Explotando el deseo de vaginas perfectas

Colombia es el país donde más se realizan “rejuvenecimientos vaginales”; pero mientras algunos cirujanos afirman que mejora la sexualidad femenina, expertos temen que su incremento sea consecuencia de una moda por tener “genitales ideales”.

María Mónica Monsalve S. / @mariamonic91
29 de enero de 2019 - 02:00 a. m.
/So What Is a Vulva Anyway/BritsPag
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A finales del año pasado llegó a la redacción de El Espectador un libro titulado El renacimiento de la vagina: reivindicando a la diosa. Su autora, la doctora Lina Triana, cirujana plástica y expresidenta de la Sociedad Colombiana de Cirugía Plástica, prometía llevar a la lectora por “una guía moderna para el rejuvenecimiento vaginal” desde la portada. Era un libro que llamaba la atención, no solo porque hablaba de un tema tabú, las vaginas, sino porque se refería a una de las cirugías estéticas que más popularidad están ganando en Colombia y en el mundo.

Sobre las cirugías estéticas vaginales habíamos escuchado varias cosas en la sección de Salud, como que se habían vuelto populares y que eran varias las celebridades de Hollywood que las promocionaban. El mismo libro lo cuenta. Dos de las hermanas Kardashian se estrecharon sus paredes vaginales para volver a “sentirse vírgenes”, la icónica Sharon Osbourne se hizo un procedimiento parecido después de dar a luz y Jada Pinkett Smith, esposa del reconocido actor Will Smith, alguna vez le dijo a la revista People que su vagina se sentía mucho más joven después de tres tratamientos para rejuvenecerla.

Pero tener el libro de la doctora Triana en nuestras manos despertó un sinnúmero de dudas entre las mujeres que escribimos para la sección de Salud. ¿Además de todas las presiones físicas que la publicidad nos exige, ahora también nos estaban vendiendo la idea de vaginas “perfectas”? Es más, ¿existen vaginas perfectas o socialmente aceptadas como “bonitas”? O, como lo explicó más tarde la doctora Triana cuando hablamos telefónicamente, se “trata de una cirugía que va mucha más allá de la estética y busca que la mujer se empodere de su sexualidad”. La respuesta, claro, está llena de matices. 

¿Ahora también nos estaban vendiendo la idea de vaginas ´perfectas´? 

Lo primero que hay que saber es que a lo que se llama “rejuvenecimiento vaginal” es un concepto en el que caen distintos procedimientos, ya sea para mejorar el placer sexual de la mujer o para perfeccionar la apariencia de su vagina. El menú de lo que se ofrece es amplio. Si una mujer siente que sus labios internos son muy largos y le incomodan, por ejemplo, para montar bicicleta, una opción es la labioplastia. En esta cirugía se reducen los labios menores para que no sobrepasen los mayores y la vagina quede parecida a la de una Barbie. Con la vaginoplastia, en cambio, se estimula el colágeno de las paredes vaginales para que el canal se haga más estrecho y la mujer sienta más durante el sexo. Y para aquellas que quieren recuperar una supuesta sensación de virginidad está la himenoplastia, en la que se reconstruye el himen.

Pero no todo acaba ahí. En la baraja de opciones también entran otros procedimientos, como remover parte del capuchón del clítoris para que quede más expuesto; potenciar el punto G inyectando ácido hialurónico, lo que promete mejores orgasmos; aplanar el monte de venus y aclarar el color de la vagina, porque al parecer hay quienes creen que la suya tiene un color raro.

Aunque se trata de tratamientos que no tienen todo el apoyo científico y frente al que algunos ginecólogos han puesto varios “peros”, lo cierto es que estas cirugías estéticas se han disparado. “Antes ni se sabían las estadísticas porque eran pocas, pero en los últimos años la tendencia creció. En 2017 se incrementó un 56 % y el año pasado aumentó el 22 %. Y el país donde más se hacen es precisamente Colombia”, comenta la doctora Triana desde Cali. (Le puede interesar: Rejuvenecimiento vaginal, el tratamiento estético que más creció en 2017)

 

¿Pero por qué las mujeres empezaron a operarse sus vaginas hasta ahora y no antes? La hipótesis más solida apunta a los años 90. Revistas como Playboy y el porno, que antes solo ojeaban los hombres, empezaron a ser vistos por las mujeres. A esto se sumó que, por moda, las mujeres nos empezamos a quitar cada vez más y más el vello púbico de nuestros genitales, hasta dejar la totalidad de la vagina expuesta. No solo nos miramos por vez primera nuestros genitales, sino que también lo hicieron nuestras parejas sexuales, dando pie para comparaciones.

Mientras estudios científicos sobre el tamaño del pene existen desde 1899, como recuerda un artículo del International Journal of Gynecology and Obstetrics publicado en 2005, los científicos solo se atrevieron a tomarle medidas a la vagina con un fin investigativo entrados los años 2000. La pregunta sobre si la vagina de cada una estaba dentro de los estándares de lo “normal” quedó en el limbo.

Este escenario hizo que el ambiente en las consultas ginecológicas cambiara. Las mujeres se sentían más libres para hablar. Empezaron a consultar sobre su propio placer sexual, si tenían problemas para llegar al orgasmo o dudas sobre la apariencia de sus genitales. Jorge Alberto García, ginecólogo y presidente de la Asociación Colombiana de Ginecología Urológica, me lo describe así. “Las mujeres llegaban con dos quejas repetitivas. Las que, después de tener hijos, sentían mucha amplitud vaginal y no disfrutaban igual las relaciones sexuales. Y las que sentían que sus labios externos eran muy largos, abultados, lo que les incomodaba para hacer ejercicio, porque se pellizcaban”.

García, que vivía en Colombia, viajó en el 2007 a Estados Unidos a aprender la pionera técnica con el doctor David Matlock. Era un curso simple para un ginecólogo, cuenta, y terminó por traerla a Colombia. A él, con el tiempo, se unieron una serie de cirujanos plásticos y ginecólogos estéticos que la empezaron a ofrecer y, como en el resto del mundo, el afán por hacerse la cirugía tuvo un efecto de bola de nieve en el país.

Pero la inquietud por su auge se convirtió en la preocupación de varios. Para la doctora Jen Gunter, ginecóloga, obstetra y columnista de The New York Times, hay algo que no cuadra. “Las mujeres están tan preocupadas de que sus labios internos no sobresalgan de sus labios externos, que están buscando operarse para cambiarlo, incluso cuando el 50 % de las vaginas son así. Están buscando esta cirugía a pesar de que los labios menores son una de las partes de cuerpos que juega uno de los mayores roles en el orgasmo”, señala en una columna que tituló “Mi vagina es estupenda, pero tu opinión sobre ella no”.

Las pregunta que nos hicimos las mujeres que cubrimos Salud en El Espectador al ver el libro de Triana fueron la mismas que aparecieron en editoriales de revistas científicas, movimientos feministas y en los mismos gremios médicos. ¿Será que el aumento del rejuvenecimiento vaginal se debe a un uso indiscriminado? ¿Cuándo se debe hacer y cuándo no? ¿Se trata de una moda sin fines médicos?

Cuando sí y cuando no: una línea muy fina

En el año 2014 la revista American Journal of Obstretrics and Gynecology publicó un “cara a cara” entre dos ginecólogas sobre si esta especialidad debería encargarse de realizar rejuvenecimientos vaginales. La doctora Rebbeca G. Rogers, del departamento de Obstetricia, Ginecología y Cirugía de la Universidad de Nuevo México, Estados Unidos, quien hacía las veces de estar en contra, da un argumento fulminante: “Uno se pregunta si el marketing de la apariencia de unos labios vaginales ‘ideales’ pretendiendo mejorar la vida de las mujeres no es sino otra forma de explotar su vulnerabilidad social”.

Cierta ligereza con la que la publicidad, los medios e incluso algunos médicos ofrecen este procedimiento juega bastante con la línea ética. Algunos de los ejemplos más absurdos que encontramos haciendo una búsqueda rápida en línea fue la imagen de dos sándwiches, uno con el jamón por fuera y otro no, acompañado de las palabras “porque la presentación sí importa”. En cambio, en otra publicidad, mostraba dos cauchos para el pelo, uno con la elasticidad cedida y otro intacto, bajo el título “volver a los 17, el extraordinario tensado vaginal láser que te lleva a esa edad… en 15 minutos”.

Pero la verdad es que las vaginas son tan distintas como las mujeres, nuestros senos o nuestro pelo. Y esto sí es un hecho científico. En el 2018, preocupados porque se estaba reportando un incremento de procedimientos vaginales, un grupo de investigadores suizos publicó un estudio en International Journal of Obstretrics and Gynecology llegando a la conclusión de que, incluso entre mujeres caucásicas, “no hay tal cosa como una ‘vulva normal’”. Aquí unos datos para evidenciar las diferencias: entre 657 mujeres blancas entre los 15 y 84 años, el largo del clítoris puede variar entre 0,5 y 34 milímetros. La variación de los labios menores, a su vez, puede estar entre los 5 y 100 milímetros. (Acá también: El estudio más grande en genitales femeninos concluye que no existe ‘vagina normal’)

Al final, decidir o no si se trata de una vagina que debe ser “intervenida” se reduce a la ética médica. Esto me lo comenta la doctora Diana Vélez, sexóloga clínica y ginecóloga cosmética de la Universidad de la Sabana. “En la Asociación de Ginecólogos Estéticos Colombianos tenemos unos estándares que nos rigen, que sugieren solo recomendar este tipo de cirugía cuando hay una necesidad sexual, personal o estética de la paciente”, cuenta. “Pienso que no puede haber un marketing inadecuado, que les genere a las pacientes necesidades que no tienen”.

Los tres expertos consultados, además, explican que siempre la paciente debe pasar por una valoración psicológica para descartar que tenga una dismorfia corporal o que la razón por la que quiere operarse sea externa, como que su novio o pareja sexual se la recomendó. En el caso de la doctora Vélez, por ejemplo, ella trabaja junto a psicosexólogas que hacen la valoración previa, mientras la doctora Triana les hace llenar a sus pacientes cuatro cuestionarios estandarizados.

Pero el espectro de razones por las que las mujeres son operadas es amplio. Y no siempre suena necesario. En el caso de la construcción del himen, por ejemplo, se puede descubrir que es una cirugía necesaria porque la paciente está en riesgo de violencia intrafamiliar si no llega virgen al matrimonio. Pero en el libro de la doctora Triana se cita también el caso de una mujer que, después de estar con su novio por ocho años, quería volver a estar virgen para sorprenderlo en la noche de su boda.

Tan popular, que atrajo a los laboratorios

“Somos conscientes de que ciertos fabricantes están comercializando sus dispositivos médicos basados en energía para el ‘rejuvenecimiento’ vaginal y los procedimientos vaginales estéticos. No se ha establecido la seguridad ni la eficacia de los dispositivos médicos basados en energía para realizar estos procedimientos”. Con estas palabras, en noviembre del año pasado, la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA por sus siglas en ingles) hizo un llamado de alerta sobre el aumento de cirugías vaginales cosméticas. (Lea acá: La FDA no le recomienda que rejuvenezca su vagina con láser)

Tras hacer un rastreo, la FDA encontró que los dispositivos láser que se habían aprobado para tratamientos dermatológicos, oncológicos o para quitar verrugas genitales se estaban usando y publicitando para el creciente mercado del “rejuvenecimiento vaginal”. ¿La consecuencia? Mujeres que terminaban con sus vaginas quemadas, con dolor al momento de tener relaciones o molestia crónica.

La alerta no venía sola, estaba basada en un comunicado del Colegio Estadounidense de Obstetras y Ginecólogos, en el que se advertía que la “revirginización”, el rejuvenecimiento vaginal y la amplificación del punto G no están indicados médicamente y su seguridad y efectividad no estaba bien documentada. Aunque el documento fue publicado en el 2007, fue reafirmado por el comité en el 2017.

En Colombia, según el Invima, hay seis autorizaciones de “comercialización de equipos biomédicos con usos ginecológicos terapéuticos, entre ellos dos de rejuvenecimiento vaginal”, aunque la institución no le dijo a El Espectador quiénes eran los dos titulares de estos últimos. Sin embargo, sí informó que, al momento, no existe una alerta sanitaria al respecto.

En cuanto a la baja evidencia sobre estos procedimientos a los que se refiere el Colegio Estadounidense, la doctora Triana tiene una hipótesis. Al igual que el resto de las cirugías plásticas estéticas, la efectividad de los rejuvenecimientos vaginales solo se puede medir alrededor de la satisfacción de las pacientes. “Como la vagina tiene milímetros de grueso, es muy difícil medir qué tanto se engruesa. Todo se mide por cuestionarios de satisfacción de ‘antes’ y ‘después’, por esto a nivel científico, al publicar los procedimientos de cirugía plástica estética no tienen los rankings más altos. Lo nuestro tiene mucho de artista”.

Lo importante, recuerda, es que se sepa que no todas las mujeres tienen que hacerse estos procedimientos y que no existe un molde de vagina perfecta. Pero más importante, quizás, es entender que no hay nada malo con nuestros cuerpos… y mucho menos con las diferentes formas de nuestras vaginas.

Por María Mónica Monsalve S. / @mariamonic91

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