Trastorno bipolar, amar en medio del caos

El siguiente es el testimonio de una mujer que ha pasado la mayor parte de su vida junto a un hombre cuyo padecimiento mental puede llevarlo a la cima de la euforia o puede quitarle las ganas de vivir durante semanas.

Sebastián Forero Rueda / @Sebasforeror
02 de febrero de 2019 - 12:00 a. m.
Trastorno bipolar, amar en medio del caos

Meses antes de casarse con quien había sido su novio por casi una década, a María Antonia Pardo* sus familiares le advertían: “la condición de él no es transitoria, es algo que va a ser para toda la vida. Piense bien lo que va a hacer”. Una y otra vez se lo decían, y una y otra vez ella afirmaba que podría vivir con ello, que no sería tan grave, que ella y su pareja podrían sobreponerse.  Ya son casi 20 años desde que finalmente tomó la decisión de casarse con un hombre diagnosticado con trastorno afectivo bipolar.

María Antonia ha sido la compañera de vida de Carlos Andrés Vargas*. De 44 años que tiene, más de 28 los ha pasado junto a él. Desde los primeros años de noviazgo, finalizando el colegio, ella supo que él tenía un padecimiento mental. No sabía muy bien qué era y tampoco le intrigaba saberlo. “Es un novio y uno decía: ni que me fuera a casar con él”. Para entonces no sabía la dimensión de lo que vería agravarse años más tarde.

Aunque durante los más de ocho años de noviazgo hubo algunas crisis, María Antonia no pudo ser consciente de qué era lo que sucedía porque en varias de ellas estuvo lejos de él. Ella cursaba sus semestres de trabajo social en Manizales y él estudiaba ingeniería civil en Bogotá. Lo que alcanzaba a saber era por medio de sus suegros, quienes le contaban lo que estaba pasando.

Pero en unas vacaciones de mitad de año en las que él la visitó en Manizales, como era habitual cuando ambos eran estudiantes, ella entendió que la enfermedad mental de su pareja era grave y que podía tener fuertes implicaciones para la relación. En ese momento, incluso, el noviazgo se rompió por varios meses. Cuando volvieron, hablaron sin tapujos. “Tengo trastorno bipolar y mi situación no va a cambiar nunca”, le dijo él. Ella decidió continuar adelante. Años después, se casó con él.

La crisis/el caos

La primera señal que le revela a María Antonia que las cosas se van a complicar es la alteración en los horarios de sueño de su esposo. Deja de dormir. Se levanta de la cama hacia las 2 de la mañana, prende el televisor, el computador. Divaga.  Se sumerge en un estado de aceleración constante. A Carlos Andrés la vida le pasa a mil por hora. No puede hacer la misma actividad por más de veinte minutos. “Hagamos esto; rápido, hagamos otra cosa, ya esto me aburrió, cambiemos de actividad”. Es un ritmo de vida abrumador.

Carlos Andrés no para de hablar. “Se vuelve verborreico”. De un tema pasa a otro sin ningún hilo conductor aparente, por lo menos para quienes lo están escuchando. Entra y sale de la casa en todo momento para fumarse un cigarrillo. En el transcurso del día alcanza a fumarse cuarenta – dos paquetes diarios –, mucho más de los cuatro o cinco que fuma cuando no hay crisis.

Durante ese período, María Antonia debe cuidarle la tarjeta de crédito.  A su esposo lo invade un sentimiento de despilfarro. No existen deudas, no hay facturas que pagar. En una ocasión, un habitante de calle se acercó a pedirle dinero sin saber que sería su día de suerte. Diego se quitó su argolla de matrimonio y se la entregó. “Le doy eso porque ahorita no traigo nada más, perdóneme”, le dijo.

“Cuando hay una crisis todo se vuelve caótico, se distorsiona”, relata María Antonia antes de empezar a llorar. Rememora los episodios en los que su esposo se vuelve más agresivo. Es habitual que entre en un estado de irritabilidad constante. Si le llevan la contraria se siente agredido, se exalta. Nada es suficiente: “Este trabajo lo odio, odio donde vivo, la casa, el barrio. Odio vivir en Bogotá, no estoy conforme con mi vida”, son frases que ella ha escuchado una y otra vez de boca de Carlos Andrés.

Los señalamientos también recaen sobre ella. Según relata, durante esos momentos Carlos Andrés le dice cosas que normalmente no le diría y que, pese a haberlas dicho durante la crisis, dejan secuelas para la relación. “Usted es muy controladora” le suele decir ante cualquier reclamo. A su familia, Carlos Andrés le manifiesta que su esposa no está pendiente de él de la forma en que debería, la culpa de lo que pasa. Sentencia que no es feliz con ella.

A ese estado de euforia permanente, de aceleración, incluso de agresividad, los psiquiatras la denominan ‘fase de manía’, propia de un paciente diagnosticado con trastorno bipolar tipo I, el caso de Carlos Andrés Vargas. Pero aquella es solo una de sus fases. En la otra, ese ritmo de vida veloz se transforma por completo. ‘Fase depresiva’, la denominan.

Durante una crisis depresiva, Vargas entra en un profundo estado de sensibilidad. “Estamos hablando de un tema trivial y llora, escucha música y llora, abraza a la niña y llora”, cuenta Pardo. Carlos González, el psiquiatra que ha tratado a Carlos Andrés desde hace más de seis años, explica que en esta fase un paciente suele aislarse, sentirse sin ánimo, no se levanta de la cama.

María Antonia relata que es usual que, durante una crisis, el estado de ánimo de su esposo fluctúe de una manía a un momento depresivo. González explica que en ese caso puede tratarse de una crisis mixta, en la que confluyen ambos estados. No es usual, pero puede suceder.

En los momentos de crisis, para María Antonia todo se derrumba. Lo que han construido, lo que han avanzado, lo que han logrado. La estabilidad que logra la familia durante los dos o tres años que pueden pasar entre una crisis y otra, se disuelve. Pardo no niega que por su cabeza ha pasado la idea de dejarlo todo. Irse junto a su hija y abandonar el caos en el que se convierte la familia durante esos períodos que pueden durar dos o tres meses. Pero cuando la crisis se va, María Antonia recuerda por qué, en 1999, decidió casarse con él.

La calma

María Camila Vargas*, la hija de los dos, nació en 2006, siete años después de que María Antonia y Carlos Andrés se casaran. La decisión de tener un hijo vino luego de varias consultas a médicos y psiquiatras para tratar de establecer si tendría o no la enfermedad del papá. El diagnóstico: 60% de probabilidad dictaba que la padecería, 40% no la tendría. Siguieron adelante.

Según cuenta María Antonia, para Carlos Andrés su hija es un ‘polo a tierra’, aunque ella no quiere que sobre María Camila recaiga esa responsabilidad. El padre no volvió a presentar crisis durante los tres años que siguieron al nacimiento de la niña. Volvieron después. Pero entre una y otra, el apoyo de María Camila y María Antonia ha sido fundamental para mantenerlo estable.

Según explica Nicolás Rodríguez, director científico de la Asociación Colombiana de Bipolaridad, el rol de la familia en el bienestar del paciente es fundamental. “Es el soporte. Las personas después de atravesar una crisis dependen mucho de su red de apoyo”. En gran medida, el rol de Tatiana tiene gran incidencia en que Carlos Andrés sea un hombre completamente funcional y ejerza como desarrollador web. No es una situación habitual, pues, de acuerdo con Rodríguez, solo el 20% de los pacientes con trastorno bipolar que salen de una crisis recuperan su funcionamiento laboral previo.

La última crisis de Carlos Andrés fue en abril de 2017. En ella no hubo necesidad de hospitalización, pero para su esposa ese siempre será el mecanismo más rápido. Sin embargo, ante la renuencia de él para internarse, han optado por otras estrategias. Cuando atraviesa alguna de las fases, él se va para Honda, Tolima, donde vive su madre en una casa más amplia. Allí, en espacios abiertos, suele estabilizarse más rápido.  Durante el tiempo en que María Antonia goza de su esposo por fuera de las crisis, olvida los meses críticos y reafirma que, a un año de cumplir dos décadas de casada, aún está enamorada de Carlos Andrés. “Yo ya no me imagino la vida sin él”.

*Nombre cambiado a petición de la fuente.

Por Sebastián Forero Rueda / @Sebasforeror

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