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410 mil galones de petróleo volcados

Tatiana Acevedo Guerrero
02 de julio de 2015 - 03:54 a. m.

Así abre la propaganda de la Gobernación de Nariño.

“Más de 80 kilómetros sufrieron el derrame de crudo. Miles de especies animales y vegetales mueren a cada hora. Más de cinco mil pescadores artesanales afectados. 160 mil habitantes sin agua potable”, continúa. Luego termina en una afirmación con cadencia de reproche: “Tumaco también es Colombia”.  Y sí, sí que lo es. Por estar incorporada a Colombia, Tumaco amanece empantanada y embotada de aspirar petróleo.
 
Tal y como narra el profesor Eduardo Restrepo (en el texto “Región de fronteras”), el Pacífico ha transitado entre el afuera y el adentro nacional. Los españoles lo usaron en la producción de oro y la idea de una tierra malsana e imposible impulsó la traída de esclavos a las minas. El siglo XIX fue uno de desatención, en el que invertir mayores sumas en gente irredimible se consideró un desperdicio. Pero es en el siglo XX cuando se empiezan a ver los cambios: el Pacífico podría ser salvado con iniciativas de desarrollo rural e infraestructura y, más adelante, debido a su (recién descubierta) biodiversidad que representaba una nueva riqueza patria. Paralelamente, procesos organizativos y extensas negociaciones desembocan en la Ley 70 que reconocía derechos y tierras a comunidades negras en tanto que “grupo étnico”.
 
Sin embargo, hacia el final de la década, el Pacífico empieza a consolidarse como un escenario de la guerra (que hasta entonces se libraba afuera de la región). La coca, tras las fumigaciones de Samper y Pastrana, se va moviendo desde el Putumayo hasta quedarse. En el marco del Plan Colombia, de Pastrana y Uribe, se consolida la extensión de la palma africana, en medio de asesinatos de líderes, masacres y desplazamiento forzado cotidiano. Como sostiene Restrepo, es vía violencia que entra a Colombia el Pacífico (“la incorporación al conflicto armado ha sido el pase de entrada”). Megacultivos y ejércitos le han dado la bienvenida a la región “al proyecto de nación y a la modernización”.
 
Tumaco es Colombia por la guerra. Y la guerra, en días de posconflicto, se va a cebar con Tumaco y con todos los otros pueblos con que se pueda cebar. Las Farc no escogen hacer repetidos atentados en este municipio porque sea el “epicentro de su tráfico de coca” (como afirmó hace poco el exministro Pinzón), sino porque se sabe que, para efectos de negociación en La Habana, Tumaco no pesa tanto. En el relato colombiano, en las prioridades de nación, hay muchos otros municipios que harían parar al Gobierno de la mesa. El ejército del pueblo hace entonces un cálculo con base en el sufrimiento de una comunidad: un sufrimiento con el que puedan presionar pero que no les cueste tampoco el proceso de paz.
 
Además de la violencia, todos los proyectos gubernamentales para el futuro del pacífico ejemplifican las formas de incorporación pasadas: explotación minera y maderera, agroindustria, cuidado de nuestra biodiversidad. “¡Tenemos que defender nuestro ecosistema de selva húmeda, es uno de los más ricos en materia de biodiversidad del planeta!”, se repite (usando fotografías de tortugas y peces muertos) en las redes sociales, haciendo eco de un ambientalismo sin justicia social.
 
Mientras tanto, en este mes de julio que sucede a la explosión, los obreros de Ecopetrol, las mujeres que llegan a lavar la ropa, los pescadores y los niños, limpian poco a poco su río.
 

 

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