Asfixia erótica, a un paso de la muerte

La versión cinematográfica de ‘Cincuenta sombras de Grey’ revive la polémica en torno a una de las prácticas sexuales más arriesgadas: la hipoxifilia.

Katherine Moreno Agudelo
14 de noviembre de 2013 - 08:04 a. m.
Existen varios riesgos cuando se da rienda suelta a los más oscuros deseos. / David Campuzano
Existen varios riesgos cuando se da rienda suelta a los más oscuros deseos. / David Campuzano
Foto: DAVID CAMPUZANO 2012

El filme de la trilogía Cincuenta sombras de Grey —que relata la ardiente relación de Christian Grey con Anastasia Steele, a quien seduce y somete hasta convertirla en su esclava sexual— ha revivido los debates sobre los riesgos que implica dar rienda suelta a los más oscuros deseos de la sexualidad humana, como el sadomasoquismo.

La asfixia erótica es una de las prácticas que se cuentan dentro de esta categoría. Consiste en provocar de forma mecánica una disminución de la respiración mientras se está ad portas del orgasmo. El objetivo no es otro que buscar un poco más de placer.

En el ámbito médico se conoce como hipoxifilia. “Si estás ad portas del orgasmo y retienes la respiración, la sostienes, la suspendes y la alargas, puedes conseguir un efecto en el orgasmo mucho más intenso y prolongado”, explicó a este diario la sexóloga de la Universidad de Barcelona (España) Martha Mejía.

Para impedir la respiración de la pareja o la propia, algunos recurren a métodos sencillos como tapar la nariz con una mano y otros, más arriesgados, utilizan bolsas plásticas o de látex anudadas a la altura del cuello. Aunque son muchas las personas que saben hasta qué punto llegar y en qué momento desamarrarse para permitir la oxigenación y así evitar un desenlace fatal, varios de sus practicantes se han hecho tristemente célebres.

Ese es el caso del actor David Carradine, reconocido por su actuación en la serie Kung fu y la película Kill Bill. En 2009 fue encontrado muerto en la habitación de un hotel en Bangkok. Circuló por los medios una foto en donde se veía que el actor —completamente desnudo— se había anudado el cordón de las cortinas alrededor del cuello, lo que desencadenó un final fatal. “Por este último caso recuerdo que me visitaron muchos pacientes para que les explicara qué hizo ese actor, porque les parecía una maravilla. Ni tan maravilla, les dije yo”, cuenta Mejía.

El tema volvió a despertar curiosidad desde que se conoció que la autoasfixia erótica (y no suicidio) había sido la verdadera causa de muerte de Ariel Castro, quien violó y secuestró durante una década a tres mujeres en Ohio, EE. UU. El ‘Monstruo de Cleveland’ —quien cumplía cadena perpetua— fue encontrado colgando de una bisagra de la ventana de su celda, con una sábana alrededor de su cuello y los pantalones y ropa interior en los tobillos.

Basada en los relatos de sus pacientes, Mejía ha encontrado que la práctica de la asfixia erótica es más frecuente de forma individual que en pareja: “casi siempre pasa cuando se realiza la masturbación. Seguramente pasa así porque no hay la presión o cohesión de la pareja y definitivamente es más usual en los hombres, sobre todo en los que sufren de eyaculación precoz”.

Un día me dijo una paciente de 45 años: ‘Yo ya vivo un orgasmo como un estornudo. No pasa de ahí. Al principio, cuando tenía 20 o 30, sentía esa vaina intensa que me estremecía, me ponía a temblar, pero ya no”. Siempre quieren rescatar ese punto cúspide. No quieren renunciar a esa intensidad que con el paso del tiempo —sobre todo cuando hay monotonía y rutina—” se pierde, anota Mejía, y enfatiza que por ello muchos de sus pacientes recurren a prácticas poco convencionales y hasta riesgosas.

Son varias las advertencias de los expertos para los que en algún momento de sus vidas se arriesgan a experimentar con este tipo de procedimientos: no realizarlos bajo efectos de bebidas embriagantes o sustancias alucinógenas, entender los límites y no ir a extremos. Además, recordar que hay muchos otros caminos seguros para obtener placer. “No se trata de un juego. Si no estás en tus plenas facultades, es mejor no intentarlo”, agrega.

kmoreno@elespectador.com

Por Katherine Moreno Agudelo

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