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A Medellín se la llevó el diablo

Guillermo Zuluaga
27 de noviembre de 2020 - 03:00 a. m.

Lo subieron, lo bajaron y al tercer día lo resucitaron. Como si este fuera uno más de los pasajes bíblicos, el diablo fue protagonista en la vida de muchos medellinenses durante días recientes.

La iniciativa tenía un objetivo interesante: rendir en esta Navidad un homenaje a las fiestas y carnavales colombianos. No deja de ser llamativo, pues esta ciudad entre montañas quería entrar en contacto con ese país festivo y pluricultural al que a veces parecemos de espaldas. Y, claro, en medio de todo ese carácter festivo se enhestaba la figura del diablo, símbolo de una de las fiestas más coloridas de Colombia.

En mi niñez era muy común una frase: nos llevó el diablo. O más prosaica: nos llevó el putas. Y sí, al parecer, la simple figura del diablo desató los demonios que los antioqueños llevamos dentro. Porque esta ciudad está entre montañas, pero a veces parece que son más altas las que nos imaginamos que las reales. Un simple muñeco de plástico o de aluminio tuvo la capacidad de hacer aflorar nuestra mojigatería, nuestro solapamiento, nuestro chovinismo. En medio de esa costumbre de estar siempre mirándonos el ombligo y creyendo que todo gira en torno a la Basílica Metropolitana o a nuestra Cámara de Comercio, no fuimos capaces de entender —o no quisimos— lo que pretendía la figura. Fue más fácil salir a decir que nos llevó el diablo con este mandatario y sus apuestas, que querer indagar un poco sobre su contexto.

Porque, valga decirlo, hay diablos de diablos. Hay uno, el de la religión católica apostólica y romana, castigador él, asustador él, y habrá otros tantos. El de Riosucio, por ejemplo, al que se le quería —quiere— rendir homenaje, es su antítesis. Ya bien lo describió el escritor y humanista riosuceño Otto Morales Benítez: “Nuestro diablo (…) no es un diablo ideado para que la humanidad sufra, padezca y se contorsione de vergüenza. No es el diablo del remordimiento, ni el que impulsa al ascetismo, ni el que tortura las conciencias. No llega para crear despropósitos de odio, envidia, pequeñez y ruindad entre los hombres. Al contrario. Este diablo del carnaval es gozoso, lleno de picardía humana, y su actitud despierta dormidas apetencias de contento. No tiene nada de melindres ni requiebros ocultos. Es franco; alumbra con su presencia los actos de las multitudes; encandila con la magia de su poder. No es un diablo mañoso que tira la piedra y esconde la mano. No está cercado por la cicatería espiritual. Se presenta con sus huestes carnavalescas, las preside, las incita al canto, a la danza, reclinadas sobre el mundo iluminado de la música”.

La idea de hacer un homenaje al Carnaval de Riosucio era muy loable. Sin embargo, nos llevó el diablo cuando a los mandamases de la ciudad les dio por bajarlo, atendiendo el llamado de esas voces solapadas y ultragodas que no ven el diablo —su diablo— en tantos fantasmas que merodean y rondan esta ciudad (el narcotráfico, la corrupción, las iniquidades sociales, por ejemplo), y sí en un simple armatoste de plástico o de metal luminoso. Es paradójico, además, que los mismos que no se asustan con un Cristo sangrante y asaetado, de noche de Viernes Santo, sí se espantan por la figura colorida de un diablo con cachos y cola, como cualquier res del campo.

Ahora bien, más allá de la crítica al tal diablo, que realmente es más que todo lo que llaman en la calle “gadejo” (ganas de joder), creo que a quienes promovieron eso para “joder” al alcalde y sus adláteres se los va a llevar, literalmente, el diablo en su apuesta: atacar al señor Daniel Quintero en redes sociales termina siendo tan poco eficaz políticamente. Desafiarlo es tan productivo como retar al Boca Juniors a jugar un “picadito” en su Bombonera. Ahí el hombre juega de local, feliz de sentirse víctima y perseguido. Quienes creen que así lo acorralan no saben que realmente lo están llevando a su comfort zone. Así que ese tridente del diablo terminará siendo un bumerán que zaherirá más a quienes intentan atacarlo.

Sin embargo, igual podríamos decir que nos llevó el diablo cuando los organizadores de la fiesta desmontaron la figura. También, cuando días después, animado por la controversia y quizá porque vio que la mayoría cuestionaba más a los detractores del homenaje que al homenaje diablesco, el primer mandatario de la ciudad salió a decir que no, que mejor sí, que había que volver a situar la figura del diablo y continuar con el “homenaje”. Gobernar al compás de los likes y de las redes sociales es una práctica tan perniciosa como poco efectiva para la política de una sociedad. A las dos últimas administraciones de Medellín, que tanto quieren diferenciarse la una de la otra, las une eso: el amor desmedido por buscar la aprobación no tanto de la gente de carne y hueso que camina esta ciudad, sino de una centena de personas que quieren “tirar línea” desde las redes sociales. En esta ciudad nos va a llevar el diablo si seguimos queriendo satisfacer a todo el mundo en la virtualidad, mientras en las calles hay otros clamores y expectativas.

Y, en general, en Medellín nos va a llevar el diablo mientras no seamos capaces de mirar un poco más allá de las montañas que nos separan (que nos deberían unir) del norte, del oriente, del sur y del occidente. Como capital de Antioquia, la ciudad tiene que entender y ayudar a entender que no somos el centro del universo y que no todo debe gravitar en torno a nuestros intereses. Pareciera, a veces, como si no hubiéramos aún superado aquello que predijo León de Greiff hace más de cien años, sobre una Medellín de “chismes, catolicismo y una total inopia en los cerebros. Cual si todo se fincara en la riqueza en menjurjes bursátiles y en un mayor volumen de la panza”.

Esta ciudad a lo mejor necesita que se la lleve el diablo, a ver si suelta un poco la camándula y deja de disfrutar, siquiera un poco, el tintineo de la caja registradora. Necesitamos, pues, que nos lleve el diablo, pero el de Riosucio, descrito por Morales Benítez, aquel “con el poder suficiente para mantener al pueblo en azogue de dicha y felicidad, de cantos, de poesía, de manifestaciones de lo que mueve y acosa el alma”.

Quizá de esta manera a la próxima entendamos cuándo se trata de una alegoría y cuándo de un hecho real y verdaderamente importante para la vida y el alma de esta ciudad. Amén.

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Omar(98177)27 de noviembre de 2020 - 11:03 p. m.
el verdadero diablo esta en Rio Negro, a veces va x el Uberrimo. A ese si hay q tenerle cuidado, el otro diablo el de mis paisanos Caldenses de Rio Sucio, ese No, hombre ese diablo es un bacan, en un señor!!, de rumba, alegria, picardia y mamadera de gallo y chupe, ese hay q tenerlo a lo bien
Omar(98177)27 de noviembre de 2020 - 11:00 p. m.
Medellin podra tener 2 millones de habotantes, metro y viejas buenas, pero tmbn es muy cierto q no ha salido de su cultura pueblerina, le falta q salga un poco y deje de creer q es el ombligo. Aun queda la mojigateria tradicional y ridicula, sigue siendo muy "monyañera", muy local y eso no le gusta a los turistas, hay q despertar y abrir los ojos, o se los lleva el putas!!, bien alcalde Daniel,
Adrianus(87145)27 de noviembre de 2020 - 09:55 p. m.
Dió en el clavo usted al criticar a esta vergonzante sociedad camandulera de Medellín (honradas excepciones). La que aplaude, disfruta y exhibe los negociados y rentas que el mundo de la mafia les arroja. Además se azuza para bien propio, desde la sucia politiquería desde el cd que la tomó contra el alcalde "por estar desconectado de las mayorías". Si fuera por eso, duque hace rato pasó por ahí
Alicia(1840)27 de noviembre de 2020 - 05:10 p. m.
Amén, Amén, Amén.
juan(5027)27 de noviembre de 2020 - 11:11 a. m.
Y, en últimas, eso es la derecha (léase uribismo), la godarria y el camandulerismo hipócrita.
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