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¿Cómo llevar una vacuna contra el coronavirus hasta Macondo?

Si la vacuna de Pfizer fuese realmente desarrollada y fuera la única, algo poco probable, tiene muchos desafíos por delante. Distribuirla en Colombia sería un gran reto, pues debe mantenerse a una temperatura inusual: -70ºC. Algo similar sucedió en África con la vacuna contra el ébola. Administrar dosis fue toda una odisea.

Sergio Silva Numa
11 de noviembre de 2020 - 02:00 a. m.
La vacuna de Pfizer debe mantenerse a -70ºC. Usualmente las vacunas deben estar entre 2ºC y 8ºC. / AFP / SILVIO AVILA
La vacuna de Pfizer debe mantenerse a -70ºC. Usualmente las vacunas deben estar entre 2ºC y 8ºC. / AFP / SILVIO AVILA
Foto: AFP - SILVIO AVILA

Para empezar, una muy breve guía para entender el anuncio sobre la vacuna Pfizer y BioNTech: es cierto que la noticia genera una gran expectativa, pero hay varios motivos para tener cautela. El primero, lo hemos repetido desde que empezó la pandemia: estos anuncios se están presentando con boletines de prensa y no en una revista especializada, en la que los artículos son revisados por pares independientes que analizan, preguntan, piden más datos, los aprueban o los rechazan. Esa es la manera de garantizar el método y el rigor en el mundo científico desde que en 1830 la Royal Society de Londres empezó a implementar un proceso formal de evaluación para controlar la calidad de lo que publicaba. (Lea Vacuna para COVID-19, un largo camino)

Otra razón para tener prudencia son los cabos sueltos que dejan los resultados presentados. Pfizer mostró datos preliminares de 94 pacientes, pero deberán esperar a identificar 164 casos de COVID-19 para completar el análisis (en total, en el ensayo clínico están participando 43.538 voluntarios). De ahí en adelante, le espera otro camino para ser aprobada. Por lo pronto, hay varias preguntas claves por resolver: ¿Protege contra un estado grave de la enfermedad? ¿Protege contra la infección o solo contra el desarrollo de síntomas? ¿Tiene el mismo efecto en personas mayores?

Como le dijo a The New York Times Jesse Goodman, profesor de medicina y enfermedades infecciosas de la Universidad de Georgetown, “necesitamos ver los datos reales y resultados a largo plazo”. Pero, por ahora, los indicios son alentadores. Y lo son, especialmente, para las otras compañías que, como Moderna, están intentando desarrollar una vacuna con la misma tecnología de Pfizer: la de ARN mensajero. En palabras dichas a ese diario por Akiko Iwasaki, de la Universidad de Yale, “nos da más esperanzas de que otras vacunas también serán eficaces”.

Hecha esta breve aclaración, hay que añadir otro punto: no hay ningún país que haya aprobado una vacuna con esta tecnología. Al ser nueva, tiene, entre otras, una especificación: a diferencia de las vacunas convencionales, que deben mantenerse siempre a una temperatura de 2 °C a 8 °C, la de Pfizer requiere -70ºC. Para hacernos una idea, un refrigerador doméstico en el que se hacen los cubitos de hielo suele estar a unos -18 ºC o -19ºC.

Si no se mantiene la “cadena de frío” lo más seguro es que estos productos pierdan su capacidad inmunológica. También pueden quedar inactivadas, aunque eso depende de la sensibilidad que tengan a los cambios de temperatura. En otros términos, como escribió en The Coversation Anna Nagurney, especialista en temas logísticos e investigadora de la Universidad Massachusetts Amherst, una vacuna es más o menos como un pescado: debe mantenerse refrigerada. Si no, se estropea y debe desecharse.

Para que eso no suceda, el mundo ha creado un complejo sistema logístico que, sin ahondar en los detalles, funciona así: del laboratorio transportan la vacuna al aeropuerto; de allí un vuelo la lleva a un almacén central del algún país y, dependiendo de las condiciones de cada territorio, se transporta en avión o camiones especiales a las ciudades capitales y a los municipios. Allí se almacena para que luego el personal de salud vacune a la población. Lo importante es mantener siempre la cadena de frío. Perderla no quiere decir que generará efectos adversos. Más bien, apuntaba Nagumey, se trata de un gran problema financiero y de perder esfuerzos que pueden evitar muertes.

Lo sintetizaba en una cifra: las pérdidas por los errores al mantener la cadena de frío se estiman en $US 34,1 mil millones cada año. Entre sus argumentos citaba un estudio elaborado por CEIV Pharma, una compañía especialista en logística farmacéutica, en el que estimaba que en 2019 el 25% de las vacunas se degradaron antes de llegar a su destino. En el documento también señalaban que el 20% de productos sensibles a la temperatura (no solo vacunas) se dañan porque se rompe esa cadena de frío.

“Con miles de millones de vacunas necesarias para hacer frente a la pandemia”, reflexionaba, “una alta tasa de deterioro resultaría en una inmensa pérdida financiera y un enorme retraso en las vacunas, lo cual que podría resultar en muertes y un cierre global más prolongado”.

De vuelta al trópico

Lograr las cadenas de frío ha sido un enorme desafío en América Latina. Es un reto que, como lo recordaba un ingeniero el año pasado en uno de boletines de inmunización de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), se fue superando a medida que expandía el Plan Ampliado de Inmunización, vigente tanto en Colombia como en otros países de la región.

Al inicio, en la década del setenta, las mejores herramientas para mantener la temperatura eran neveras de uso doméstico. Pero su espacio pronto fue insuficiente ante la necesidad de vacunar a más personas. Los equipos refrigeradores también se quedaron pequeños y fue necesario desarrollar grandes cámaras frigoríficas para los centros de almacenamiento. Para llegar a los territorios que no contaban con energía eléctrica la solución fue crear refrigeradores alimentados por energía solar.

En medio de esos artefactos, quienes aplican las vacunas siempre se han ayudado de diferentes implementos térmicos portátiles que permiten mantener la cadena de frío. Usualmente usan dióxido de carbono congelado, es decir, hielo seco. Eso ha permitido llevar estas medicinas a lugares apartados y de difícil acceso. Pero, pese a todo esto, escribían en el boletín de la OPS, “desarrollar un sistema de inmunización y una cadena de frío eficiente en las Américas no ha sido una tarea sencilla y fácil”, que pronto iba a tener otro desafío: “vacunas elaboración por ingeniería genética” que “requerirán ultra bajas temperaturas inferiores a -60ºC”. Como la de Pfizer.

Una de las grandes preguntas, entonces, a parte de las relacionadas con la cantidad de producción, el precio o las barreras de propiedad intelectual, es ¿cómo podría distribuirse una vacuna como la de Pfizer en esos territorios apartados si se debe mantener en una temperatura inusual? Claro: hacer ese interrogante es moverse en el frágil terreno de la especulación porque es posible que se desarrollen otras vacunas que no requieran esa “ultracongelación”.

Pero si asumiéramos ese supuesto, como lo hacía la profesora Nagurney, habría de por medio un gran desafío. Se necesitaría, indicaba, equipos especializados y en “muchos lugares no es posible instalar congeladores capaces de soportar las bajas temperaturas”. En ese caso, escribió la farmacoepidemióloga Claudia Vaca en Twitter, se convertiría en “una barrera inmensa que puede generar una estampida de países comprando ese tipo de congeladores”.

La experiencia del ébola en África mostró que se trata de un gran reto. Luego de que la alianza GAVI desarrollara una vacuna en 2016, aprobaron la fabricación de 300 mil dosis. Pero como también era una carrera contra el tiempo, lograr una estabilidad en los habituales 2ºC a 8ºC no fue fácil. Para que funcionara debía estar entre los -60ºC y -80ºC, una verdadera dificultad en Sierra Leona, Guinea y Liberia, donde, además, no siempre había lo esencial para mantener una cadena de frío: energía.

La odisea para que la Organización Mundial de la Salud pudiese llevar la vacuna a las comunidades, la recogió el periodista Adam Rogers en un reportaje publicado en WIRED. Cuenta que fue necesario desarrollar unos congeladores especiales capaces de mantener las temperaturas requeridas. Arkteks, los llamó el creador. Pero estuvieron listos después de tocar muchas puertas, hacer varias pruebas y saltar muchos obstáculos tecnológicos.

Pablo Martínez, médico y salubrista de la ONG Sinergias, lleva varios años trabajando con comunidades indígenas de diferentes puntos del país. Ahora está Huila pero conoce con detalle los territorios amazónicos. Partiendo del supuesto de que si existiese una vacuna de Pfizer, le pregunto qué tan complejo sería llegar a un territorio como Vaupés.

“Para salir a vacunar en un territorio apartado", responde, "hay que coordinar vuelos o canoas y hay que hacerlo en una época que no sea invierno porque dificulta todo. El clima, simplemente, puede complicarse. Además, hay que planear muy bien el viaje porque hay comunidades que no tienen energía y se suele depender del hielo seco. De tener que llevar una vacuna como la de Pfizer, habría que hacer una inversión inmensa en refrigeradores y garantizar también lanchas, motores y combustible. Habría que hacer lo mismo en la Orinoquía o en el Pacífico teniendo en cuenta que son zonas sin conexión a una red de electricidad”.

De hecho, cuenta, Mitú, la capital de Vaupés, hace poco se quedó sin luz durante 48 horas. ¿El motivo? Depende de una planta que funciona con ACPM.

Tal vez, el siguiente mapa resuma mejor el desafío. En él se muestra el sistema interconectado de Colombia, que integra las redes eléctricas que abastecen al país. Hay unos “huecos” enormes:

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Helga66(40077)11 de noviembre de 2020 - 06:52 p. m.
Puede haber sitios sin energía, pero son en los que vive la menor cantidad de población. Buena parte del territorio cuenta con conexión de electricidad y en en donde vive la mayoría de la población. Por allí se debe empezar
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