“1917”

Brigitte LG Baptiste
20 de febrero de 2020 - 05:00 a. m.

“… yo ya me encuentro en las trincheras del 66 regimiento como te digo hasta hoy fuera de peligro, pero este mismo instante acaba de llegar una orden de partir dentro de dos horas, dirección desconocida, el capitán ha dicho a varios que volveríamos de nuevo a Bélgica… también hoi (sic) decir a muchos que los alemanes habían avanzado en Bélgica, que por eso volvíamos allá. En fin qué hacer la hora de batirme para mí va a llegar, hasta hoy he tenido una suerte muy grande…”.

“… de Guillestre he sabido que todos están bien, Emile ya está en Grenoble au 4me. Bien creo que en estos momentos debe estar en la línea de fuego. Como le dijo a mamá, Julio fue incorporado en el 159, hasta hoy te he dicho que no lo deje venir, y hoy más que nunca te lo vuelvo a repetir basta de una, si llego a morir no sentiréis la pérdida de dos sino de uno…”.

“… querido padre, recibe un abrazo de tu hijo que tanto te quiere…”.

Louis Albert Baptiste, a Blavincourt (Beaufort), Pas-de-Calais, 16/04/1915.

El autor de esta carta, parcialmente citada, moriría seis días después en las trincheras de Pilkem, un caserío del cantón flamenco belga, probablemente víctima del primer ataque con gas clorado, el espantoso invento del químico alemán Fritz Haber que dio inicio a la guerra química. Tenía menos de 20 años y, como millones de jóvenes, entregó su vida “por su país”. Era el hermano de mi abuelo.

Me había resistido a leer unas palabras que reposaban en una cajita junto al certificado de honores expedido en 1921, seguramente acompañado de una pequeña cruz de latón, desaparecida. Por las conversaciones familiares que mi tío abuelo había escrito desde las trincheras intuyendo su fin cercano, sabía lo que, paradójicamente, hizo que la condición de hijo único en la que quedó su hermano lo liberara de una muerte segura en Francia.

1917, la película de Sam Mendes candidata a los Óscar, me dio el ánimo que no tuve en el centenario de la muerte de mi tío abuelo, un pequeño gesto de reconocimiento de una historia que millones de familias comparten en el mundo entero: la huella de la guerra. Sin embargo, ninguna verdad adicional se requiere en este caso, más allá del evidente y brutal golpe de la muerte, hermosa y terriblemente retratada en el filme. Una verdad que hubiese sido insoportable de nunca haber recibido noticias. Por eso, la Comisión de la Verdad es fundamental para Colombia, tanto como lo ha sido en países que requieren ver y aceptar los hechos que produce nuestra incompetencia civilizatoria.

Un poco en memoria de Alfredo Molano, cronista por excelencia del conflicto armado y reconocido autor de una versión de la verdad basada en la voz de las víctimas, y otro poco en medio de la reflexión sobre la forma que puede llegar a tomar la verdad en Colombia, no puedo dejar de pensar en las cartas que los jóvenes alemanes habrían dirigido a sus padres con mensajes equivalentes. Jóvenes que hoy reposan en los extensos campos de víctimas de las tres batallas de Ypres, junto al tío abuelo.

Además de sostener hoy la idea paneuropea, en pocas semanas Francia y Alemania presentarán de la mano la segunda versión de sus programas coordinados de inversión en ciencia y medio ambiente en Colombia. La historia puede cambiar.

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