100 años de paz allá, 100 años de soledad acá

Carolina Botero Cabrera
16 de noviembre de 2018 - 08:00 a. m.

El presidente Duque fue uno de los 70 jefes de Estado invitados al Foro de París por la Paz. Aprovechó esta oportunidad para cumplir una agitada agenda que incluyó una conferencia en la Unesco titulada: “Economía creativa, economía naranja: industrias creativas y culturales, una oportunidad para todos”. Asistí y lo que presencié fue un bochornoso evento. 

La conferencia era en la sede de la Unesco, donde también ocurría el Foro de Gobernanza de Internet (FGI) al que acudí esta semana. Junto con otro par de compatriotas, nos registramos para asistir. Nosotros pasamos la puerta del salón de Unesco relativamente fácil aunque, a pesar de estar registrados y nuestros nombres figurar en la lista, nos tocó ver que, detrás de nosotros, alguien de la organización reclamaba que el registro e ingreso debería ser más estricto. 

De hecho, pronto fue evidente que las personas que entraban eran trabajadores de Unesco, de la Delegación colombiana que viajaba con el Presidente o eran miembros de la Embajada en París.

Unos minutos después, mientras esperábamos que llegara Duque, unos policías se acercan a un señor que estaba del otro lado del salón. Pronto empezó a gritar que por ser colombiano lo querían sacar, que era estudiante de doctorado de economía en París, que quería escuchar al Presidente, que se había registrado para la conferencia y obtenido el pase de entrada por la Unesco, y aún así le decían que debía retirarse. Nos preguntó a los asistentes si debería salirse, varios respondimos que lo dejaran en paz. 

La tensión continuó varios minutos hasta que de repente varios policías franceses tomaron al señor en volandas y lo sacaron del auditorio mientras gritaba y pedía auxilio. Varios reaccionamos pidiendo que esto no sucediera, pero fue muy rápido y tan violento que simplemente quedamos atónitos. Unos minutos después entró nuevamente la policía y se llevó en volandas a otro señor que gritó algo en francés. 

El ambiente en el auditorio era pesado y supongo que por la incomodidad que sentíamos, que debía notarse, inmediatamente fuimos rodeados. Se nos acercaron varios hombres sin identificación –que bien podían ser de seguridad de Unesco o del Presidente–, con actitud de que mejor nos quedáramos tranquilos; nos miraban desde la puerta, nos señalaban. Un hombre vestido de civil y sin identificación, pasaba frente a nosotros y decía que nadie más que él era el responsable, a lo que nosotros, bastante incómodos, respondíamos que si era así, debería darle vergüenza que eso sucediera en ese recinto. 

Una funcionaria, aparentemente de la Embajada, se acerca y nos dice “todos tienen derecho a hablar”. Nosotros no entendíamos, Duque no había llegado y, evidentemente, a quien no dejaron hablar fue al que sacaron a la fuerza. Otro hombre sin identificación, que parecía ser de seguridad, le recomendaba a la señora no “fatigarse” explicándonos nada. Nos sentimos intimidados. 

Finalmente, un policía se instala a un metro de nosotros –permanece allí durante todo el evento– y entra el presidente Duque con varias personas. El aire podría cortarse con un cuchillo. Se nos acerca una funcionaria que dice trabajar en presidencia y pregunta qué sucedió. Le damos nuestra versión. 

Comienza la conferencia con la directora de la Unesco, quien nos recuerda que estamos en el hogar del diálogo –vaya contradicción después de lo que pasó, pensé–. Le siguió la intervención de Duque, quien se dirige a los presentes en una charla corta, en la que escasamente explica los 7 principios de la economía naranja (esos que han causado tanto furor en redes sociales esta semana porque justificó que el número existe por todos lados en el mundo de la creatividad, como que hay 7 enanitos en Blancanieves). “Gracias Presidente”, dice la Directora de la Unesco, y acaba la sesión para que todos nos marchemos. 

Salimos de allí hablando, no de los 7 enanitos o de economía naranja, sino de lo sucedido. Los funcionarios de Unesco diciendo que no habían visto algo semejante en ese edificio. Los de la Embajada visiblemente intranquilos. Los de seguridad con una cara de palo. Los periodistas reclamando las versiones oficiales de la Embajada y de la Unesco. Los asistentes con un vacío en el estómago por la impotencia de haber asistido a semejante escena de violencia. No podía sino pensar que había sido una agresión a la libertad de expresión en el hogar de la libertad de expresión. 

Se nos acerca la funcionaria de presidencia y nos dice que en la mañana, en una universidad, un grupo de colombianos había saboteado la conferencia del Presidente, que los dos hombres habían sido identificados como agitadores y que, por eso, habían sido retirados del lugar. Le agradecemos ofrecer información adicional. Otros amigos nos dicen que en la salida del edificio había unos 40 colombianos y colombianas reclamando que tenían registro para ingresar y no les habían dejado entrar a la conferencia. Nos cuentan que había llegado policía y que también allí el ambiente se había caldeado. A la mañana siguiente los periódicos dieron la noticia y ya es noticia olvidada.

Mi recuento es de lo que ví y lo que sentí. Independientemente de las justificaciones que hubiera tenido la policía y la seguridad francesa para sacar a estas personas, lo que vi fue una acción violenta de censura. Sacaron a estas personas por lo que hubieran podido hacer. No escuché en ningún momento –ni siquiera cuando lo arrastraban fuera del lugar– una arenga en contra del Presidente o de su gobierno. Sí vi que esa personas reclamaba haber hecho el registro para estar allí, exactamente el mismo reclamo que se oía en las afueras del edificio. Para muchos de nosotros, hasta ese momento, lo que sucedió es que la gente se registró a una conferencia a la que no la dejaron entrar. 

Como colombiana siento que la Embajada nos debe una explicación sobre el papel que jugó. Si tuvieron algo que ver con esa acción, también deben explicar la desproporción de la medida. 

Ahora bien, me parece que es aún más importante que la Unesco, la anfitriona, ofrezca explicaciones. ¿Cuáles son los protocolos que usan para estos casos? ¿Cuáles son las condiciones que se dan para que un presidente hable en Unesco? Es decir, ¿la condición es que sea una charla cerrada a los amigos para evitar incomodidades? Puedo entender que tengan temor del saboteo y que quieran evitarlo. ¿Acaso eso justifica semejante acción “preventiva”? ¿Ha sido Duque el más polémico gobernante en visitar Unesco y por eso debieron improvisar? –evidentemente esto es sarcasmo; Yasser Arafat viene a mi mente, por ejemplo–. Suena pobre decir que el evento era cerrado y solo se podía ingresar con invitación personalísima, pues parece que unas decenas de personas hicimos ese registro y a la mayoría no les sirvió. En todo caso, nada explica la violencia desproporcionada que se usó.

En contexto, el Presidente de Colombia gobierna un país dividido, enfrenta una huelga de estudiantes que están reclamando derechos. El Presidente ganó el corazón de la mitad de la población colombiana porque no están de acuerdo con el proceso de paz. Vino a la celebración de 100 años del fin de la Gran Guerra, al Foro de París por la Paz, a hablar de los acuerdos de paz, los que su partido critica visceralmente. ¿Acaso no era previsible que lo cuestionaran? 

Al Presidente le reconocen espíritu conciliador. Ese es el talante que tendrá que explotar, porque siendo Presidente debe saber que está obligado a tolerar y navegar el descontento. Ya no es candidato de quienes lo alaban, es el Presidente también de quienes lo critican. Duque debería salir a rechazar lo sucedido y comprometerse a tomar medidas para que esto jamás se repita, de lo contrario, siendo la estirpe condenada a 100 años de soledad, el problema es que vamos confirmando que no tenemos una segunda oportunidad sobre esta tierra. La violencia nos gana y nos persigue incluso allí donde menos la esperamos.

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