lyda inició a buscar familiares de la región de la mano de oraciones y de cuatro o cinco madres que se arriesgaron. “Nosotros tenemos un problema grave y es que convivimos con los paramilitares, porque en el 2005 se desmovilizó el Bloque Centauros, pero Héctor Germán Buitrago, un líder paramilitar y narcotráficante conocido con el alias de Martín Llanos no lo hizo. 

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En el 2009 creó su Fundación. Empezaron los viajes para buscar a sus seres queridos en los escombros de esa violencia, pero el mirar por debajo de ese pasado prendió las amenazas, “al parecer eran de Martín Llanos”. Esquivó el miedo. Lyda buscó en casas, en la llanura y en la cordillera, visitó cárceles para hablar con los postulados y obtuvo la colaboración de algunos; sin embargo, “hubo personas que vieron en ese accionar el peligro de incriminarse y alguna mano negra acabó con ese escenario”. 

Los hallazgos 

La paciencia, la determinación y la fe les ha permitido a ambas mujeres algunas cosechas.       

"El día que fuimos a buscar a dos jóvenes en el norte de Sinaloa, mi hijo cumplía tres años de desaparecido. Eran las dos de la tarde y no encontramos nada, pero alguien dijo que volviéramos a buscar. Lo hicimos porque nos acordamos que en otras ocasiones regresábamos a rastrear en lugares que habíamos barrido, ya que descubrimos que a veces las fosas las reciclaban, es decir, que después de estar vacías durante un tiempo aparecían otros cadáveres", recordó Mirna.

Su memoria hace un recuento de los hechos que, después de una búsqueda intensa, le regresó a su hijo. "Regresamos hacia las cuatro de la tarde y al poco rato un señor tocó algo con la varilla, y del pequeño hueco que abrió  salió un aroma, y debo decir que de las fosas sale un aroma muy peculiar, pero ese día al olerlo a varios metros dije: ‘Ese es mi hijo’, y comencé a escarbar con las manos, cuando veo un cráneo y algunas vértebras y cosas que él vendía, su cachucha, su pantalón, sus calcetines. A mi hijo lo enterraron para que los animales no se lo comieran; sin embargo, solo encontré la cuarta parte de su cuerpecito”.

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Pero debía esperar a los resultados forenses para confirmar su pálpito. “Al mes tuve la respuesta que esperaba, pero me negaba también porque en ese momento son sentimientos encontrados, ya que siempre que vamos a una fosa queremos que sea un familiar, tu hijo, tu hermano, tu padre el que está ahí, pero cuando te das cuenta de que no es, te da mucho gusto porque te queda esa esperanza de vida de que pueda llegar y tocarte a la puerta y decirte aquí estoy, ya regresé”.

La historia de Lyda, sin embargo, no fue la misma y no contó con la suerte que tuvo Mirna en México. “Hace un año se encontraron los restos de la compañera sentimental de mi hermano, a quien sigo buscando, y aunque no lo he encontrado ha sido muy bonito, muy significativo de que se dieran las cosas, que fuéramos escuchados y que nos fuéramos organizando, y se han encontrado restos óseos de otras personas con lo que se ha contribuido a la verdad”, rememora la colombiana. 

En este proceso, aunque Lyda ya no forma parte de la Fundación ha recibido acompañamiento de la Unidad para las Víctimas. “Buscando a mi hermano fue algo novedoso para mí saber que se podía tener apoyo psicosocial, algo muy importante porque la gente en los llanos no ha entendido que lo importante no es la indemnización económica, sino la verdad, la justicia y la no repetición de los hechos y que tiene que conocer los otros programas que ofrece la Unidad”. 

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En Sinaloa hoy son más de mil familias unidas al grupo de Las Rastreadoras, aunque solo 100 o 120 personas salen a desenterrar fosas, y pese a que Mirna ya realizó las exequias de Roberto sigue buscando el resto de su cuerpo, aunque siente que ha cumplido la promesa que le hizo; en los lLanos, Lyda, por su parte, continúa rastreando la huellas de su hermano “para cumplirle la promesa a su madre de que un día lo va a tener en sus brazos, así sea en un cajón para poder enterrarlo y tener a dónde ir a llorar; ese es mi sueño más grande”, y una promesa es una promesa.

*Periodista de la Unidad de Víctimas.

Por Érick González G.*

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