50 años de Sucre

Cristo García Tapia
02 de marzo de 2017 - 05:35 a. m.

No soy de los nativos que cree que el departamento de Sucre, sito en la región Caribe, norte de Colombia, haya nacido a la vida institucional y legal, unidad territorial, administrativa y política autónoma, producto de la necesidad apremiante de espacio y territorio para el asentamiento de una población dispersa, discriminada y en constante peligro.

Tampoco, del clamor de voces mayoritarias por la consolidación de una identidad excluida y sojuzgada por Bolívar, la matriz política y territorial de la cual fue separado por fuerza del poder que emergía, como es de observancia en los movimientos que históricamente confluyen en las autonomías como solución a problemas de aquella índole.

Ni siquiera por influencia del “revuelo” autonomista y reformista que trajo consigo el gobierno de Carlos Lleras Restrepo, último tercio del siglo XX, durante el cual, además de Sucre, se convirtieron en unidades territoriales políticas y administrativas autónomas, las que hoy conforman los departamentos de La Guajira, Cesar, Quindío, Risaralda.

Pasado medio siglo del suceso que dio validez jurídica y legal a estas entidades, cuanto viene a comprobarse históricamente para explicar el surgimiento de estos nuevos feudos, Sucre en particular, es que la razón de fondo que las animó, promovió y logró su salto a departamento, fue el interés privativo de ancestrales clanes familiares que, prevalidos de un consolidado poder económico y rentístico representado en tierras y ganadería, vislumbró en la política la forma más fácil y segura de acumulación de nuevos capitales que, conjugados con la administración pública, fueran más productivos.

Ninguna razón de peso de cuantas puedan determinar decisiones justificativas de la fragmentación de unidades territoriales compactas, con sólidos  vínculos de identidad en lo espacial, étnico, cultural, de lengua y religión, entre tantas indestructibles, dan para creer que otras diferentes de las políticas y económicas, representadas en los susodichos clanes familiares y políticos, hayan sido las determinantes para que uno de estos se alzara con feudo titulado en departamento, Sucre, y lo modelara a su imagen, semejanza e intereses.

Intereses que es pertinente reiterar, jamás han tenido relación ni proximidad con los sucreños y sí con los muy particulares de sus patrimonios y haciendas; con la acumulación consanguínea del poder público en función de su núcleo familiar; con la apropiación y cooptación de la administración, rentas y bienes, para agenciar la consolidación y reproducción de sus empresas políticas y clientelas electorales.

En tanto las estructuras de poder que “crearon” el departamento de Sucre sigan ejerciendo el dominio que a lo largo de medio siglo han detentado sin interrupción, es poco probable que a quienes corresponda  registrar la conmemoración, que no celebración, de  su centuria de “independencia y autonomía”, vayan a encontrar algo distinto de cuanto hoy, a los cincuenta de inventado, es su departamento.

Un territorio, feudo propiamente, signado por reveladoras carencias y precariedades que no se corresponden con sus efectivos, abundantes y variados recursos, el humano entre los más, tantos los que provee la naturaleza como aquellos que son susceptibles de crear, transformar y producir a partir de los componentes y dinámicas generados por el capital, la ciencia, la tecnología y la innovación.

Poco le han servido a Sucre esos potenciales desencadenantes de su desarrollo y progreso, igual que poco es cuanto se ha obtenido de su estratégica localización geográfica en la región Caribe para promover un modelo económico autónomo. De la segura y bien abrigada extensión de costa marina en el golfo de Morrosquillo para el emprendimiento y consolidación de inversiones en turismo de calidad. O, para la generación de una industria petroquímica en Coveñas.

No obstante la abundancia de fuentes hídricas que caracterizan su territorio, quizá sea Sucre, su capital Sincelejo, sus municipios, las poblaciones de Colombia que en mayor proporción carecen de un servicio adecuado, eficiente y oportuno de agua para el consumo humano y ninguno, por supuesto, para el uso productivo e industrial.

Este, sucreños, del cual conmemoramos cincuenta años ayer 1 de marzo, no es el departamento que convocó a nuestros líderes populares pioneros, ni a la élite empresarial filantrópica que, a mediados del siglo XX, encarnó con fines altruistas la autonomía de lo que constituye hoy Sucre.

Qué más quisiéramos que así fuese, pero la historia nos está devolviendo el lado oscuro de un proceso autonómico que cuanto hizo fue desvelar las nuevas formas, modos y prácticas de acumulación sobrevinientes: la política, el clientelismo y la corrupción.

Y en buena parte de Colombia, empezando por Sucre: los nuevos fenicios del poder.

*Poeta.

@CristoGarciaTap

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