Este es el corazón del problema. En Colombia 5.000 mujeres están denunciadas por el delito de aborto y 70 mueren cada año por abortos clandestinos. Las cifras son aproximadas. Quién sabe en realidad cuántas más mueren y cuántas otras quedan con daños irreparables en sus cuerpos. El Estado no las protege. Al contrario, la Fiscalía las persigue. De ahí, la petición a la Corte Constitucional para que nos dé 14 semanas para decidir sobre nuestras vidas y nuestros cuerpos. Se trata de un debate serio y espinoso. Pero el juicio de quien se ve más afectado debería primar sobre aquel de espectadores distantes. Y la conversación debería darse bajo el presupuesto de que la vida y la salud de las mujeres importan.
Además, 14 semanas tampoco es mucho. Más aún si se tiene en cuenta que los médicos no saben si contar desde el momento de la concepción o desde la suspensión del periodo. Pese a la rigurosidad casi asfixiante con la que se cuenta el tiempo en las mujeres embarazadas, con sus exámenes y tablitas —que muy grande el feto para ser de X tiempo, que muy chico para ser de Y—, lo cierto es que las mediciones temporales son relativas y aproximadas. Más o menos, en la totalidad del embarazo, la medicina se pifia regularmente entre dos y tres semanas. No es que “se le vino”, como dicen. Es que, “bien, bien”, los médicos tampoco saben en qué va el asunto.
El tiempo también es contingente en las medidas religiosas. ¿Exactamente cuándo posee el alma al cuerpo? Unos creen que la vida va en potencia en los espermitas, de ahí que se prohíba la masturbación. ¿Y qué pasa con los óvulos? ¿Esos solo cuentan si se “enchoclan”? Un embrión pesa más o menos 14 gramos. El alma, al parecer, 21 gramos. ¿Llega el alma cuando el feto pesa 40? En la medida del tiempo, el contexto cultural es igual de caprichoso al religioso. Usar anticonceptivos es superresponsable. La pastilla del día después también. Pero un poco más de eso y el aborto se hace reprochable e inmoral. ¿Cuánto más de eso?
Ahora bien, sin duda, algo pasa en algún momento. Cierto tiempo después de que el asunto “cuaja”. A medida que avanzan los días en su perfecta indiferencia, lo que no era nada comienza a ser. ¿Cuándo? No se sabe bien. Es muy gaseoso ponerle el dedo al asunto. Los médicos siguen aconsejando esperar a anunciar el embarazo hasta que transcurran más o menos de 10 a 14 semanas. Ir ilusionado, sí, pero con prudencia. El asunto todavía es muy frágil. El 85 % de los abortos involuntarios ocurren en este tiempo. La cosa es y no es. Puede que “pegue” como puede que no.
¿Por qué no darle este espacio también a la mujer? No para que ejerza su capricho. Abortar nunca es un capricho. Sino para que pueda decidir. Es solo un pequeño margen lo que se pide, un pequeño espacio que compense lo desproporcional del daño de un embarazo que la mujer juzga como inviable. Pasan al menos tres semanas para que la mujer siquiera se entere de que puede estar embarazada. Muchas más, para que lo marque el peso o la cintura. Menos, para el malestar y el dolor. El tiempo que marca el reloj es sólo un parpadeo en el tiempo subjetivo de la mujer. De nuevo, el aborto es un tema serio. Pero no ofrecernos siquiera 14 semanas para decidir sobre nuestro cuerpo y nuestra vida muestra una sincera falta de justicia, pero sobre todo de clemencia, compasión y amor.