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¿Ya vimos la peor cara del coronavirus?

Tres expertos en epidemiología responden esta pregunta ahora que comienza la reapertura y seis meses después de hacerle frente a una epidemia que en Colombia ha dejado 600 mil infectados oficiales y casi 20 mil muertos.

30 de agosto de 2020 - 03:00 a. m.
Desde que se registró el primer caso de coronavirus en el país se han recuperado más de 430 mil personas.
Desde que se registró el primer caso de coronavirus en el país se han recuperado más de 430 mil personas.
Foto: Santiago Ramírez Baquero

El reto ahora es para los alcaldes y gobernadores

*Silvana Zapata Bedoya, MSc en Epidemiología y especialista en Sistemas de Información Geográfica. Epidemióloga de campo.

Creo que no lo hemos visto de manera homogénea para todo el país, si bien para algunos lugares posiblemente ya hemos visto lo peor del coronavirus, con unas tasas de mortalidad bastante altas por millón de habitantes (como Leticia, Soledad y Barranquilla), en otros lugares estas cifras apenas comienzan a ascender. (Vea aquí toda la información sobre coronavirus)

Para saber si lo peor ya pasó, se necesitan estudios como los de seroprevalencia, cuyo objetivo es identificar a personas de una población o comunidad que tienen anticuerpos contra la enfermedad de COVID-19.

Sin embargo, algunos modelos matemáticos muestran que algunas ciudades posiblemente hayan alcanzado el agotamiento de las personas susceptibles como Barranquilla y Leticia, donde podrán retornar a la normalidad más fácil, sin afectar el bien más preciado que es la vida, y podrán retornar de manera más ágil a las actividades económicas; pero ojo, esto no ocurrirá de manera similar en todas las ciudades, por lo tanto, la probabilidad de rebrotes es bastante alta y en este escenario se encuentran las ciudades como Bogotá, Cali y Medellín.

Por fortuna, se han aumentado muchas capacidades que no teníamos en marzo: pruebas, fortalecimiento de los equipos de vigilancia epidemiológica en los territorios, camas de UCI, telemedicina, personal entrenado y una articulación con la academia y el estado nunca antes vista en nuestro país y eso bajo la sombrilla de la nueva apertura el 1 de septiembre tendrá otro panorama.

Se vienen grandes retos para el país, dado que el aislamiento selectivo no quiere decir que el virus se fue; por el contrario, el virus permanece, pero no de igual forma en todos los territorios. Esta “nueva normalidad” trae consigo uno de los retos más grandes para los gobernadores y alcaldes, que es la articulación intersectorial, debido a que comparten componentes geográficos y de interconexión, como vías e infraestructura.

Las ciudades tendrán que fijarse muy bien en los grados de afectación por las unidades geográficas más básicas, como son barrios y si es posible manzanas, con el fin de lograr que las estrategias de pruebas, rastreo y aislamiento sean efectivas.

Otro reto que debe continuar es con las empresas, específicamente en mantener el escalonamiento de horarios, sumado a las acciones de teletrabajo y basado en la estrategia para evitar siempre las 3C: espacios cerrados, concurridos y de contacto cercano. (Lea: Colombia participará en los ensayos clínicos de la vacuna que desarrolla Johnson & Johnson)

La familia también juega un papel muy importante. Es perentorio definir sus propios rastreadores para tener una burbuja segura. En este sentido, propongo que pueden tener un cuaderno donde especifican los lugares de desplazamiento con la fecha, hora e identificación con una “X” si el lugar de desplazamiento tenía alguna de las 3C (espacios cerrados, concurridos o de contacto cercano), lo cual permitirá tener un monitoreo familiar e identificar una posible fecha de exposición o infección.

Sin embargo, no pueden faltar las acciones individuales, como lavado de manos, uso adecuado de la mascarilla y distancia física.

Debemos seguir monitoreando indicadores como la tasa de mortalidad por millón de habitantes y el número reproductivo efectivo, que hasta el 16 de agosto en Colombia era de 1.11. Lo deseable es que esté por debajo de 1.

Por fortuna hemos visto una reducción significativa de dicho indicador, pero este varía de acuerdo a la ciudad o territorio. Un buen control de este número ha permitido en cierta medida, que los servicios de salud no colapsen y se salven todas las vidas posibles.

En definitiva, el comportamiento ciudadano va a marcar la diferencia de ahora en adelante, si las personas son responsables en el distanciamiento físico, el lavado frecuente de manos y el uso adecuado de la mascarilla y adicionalmente evitando las 3C buscando espacios que tengan buena ventilación. Es evidente que el país necesita la reactivación de los empleos, y tratar de retornar a la normalidad en las diferentes regiones de la forma más segura posible, con reglas de acuerdo al comportamiento de la enfermedad y por eso hay que ser claros con todos los ciudadanos y explicar que el virus aún sigue presente y que esta “nueva normalidad” obedece a una dinámica de determinantes sociales que afecta otras acciones de salud pública. Incrementar los equipos de rastreadores es prioridad, identificar los casos de manera oportuna y garantizar su aislamiento serán cruciales en esta nueva etapa, y esto incluye rastreadores comunitarios.

Es claro que todos países pueden experimentar rebrote y el nuestro no está exento de eso, se acerca el segundo pico respiratorio de IRA Infección respiratoria Aguda que históricamente se presenta en octubre y noviembre y este factor puede aumentar el número de casos de COVID-19, por eso es tan importante la vigilancia epidemiológica, esto sumado a las estrategias de omunicación del riesgo que se centran en ser lo suficientemente claras e incluir la incertidumbre.

“Lo más grave quizá no sea visible para la mayoría”

* Álvaro Javier Idrovo, médico PhD. en epidemiología y profesor de la Universidad Industrial de Santander.

El coronavirus SARS-CoV-2 como agente causante de la pandemia en curso puede tener diversos efectos, unos inmediatos que hemos estado observando en los informes y noticias diarias, y otros a mediano y largo plazo, que apenas estamos empezando a conocer.

Algunos de estos efectos pueden ser biológicos, y algunos pueden ser sociales, y todos tienen menor o mayor incertidumbre en su ocurrencia. Dado que para entender los efectos sociales existen expertos, me concentraré en los posibles efectos más ligados a la enfermedad. Vale la pena añadir antes de iniciar, que la total certeza científica sobre este coronavirus aún no se tiene, por lo que mucho va a ir apareciendo en los próximos meses. Aquí, entonces, unos posibles efectos.

Los efectos inmediatos seguirán apareciendo en las noticias de las próximas semanas. Colombia vive una pandemia heterogénea en sus regiones. Mientras Leticia, Buenaventura y Cartagena, por ejemplo, ya pasaron el llamado “pico”, otras regiones parecen estar precisamente en ese momento, como Bogotá y Cali, y otras aún están en una fase de inicio del primer “pico”, como Santander. En ese sentido, lo peor en número de casos a escala nacional se estará superando, pero esto no debería de olvidar el dolor, sufrimiento, hospitalizaciones y muertes que vivirán muchas personas en los lugares donde se tiene o tendrá la pandemia en sus niveles máximos de ocurrencia en las próximas semanas.

A mediano plazo seguiremos observando “coletazos” de ese primer “pico”. Como se ha visto en Asia o Europa, aparecerán brotes masivos de casos, especialmente en los lugares donde se retomaron las actividades previas a la pandemia de manera presurosa, y sin las medidas de bioseguridad requeridas.

Eso debería alertar a la sociedad para que mantenga el lavado de manos frecuente, el uso de tapabocas y el distanciamiento físico para evitar la transmisión del virus, y a las autoridades de mantener o mejorar las actividades de vigilancia en salud pública. Todo esto sucederá porque aún hay muchas personas que no se han infectado y permitirán que exista contagio.

Hay alguna evidencia indicando que quienes han estado hospitalizados por COVID-19 pueden tener algunos efectos persistentes después del egreso hospitalario. Es así como se han observado trastornos del corazón que se manifiestan por disminución de su función normal, por lo que los cardiólogos están atentos de sus posibles consecuencias. También se han reportado trastornos neurológicos como dolores de cabeza, convulsiones, sensaciones anormales, pérdida de la visión y alteraciones de la conciencia, entre otros. Todo esto sin mencionar los efectos psicológicos que se sabe puede persistir durante bastante tiempo, y ocurren entre quienes tuvieron la enfermedad, en gran medida por el estrés manejado, y entre quienes no tuvieron la infección debido a las condiciones de vida transformadas. (Podría leer: En Colombia la gente muere por COVID-19 menos que en otros países latinos, ¿por qué?)

Finalmente, es esperable que ocurran efectos a largo plazo, que solo podremos ver después de estudios de varios años. Estos pueden incluso ocurrir muchos años después, como fue evidente en la pandemia de gripe de 1918. Algunos estudios han encontrado efectos en los hijos de mujeres que tuvieron infección mientras estaban en embarazo, y que forman parte de la llamada “hipótesis de origen fetal de la enfermedad”. En este caso hay evidencia sugerente que la infección dentro del útero materno se encuentra asociada a peores resultados en salud 20 años después; es decir, que la generación nacida durante la pandemia quedó marcada, predispuesta.

En definitiva, la actual difusión de la pandemia en los medios hace que todos estemos pendientes de lo que sucede día a día, de cómo cambian los números; sin embargo, es posible que muchos otros problemas de salud no sean observados por la sociedad. Estos estarán por años en los consultorios médicos y en los hospitales, ocultos para la mayoría y serán parte de esa epidemia silente que persistirá entre nosotros varios años.

La pandemia no ha terminado, es el momento de la respuesta territorial

* Julián Fernández Niño, director Nacional de Epidemiología y Demografía, Ministerio de Salud y Protección Social, Colombia. Profesor Uninorte.

Las cuarentenas, como estrategias de contención o supresión de la propagación de enfermedades infecciosas, son implacables, o al menos lo son cuando o mientras la población se adhiere a ellas. Pocos lo dudan.

Es un hecho biológico que los tres parámetros principales que determinan la velocidad de propagación de un virus son: 1) La tasa de contactos (personas promedio con que entra en contacto cada persona); 2) La probabilidad de que un contacto sea contagioso; 3) El tiempo en que una persona es contagiosa. La tercera no es modificable sin alternativas farmacológicas, la segunda se reduce con las medidas de distanciamiento físico y protección personal como el tapabocas, pero nunca se puede llevar a cero. Pero lo cierto es la primera: la tasa de contactos, la que más impacto tiene sobre la transmisión, y por eso las cuarentanas son tan efectivas.

Colombia realizó una cuarentena apenas 19 días después de su primer caso confirmado, dado el aprendizaje de Europa y Asia, nos permitió ponderar el riesgo que estaba por venir, y era necesario hacerlo para incrementar la preparación del país, sobre todo teniendo en cuenta el rezago de capacidades, en servicios de salud y salud pública, que algunos territorios tienen históricamente.

Pero así como son efectivas, las cuarentenas son muy disruptivas socialmente. Tienen el problema que una vez levantadas, las personas que no se expusieron siguen siendo susceptibles. Es decir, generan la paradoja que quienes más se adhieren a ellas siguen siendo vulnerables. El tiempo que proveen es valioso, y Colombia lo supo aprovechar, pero no son sostenibles social y económicamente.

Al principio de la pandemia, algunos modelos de intervención de connotadas escuelas se atrevieron a proponer la posibilidad de cuarentenas de 18 meses o más para mantener supresión, con una reflexión poco profunda sobre el costo social que esto tendría, un exabrupto para un país de ingresos medios como Colombia, pero además con una alta desigualdad social que la pandemia podría profundizar. Esto sumado a los efectos sociales como el desempleo, la pérdida de ingresos, la salud mental, inseguridad alimentaria, el sedentarismo o las violencias basadas en género.

Por todo lo anterior, se hace necesario ahora transitar de un modelo de aislamiento generalizado hacia un modelo de aislamiento selectivo, que permite cierta actividad económica, pero también cierta interacción social, cierto goce de la vida y, por qué no, hay que decirlo, cierta felicidad.

Limitando el aislamiento a los casos confirmados y sospechosos, y sus contactos, la proporción de personas y el tiempo que tienen que estar aislados es menor, y los impactos sociales y en salud se reducen. El incremento de la movilidad para las personas que lo requieren económicamente, o que lo necesitan, les permitirá recuperar algo de su ingreso, su salud mental y su empoderamiento,que necesariamente se ve limitado por una medida restrictiva.

Es también un poco más democrático, ya que aunque las cuarentenas generalizadas cubren a todos, no afectan a todos por igual, las personas de altos ingresos, tienen mayor posibilidad de hacer teletrabajo y permanecer en casa al tener ahorros, mientras que en el aislamiento selectivo, la medida se determina por el contacto con el virus, aunque ciertamente es un hecho que este seguirá afectando a los más vulnerables, que son los que tienen mayor exposición, y por eso las medidas deben pensar en ellos primero.

Como pilar de esta nueva estrategia está el programa PRASS, que, a pesar del nombre, tiene como base el aislamiento, no las pruebas. La implementación de las estrategias de rastreo y aislamiento de contactos tiene que ser una prioridad para el país, y ese es el compromiso que todos debemos adoptar. (Le puede interesar: ¿Qué tanto ha funcionado el rastreo de casos de coronavirus en Colombia?)

En esta nueva fase se requiere un alto compromiso de la población. Es cierto que transformar conductas es difícil, pero tampoco debemos dejar de reconocer las grandes capacidades de las personas, su responsabilidad, su percepción de riesgo, las respuestas que surgen de las propias comunidades y su compromiso con proteger la salud. A todo ello debe acompañar y respaldar la acción del Estado.

No es cierto, como se ha dicho, que la nueva fase deje a las personas solas. Así lo sabe el Ministerio de Salud y Protección Social, así lo deberían saber todos los alcaldes y gobernadores del país. Si se quiere una apertura económica sostenible, este es el momento de profundizar la respuesta de los territorios. El riesgo de rebrotes es alto, porque persisten una alta proporción de susceptibles en varias regiones del país, y dado que no conocemos todo sobre el comportamiento del virus, no podemos confiarnos.

Hay que continuar con el fortalecimiento de las capacidades del sistema de salud, pero los gobernantes deben entender que ahora deben priorizar grandes ejes como: 1) La vigilancia epidemiológica. 2) La educación para la salud y la promoción del autocuidado. 3) La participación comunitaria en el empoderamiento de las medidas. 4) La protección integral de los adultos mayores. 5) El análisis de pequeña área del comportamiento del virus. 6) La inspección al cumplimiento de los protocolos de bioseguridad en comercios, empresas, transporte y en espacio público.

Adicionalmente, se debe avanzar en fortalecer estrategias que son relevantes más allá de la pandemia, y que ojalá se prioricen en el nuevo Plan Decenal de Salud Pública, como la atención primaria en salud, la acción intersectorial, la atención médica domiciliaria, y la garantía de la activación de las rutas de atención para todos los demás problemas de salud. No podemos “covitizar” la salud pública y tenemos que mantener la agenda de promoción y prevención de salud amplia para proteger la salud de forma integral durante y después de la pandemia.

La pandemia no ha terminado ni en el mundo, ni en Colombia. Debemos comprometernos todo con el éxito de esta fase si queremos que dure. (Le puede interesar: Con ley buscan que Colombia compre anticipadamente vacuna contra COVID-19)

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