La pesadilla de los “migrantes” de EPS

Más de cinco millones de colombianos han cambiado de prestador de salud tres veces en tres años. Cuatro pacientes crónicos relatan su travesía burocrática mientras se multiplican las quejas en Medimás.

Maria Mónica Monsalve
24 de septiembre de 2017 - 02:00 a. m.
Robinsón Murillo sufrió un ACV isquémico. A pesar de que perdió gran parte de su movilidad y habla, hace tres meses, le quitaron los servicios de enfermería y el programa domiciliario.  / Óscar Pérez
Robinsón Murillo sufrió un ACV isquémico. A pesar de que perdió gran parte de su movilidad y habla, hace tres meses, le quitaron los servicios de enfermería y el programa domiciliario. / Óscar Pérez

Medimás es una EPS que desde hace un mes tiene bajo su amparo a una población de colombianos equivalente a la de Medellín, Cali y Cartagena juntas. Entre ellos hay mujeres a punto de dar a luz, niños con cáncer, pacientes limitados por demencias, con problemas dentales, diabéticos, infartados y otros con una larga lista de condiciones médicas.

Es difícil saber qué está ocurriendo con cada uno de ellos, cuál es la dimensión del problema heredado de Cafesalud, que a su vez lo heredó de Saludcoop. En redes sociales circulan fotos de sedes desabastecidas de medicamentos, pacientes exigiendo tratamientos suspendidos y salas de espera atestadas en algún centro de atención.

El procurador general, Fernando Carrillo, le pidió a la Superintendencia de Salud que intervenga y reveló que, de 29 departamentos donde opera, Medimás no tenía contratada una red de prestadores en 27. Mientras eso ocurría, José Luis Mayorca Castilla, representante legal de Medimás, cuestionaba al presidente de la EPS, Hernán Briceño, por las dificultades para implementar un modelo de atención eficaz.

El Espectador contactó a cuatro pacientes que, por tener una enfermedad crónica, son quienes están más expuestos a los altibajos de esta EPS. Algunos llevan más de 20 años interactuando con su burocracia. Para ellos, que necesitan ser tratados casi semanalmente, la respuesta es clara: el sistema no está en su mejor momento.

 

Cinco meses sin que nadie se asome

Jaime Bernal llega abrazando una carpeta con documentos. En ella tiene todo el historial médico de su madre, Julia Álvarez, a quien hace unos 20 años, cuando tenía 60, le dio una trombosis cerebral. “En ese entonces era Saludcoop y la atendieron bien, pero en el 2015, justo cuando se empezó a hablar del traslado a Cafesalud, la trombosis le repitió y le dio una infección urinaria, por lo que le pusieron una sonda y tuvieron que mandarle enfermería”, cuenta.

Aunque todo venía relativamente bien, desde agosto del año pasado le quitaron la enfermería y desde mayo del 2017 nadie, ni de Cafesalud, ni de Medimás, se volvió a asomar por su casa en Soacha para hacerle la visita médica domiciliaria o las terapias.

Como muchos pacientes y familiares, Jaime lo cuenta mostrando su tutela, un documento que se ha convertido en el mejor escudo de los usuarios aunque muchas veces termine por ser irrelevante. En sus manos, también tiene un desacato, una reincidencia de desacato y una carta dirigida a Medimás preguntándole por los servicios. No ha obtenido respuesta.

“Primero me dijeron que la enfermera me la habían quitado por orden de la EPS, y la última vez que fui allá, a la central de la 116, miran un computador y me contestan que no han conseguido un operador que se hiciera cargo de mi mamá”. Desde hace un año a Jaime, quien solía trabajar como electricista, le he tocado dedicarse a ella con el miedo de “irla a embarrar”. “¿Yo cómo le meto las manos a la sonda? Si hago algún un procedimiento mal, quién sabe qué pasa y quién responde”. De los cinco hermanos que son, les ha tocado repartirse: entre dos se encargan de cuidar a su madre y los otros tres trabajan. “Con el primer traslado creíamos que iba a mejorar, pero no. Llega el segundo y es peor”, comenta sobre el tránsito entre EPS. “. Uno termina apelando a los juzgados a ver si al juez se le conmueve el corazón, ¿por qué a dónde más va uno? Yo sé que mi mamá se tiene que morir y todos nos tenemos que morir, pero una mayor dignidad de vida en los últimos días es lo que espera uno”.

“Hemos visto cómo las EPS van apretando”

Lo primero que hace Rubiela López antes de comenzar a hablar es ponerse una faja de seguridad de carga. Desde que su esposo, David Arias, se lanzó desde unos árboles a un río en un paseo que hicieron a Moniquirá en 2012, recibiendo un impacto sobre su cuello y cabeza, ella se ha convertido en su sombra. A David lo diagnosticaron con trauma raquimedular, hipoxia cerebral, cuadriparesia espástica y ceguera total, por lo que Rubiela lo debe cargar, bañar y alimentar. Sin embargo, advierte, no puede hacerlo sola, pues ella es una mujer menuda que apenas llega al metro cincuenta.

Para cargar a David desde su cama a una silla que tiene al lado, ambas ubicadas en el garaje de su casa que habilitaron para ahorrarse las escaleras, la ayuda una enfermera que casi duplica su tamaño. “Con David no puedo sola. No ve que no tengo la estatura y él es muy gigante, yo sola ni lo puedo voltear”, nos comenta. Y lo dice con susto en su voz, pues la última vez que vino el médico domiciliario le dijo que le tenían que quitar la enfermera los domingos, a pesar de que tiene una tutela que dice que David la necesita 24/7.

Con el tiempo Rubiela ha aprendido a moverse en el laberinto que representan las EPS para lograr que a su esposo no le falte nada. Sobre la cama de David pone un sinnúmero de documentos, entre los que se encuentran varias aprobaciones de medicamentos y dos tutelas. La primera la puso el año que David tuvo el accidente, porque sabía que “le iban a negar todo”, y la segunda hasta el año pasado, para volver a exigir que le suministraran lo que David necesitara y eximirlo de copagos.

En uno de los documentos se enumeran 19 medicamentos y suministros, muchos de los cuales no ha vuelto a recibir desde junio de este año, cuando aún estaba con Cafesalud. Luego, con la entrada de Medimás y a través de una cita que logró sacar por enfermos crónicos, el 31 de agosto, le dieron los medicamentos. Pero lo que son pañales, pañitos, jeringas, enjuagues y cremas no se los han vuelto a entregar. Cuando llama al call center de la EPS le reiteran lo mismo: que siguen en estudio. ”.

Al comienzo de la enfermedad de David, recuerda Rubiela, no se preocupaba tanto. David, ahora de 46 años, trabajaba como mayorista en Abastos y de eso quedaba algo. Pero las enfermedades de alto costo no sólo drenan la paciencia, sino los recursos de las familias que se han visto obligadas a asumir los costos de lo que las EPS no les quieren dar, a pesar de que, como Rubiela, cotizan salud como contributivo.

Nos tocó que un paciente de Cazucá nos prestara pañales, y cuando nos lleguen, devolverle”, cuenta Rubiela, quien no entiende por qué un sistema tiene que poner tantas barreras. “Hemos visto cómo están apretando. De tener 30 terapias domiciliarias al mes, han ido cayendo a 10 u 8”.

Una enfermedad que corre más rápido que el sistema

Ana Consuelo Garavito y su esposo, Harold Serrano Chaparro, son ambos de Villavicencio (Meta). Pero desde a que él lo diagnosticaron con un mieloma múltiple, en enero de 2015, se la han pasado más en Bogotá. De estos últimos dos años ya no pueden recordar la cantidad de viajes que han tenido que hacer de un lado a otro. Aunque a Harold lo tratan en la capital, cada vez que le aprueban algún examen o tratamiento deben ir a radicarlo a Villavicencio. En medio de una enfermedad que debilita a su esposo, Consuelo se ha acostumbrado a vivir a las carreras.

Su contrarreloj con el sistema de salud comenzó cuando Harold ingresó a un hospital en Villavicencio en enero de 2015, con vómito y dolor abdominal. En sólo una semana pasó de los 65 a los 42 kilos. Después de varios exámenes pudieron dar con el diagnóstico: se trataba de un tipo de cáncer caracterizado por la proliferación anormal de células mieloides en la parte central del hueso. Una enfermedad que, si no se trata, produce dolor, crecimiento tumoral y múltiples fracturas de los huesos.

Consuelo, quien prefiere hablar en nombre de Harold, ya que él empezó a sufrir de pérdida de memoria a corto plazo, recuerda que para esa fecha Saludcoop ya estaba en crisis. En Villavicencio no había hematoncólogo y por eso resultaron en Bogotá. Sólo un mes después de ser diagnosticado, Harold ya estaba hospitalizado en la clínica Méderi. “Estábamos allí sin saber que encima se nos venía el sistema de salud entero”, comenta.

Empezaron el papeleo, las autorizaciones, una tutela para que les dieran ambulancia y albergue, y “el sentirse como una pelotica, pasando de un lado a otro”. En agosto del mismo año, el oncólogo le ordenó a Harold un trasplante de sus propias células madres, tratamiento al que Saludcoop le sacó el cuerpo porque, según Consuelo, cuesta alrededor de $380 millones. Entonces vinieron más papeles: el desacato a la tutela y una injerencia. Sólo cinco meses después, ya con Cafesalud, lograron que le hicieran el tratamiento.

Pero, como lo comenta Consuelo, “es impresionante cómo corre la enfermedad, pero el sistema de salud no corre igual de rápido”. A Harold le comenzaron a doler los huesos y un médico del hospital Country le ordenó radioterapia, pues el cáncer se estaba fortaleciendo. Lo absurdo, cuenta ella, es que casi al mismo tiempo un auditor de Cafesalud la llamó para decirle que a Harold ya le podían dar de alta. “La EPS nos dijo que tocaba llevarlo a un control para darle de alta porque estaban sacando a todos los pacientes de alto costo”. Le dijeron esto sin siquiera haber visto al paciente.

Desde enero de este año, además, Harold empezó la quimioterapia: 18 ciclos, de los cuales ya va en el octavo. Pero con Medimás, las cosas no han mejorado. En sólo un día, justo antes de que Harold terminara la última aplicación del octavo ciclo, la llamaron para cancelarle la quimioterapia y las citas del próximo mes. “Ordenaron cancelar todos los servicios con Medimás”, fue lo que le dijeron desde un call center. Hasta el día de hoy ni Medimás ni las clínicas donde debía realizarse este procedimiento le han dado razón del porqué de esa llamada o quién la hizo. Y aunque, después de pelear, logró que a Harold le dieran la última aplicación, aún no ha logrado que le den la autorización para comenzar el noveno ciclo. “Es que quedas en el aire, porque después de dos años y medio peleando con las EPS y el sistema, ¿cómo es que vamos a terminar en punta?”.

Un recorrido por clínicas y hospitales

El 21 de marzo de 2015 Róbinson Murillo se despertó con dolor de cabeza que lo paró en un segundo de la cama. En ese entonces trabajaba como coordinador de transporte de carga y prefirió ignorarlo. Sólo fue hasta las 11 de la mañana cuando se cayó en el trabajo y lo tuvieron que ingresar a cuidados intensivos. Había sufrido un accidente cerebrovascular isquémico.

Esta enfermedad, que se produce cuando un coágulo sanguíneo bloquea un vaso del cerebro, le quitó gran parte de la movilidad y el habla. En los ocho días que le siguieron al accidente le tuvieron que hacer una traqueostomía y una gastrostomía.

Desde entonces la enfermedad lanzó a Róbinson y a Claudia a un recorrido de clínicas y hospitales. Ya con tutela en mano, él pasó a Proseguir, una clínica para enfermedades crónicas que, en ese entonces, fue intervenida por la Procuraduría por malos servicios, según comenta Claudia. De pesar 105 kilos, bajó a los 55 kilos y salió con escaras.

Después, por orden del juzgado, fueron a parar a la clínica Remeo, donde empezó a mejorar. “La gente no lo ve, pero vi cómo empezaba a poder subir la ceja y mover una de sus piernas”. El problema es que sólo a los 11 meses le dijeron a ella que ya era tiempo de que se hiciera cargo del paciente.

Cada tres meses Claudia se vio forzada a entrar a un juego de aprobaciones para poder conseguir la enfermera que necesita, pues ella trabaja tiempo completo en ventas, sus dos hijos deben ir al colegio y Róbinson no puede quedarse solo. El servicio al principio fue con la Sociedad de Enfermeras Profesionales y luego con Global Life. “Siempre ha sido intermitente, pero desde junio de este año, justo antes de la transición a Medimás, me quitaron la enfermera y el programa domiciliario”.

Desde ese mes ha peleado por una respuesta, primero con Cafesalud y luego con Medimás. La IPS le dice que por orden de la EPS no le pueden dar nada, que lo debe hacer el médico domiciliario. Éste, a su vez, le dice que ya no puede hacer nada porque no hay programa.

El episodio que más la conmueve fue uno que le sucedió hace unas pocas semanas. Por orden de la Superintendencia, que obligó a Medimás a que visitaran al paciente, un funcionario de Global llegó a su puerta. Revisó a Róbinson y le dijo a Claudia que él, efectivamente, necesitaba enfermera y terapia, pero que no podía hacer nada porque no lo habían autorizado. “¿Yo qué hago? Él ya tiene la sonda rota, no tengo gasas, no tengo nada. Lo único que puedo hacer es pedirle a Dios que me dé fuerza”, dice mientras le consiente un pie a su esposo.

Los pequeños cambios que empezaba a ver en Róbinson, como comenzar a deglutir y a mover su brazo derecho con menor rigidez, van en reversa. “Las EPS son una entidad de cifras y números, y toda mi vida he trabajado en ventas. Si algo he visto y sé, es que no hay fe en los cambios cuando siguen las mismas personas”.

* El Espectador se comunicó con Medimás la cual advirtió que ya contactó a los pacientes y  "validó todo lo requerido para continuar con su tratamiento". Igualmente, recordó que su función es "atender siempre a nuestros usuarios y no hace parte de nuestra ética y código de buen gobierno  negar lo que requieren para sus tratamientos". Con relación a los problemas que parecen tener con Global Life, advirieron que se ha iniciado una auditoría interna. Las directivas de Medimás han reiterado varias veces que la EPS cuenta con una red de 1.705 IPS en los 28 departamentos y que tienen 83 centros especializados en oncología. Advirtieron que ya hay un acuerdo con la Federación Nacional de Departamentos para agilizar los contratos con toda la red hospitalaria regional.

También contactamos a Global, pero hasta ahora no hemos recibido respuesta. 

 

Por Maria Mónica Monsalve

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