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Sirirí

¡A Cali se le respeta!

Mario Fernando Prado
03 de julio de 2020 - 05:00 a. m.

Todo estaba listo. Veinticinco restaurantes iban a realizar un piloto que serviría para la reapertura gastronómica de esta ciudad azotada por la mala prensa, que anda diciendo que la capital del Valle está despelotada, que aquí no se respeta la cuarentena, que se viven haciendo fiestas, foforros, bacanales y mil cosas más que inventan o exageran, cuando la realidad es bien distinta.

La verdad es que un porcentaje muy alto de la población se ha “guardado” y está cumpliendo a cabalidad los lineamientos trazados desde Bogotá y acatados por las autoridades locales.

Precisamente por el buen comportamiento ciudadano, y ante la crisis que están padeciendo cientos de establecimientos gastronómicos, es que se autorizó —con la venia de los altos heliotropos capitalinos— la realización del mencionado piloto, abrebocas para reiniciar sus servicios, previa observancia de ciertos requisitos que se determinarían y evaluarían en dicha jornada sabatina.

Así las cosas, se escogió el sector del Parque del Perro y sus alrededores para este evento, que fue amplia y profusamente publicitado, contando —repito— con el visto bueno de la Alcaldía y las secretarías de Desarrollo y Turismo, entre otras. Se arreglaron las instalaciones. Se contrataron nuevamente a los chefs, los administradores y los meseros, y se hicieron las compras, unas con dinero prestado y otras “al fiado”. Se atendieron reservaciones, se separaron mesas, se alistaron cubiertos, vajillas y cristalerías. Se engalanaron los espacios y hubo “frotis” de manos, porque la gran reapertura había llegado luego de más de 100 días de tener sus puertas cerradas.

Se hicieron presentes cámaras y micrófonos. La Policía de Turismo estuvo puntual. Como la cocina es una pasión, cada restaurante grande, mediano o pequeño se esmeró con alma, vida y sombrero para impresionar a paladares exigentes.

Sin embargo, faltando una hora —sí, una hora— llegó un recado de Bogotá frío y escueto en el que se suspendía el evento por el mal comportamiento de los caleños.

Ante tan miserable canallada, no hubo nada que hacer y los 25 restaurantes con más de 150 personas contratadas se quedaron con los “crespos hechos”, maldiciendo, con razón, el centralismo al que le importa un rábano darle a Cali un trato de tercera, burlándose de toda una comunidad y un sector de especial importancia para la reactivación económica.

Las pérdidas, según Acodrés, sobrepasan los $500 millones, dinero que no tienen cómo pagar, terminando engrampados unos empresarios que de buena fe quedaron crucificados, en una ciudad que se merece respeto como tercera capital de nuestra amada Colombia.

 

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