Anabel Veloso y su “Flamencolandia”

La bailaora creó hace siete años su espectáculo para hacerles entender a los niños y a las familias en general que el flamenco no es patrimonio de España, sino un bien cultural del universo.

El Espectador
16 de febrero de 2019 - 02:00 a. m.
La maternidad inspiró a la bailaora Anabel Veloso a diseñar el show “Flamencolandia”. / Cortesía
La maternidad inspiró a la bailaora Anabel Veloso a diseñar el show “Flamencolandia”. / Cortesía

¿Cuál fue su primera experiencia con la danza, y cómo se inició en el flamenco?

Empecé a bailar a los siete añitos, muy pequeña, porque tenía los pies planos. El médico le recomendó a mi madre que hiciera danza. Y el doctor no sabía que esta receta médica iba a cambiar mi vida. Hice distintos tipos de danza hasta los 17 años, y fue a esa edad que conocí el flamenco. Ya lo había visto por televisión, pero nunca en directo. Lo descubrí en unos cursos en el Festival de Jerez, en Andalucía, y me enamoré por completo del género. Es una danza grande en emociones, y me fascinó que se pudiera bailar desde la alegría más extrema, una fiesta con alegría, o por bulerías, hasta incluso bailar en una pérdida, por soleás o en seguidilla, que son palos que se usan cuando uno está muy triste o nostálgico. Así que fue a los 17 años, ya bastante mayor, cuando empecé a bailar flamenco.

¿Cuáles han sido sus influencias en la danza?

He tenido la suerte de tener maestras muy clásicas, muy de la vieja escuela y que están en las raíces del flamenco más primitivo, como Matilde Coral o Angelita Gómez. Al mismo tiempo, conviví con una generación de maestros jóvenes, vanguardistas, y que me dieron una visión amplia del flamenco. También estudié con Eva Yerbauena y con Manolo Carrasco, y ellos eran supermodernos.

¿Su influencia se puede decir que es más hacia lo tradicional que hacia la vanguardia?

Siempre me moví ahí, entre la tradición y las nuevas tendencias, y ese vínculo entre una y otra constituye un paso importante para mi generación. El flamenco es un arte totalmente vivo, que bebe de las vanguardias de sus tiempos, y te permite ser más real con lo que expresas.

¿Qué ha cambiado en el flamenco y qué se mantiene?

El flamenco se ha vuelto más conceptual, ya no es tanto un elemento de muestra simplemente de la cultura andaluza, sino que sirve para expresar emociones muy profundas de otra manera. Y, sobre todo, con conceptos más abstractos de los sentimientos humanos. Se dramatizaron muchas obras, se quiso expresar la danza de una manera mucho más teatralizada. Se puede ver la esencia misma del flamenco, pero en unos lenguajes coreográficos, estéticos y visuales que ya nada tienen que ver con el toro y el lunar.

¿Cómo surgió la obra “Flamencolandia”?

Hace siete años fui mamá y tuve la necesidad de empezar a hacer flamenco para niños. Se me ocurrió esta idea, y la manera de hacer el flamenco más accesible a los pequeños y de llevarles una idea de universalidad con este patrimonio que es de todos. Así surgió la idea de hacer esta vuelta al mundo al compás. La moraleja es que el flamenco está en todo el mundo, es patrimonio universal. No es algo que esté en una sola región, sino que bebe y se ha nutrido de tantas fuentes, de los cantes de ida y vuelta, de Cuba, de Colombia incluso de influencias árabes, de la música africana.

¿De qué trata “Flamencolandia”?

Con la propuesta de Francolandia tomé la decisión de meter a un actor en escena, para que fuera el profesor Maravillario, que es un personaje divertidísimo, que cautiva a los niños desde el principio, y con los músicos van por todo el mundo buscando a los bailaores y bailaoras, que han sido secuestradas, y se dan cuenta de que no solo no ha perdido su flamencura al mezclarse con otras culturas y otras danzas, sino que la han enriquecido más.

¿Cómo se presentaría ante un niño?, ¿quién es Anabel Veloso?

Le diría que soy una niña grande, me gusta jugar con la música y dejar que mi cuerpo se mueva cuando escucha el flamenco. Me gusta disfrutar, ¡y volar! Para mí, bailar y expresar, y la música flamenca en el escenario es casi como volar.

Por El Espectador

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