Los trasplantes de popó siguen tomando fuerza

La Sociedad de Enfermedades Infecciosas de EE.UU. se convirtió en el primer gremio médico en incluirlos en sus lineamientos. Otros expertos advierten que pueden aumentar el riesgo de Párkinson, VIH y obesidad.

Maria Mónica Monsalve
19 de febrero de 2018 - 03:00 a. m.
Según sus defensores, este tipo de trasplante podría recuperar la flora intestinal.  / iStock
Según sus defensores, este tipo de trasplante podría recuperar la flora intestinal. / iStock

En el 2012, y en medio del desespero por encontrar una solución a una enfermedad que la tenía en cama, Catherine Duff acudió al que podría ser el peor enemigo de los médicos: Google. Duff, ya casi llegando a los 60 años, madre de tres y abuela de dos, sufría una infección intestinal causada por la Clostridium difficile – o C. diff–.

La diarrea constante, la deshidratación y la incapacidad de que su cuerpo absorbiera cualquier nutriente, la tenían fatigada, sufriendo constantes desmayos e, incluso, con una falla renal. Aunque la C. diff se suele tratar a punta de antibióticos, a la sexta vez que Duff sufrió la infección, su cuerpo ya había generado resistencia. Empezó a sentir que ya no había salida.

Con las opciones agotadas, fue cuando acudió a Google. Allí encontró un tratamiento que, a primera vista, podría parecer un chiste. Un chiste asqueroso. Se trataba del trasplante de popó, un procedimiento no muy higiénico en el que la materia fecal de una persona sana es introducida al intestino de una persona no sana. La ciencia detrás es que, a través de un “popó sano”, el enfermo recupere toda una comunidad de microbios de la que dependen varios aspectos de nuestra salud.

Ante la negativa de su médico de realizarle el trasplante, Catherine, junto a su esposo John, decidieron hacerlo caseramente. La periodista Lina Zeldovich narra con detalle cómo lo lograron en el artículo “The magic poop potion”, publicado en la revista Narratevily.

En el baño del segundo piso John depositó su popó, su “donación”, en un recipiente para muestra de heces que luego llevo a la cocina. Allí esterilizó su licuadora con agua hirviendo, en la que después vertió las heces y las mezcló con solución salina. El amasijo que salió de allí lo filtró con una tela y lo llevo a donde su esposa, que estaba recostada en la cama del cuarto. Para hacer el procedimiento más fácil, John había puesto unas tablas en las patas de abajo de la cama para que la gravedad hiciera lo suyo.

“Catherine rodó sobre su lado izquierdo, con la rodilla hacia su pecho, la posición recomendada”, cuenta Zeldovich. Después de que su esposo depositara la donación en su cola, con ayuda de un embudo, “Catherine giró sobre su espalda y levantó sus piernas, moviendo lentamente su cuerpo de lado a lado para extender la mezcla dentro de ella”. Duró cuatro horas con la donación adentro.

Al otro día del procedimiento, el panorama fue otro. Duff había logrado dormir toda la noche por primera vez en meses, ya que no tuvo que ir con diarrea al baño. El ánimo le mejoró. Se volvió a bañar y a maquillar. Se había recuperado. Así fue cómo empezó una cruzada para que el trasplante de popó fuera practicado y aceptado por el gremio médico.

Aunque hay doctores que afirman que el trasplante de popó es exitoso hasta en un 90 % para casos de C. diff, son pocos los que lo practican. Parte de esto tiene que ver con que la Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos (FDA por sus siglas en inglés) aún tiene catalogado este tratamiento como “un nuevo fármaco en investigación”. Lo que quiere decir que, para practicarlo, el médico le tiene que presentar una solicitud a la FDA, lo que les puede costar bastante plata y tiempo.

Desde que los trasplantes fecales se empezaron a popularizar, se han formado varios bandos. Investigadores del Instituto Tecnológico de Masachussets y la Universidad de Brown, por ejemplo, publicaron en el 2013 una carta pidiendo a las autoridades que clasificaran las donaciones fecales como un “tejido” y no un fármaco: lo que aceleraría su investigación. Otros, por su parte, han advertido que son muchos los riesgos, como que, con el trasplante de heces, también se hereden enfermedades como diabetes, obesidad o autoinmunes.

Claro, la tecnología para trasplantarlo ya se ha ido refinando. A diferencia de lo que sucedió con Catherine, el procedimiento se puede hacer por medio de una colonoscopia, una sigmoidoscopia e, incluso, hay quienes ya lo trabajan para ingerirlo en cápsulas. De hecho, un estudio publicado en el Journal of the American Medical Association exploró ambas rutas y concluyó que eran igual de eficientes.

El problema es que hoy, seis años después de que Catherine lo explorara, es un tratamiento que aún sigue levantando polémica. Sólo la semana pasada se hicieron dos grandes pronunciamientos al respecto: cada uno jalando hacia una orilla distinta.

El jueves pasado, la Sociedad de Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos publicó los nuevos lineamientos, en los que el tratamiento fecal se recomienda para los pacientes con C. diff para los que otros tratamientos no han sido efectivos. Esta es la primera vez que un grupo médico influyente lo recomienda oficialmente.

"Ahora estamos incluyendo la recomendación de que al menos se los considere para el trasplante de microbioma fecal", dijo el Dr. Clifford McDonald, uno de los autores de las nuevas directrices, al portal StatNews.

Pero ese mismo día, el doctor Rob Knight, de la Universidad de San Diego, California, advirtió en el periódico The Guardian que la próxima semana presentará un trabajo en el que se advierte de aún más riesgos de este procedimiento. Si bien hay estudios que ya han sugerido que el donante puede heredarle al paciente problemas como obesidad y diabetes, Knight señala que otras patologías, como trastornos del sueño, el Párkinson, el VIH y la esclerosis múltiple se relacionan cada vez más con la microbiota, por lo que se podrían transmitir con los trasplantes de heces.

Además, advierte que, como sucedió con Catherine, ve un riesgo en que ya existan vídeos en Youtube explicando cómo hacerlo de forma casera. “El peligro de transferir inadvertidamente enfermedades o microbios problemáticos es aún mayor para las personas que toman el asunto en sus propias manos, una tendencia que está creciendo”, advierte Knight a “The Guardian”.

Lo cierto es que transferir popó de una persona a otra sigue pareciendo un camino prometedor. Pero para tener mejores cifras en las manos, la Asociación Americana de Gastroenterólogos está reclutando pacientes para un nuevo registro, financiado por el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, que siga a 4.000 pacientes que se hagan este tratamiento y cuyos resultados sean estudiados durante 10 años.

 

Por Maria Mónica Monsalve

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