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Abe Fénix

Eduardo Barajas Sandoval
22 de julio de 2013 - 11:00 p. m.

La resurrección en política no es frecuente, pero se facilita con la añoranza popular por el retorno de quienes ofrecen respuestas simples que refuercen sentimientos nacionalistas.

En su campaña anterior al triunfo de 2012, que le reinstaló en el poder luego de una triste salida en 2007, Shinzo Abe, ahora otra vez Primer Ministro del Japón, arguyó que el hecho de haber sufrido el fracaso como político se convertiría en la razón más fuerte para darlo todo por su país.  Ese argumento sencillo y audaz, que caló profundamente en el electorado, estuvo acompañado de advertencias sobre el peligro que se cierne sobre los mares y la tierra japoneses y le permitió recuperar su patrimonio político con la promesa de proteger esa tierra y esos mares, lo mismo que la vida de los japoneses, a cualquier precio. 

Con la victoria de su partido hace medio año, y con la reiteración de una mayoría parlamentaria en días pasados, quedaron borradas las escenas de 2007, cuando una combinación de factores adversos, que tuvo como epicentro hechos de corrupción en el Ministerio de Agricultura, le llevó a retirarse del poder aduciendo precario estado de salud. Su condición de político profesional, heredero de tradiciones de familia que le emparentan con líderes regionales y un abuelo materno Primer Ministro controvertido y célebre por haber sido antes parte del Gobierno Imperial, impulsó a Abe a no retirarse de la vida pública y a insistir en la búsqueda del retorno.

Las ofertas que sirvieron de combustible a la resurrección de Abe, primero en el seno de su Partido Liberal Democrático y luego en el campo abierto de la elección general, presentan como era de esperarse un componente económico que en la euforia del momento han dado en llamar “Abe-economía” y que se basa en la acción de tres “flechas”, no tres locomotoras, relacionadas con una política monetaria que debilite el Yen y fortalezca las exportaciones, una política de estímulos fiscales acompañados de fuerte inversión pública, y unas reformas estructurales que se centran en la revisión de los esquemas de manejo de la agricultura, la salud y la energía, campo en el que es posible que intente retornar al fortalecimiento del uso de las plantas nucleares.

Pero son sus ofertas paralelas, que ya obtuvieron de alguna manera beneplácito electoral, las que mayor controversia pueden suscitar, tanto en el Japón como el exterior, porque se trata en realidad de un proyecto político-cultural que tiene no solo un corte nacionalista poco visto en el país a lo largo de la postguerra, sino que va mucho más allá de la defensa de fronteras y se compromete con una revisión formal de principios, como el de la vocación pacífica del Japón, y con interpretaciones de la historia que pueden resultar preocupantes en cuanto involucran los intereses de otros países y darían marcha atrás al reconocimiento de hechos históricos de la Segunda Guerra Mundial, que se consideraban aceptados.

Nada tiene de extraordinario que un jefe político reivindique para su país las posesiones y fronteras marítimas que conforme a sus tradiciones y al interés nacional crea que es su obligación defender. Por el contrario, la no dedicación a esos temas sería tan reprochable como la cobardía al asumir las responsabilidades que correspondan en el manejo de esos asuntos. Pero el propósito de revisar formalmente la historia, para que los japoneses de ahora en adelante, comenzando por las escuelas, tengan una idea distinta de lo que han sido, y en particular de lo que sucedió durante la Segunda Guerra Mundial, no solamente desatará una aguda controversia interna sino que afectará las relaciones internacionales, al menos con los países que en calidad de víctimas tuvieron que ver con la política expansionista del Imperio en la primera mitad del Siglo XX.

El hecho de que un nacionalista de derecha, ahora Primer Ministro, haya liderado una “Sociedad para la Revisión de los Textos de Historia” que pone en duda la coerción bajo la cual miles de mujeres, de la más diversa procedencia, fueron obligadas a prostituirse para “reconfortar” a los soldados japoneses ocupantes de Corea y otras regiones del continente asiático, tiene que suscitar preocupación. Y si se agregan sus puntos de vista sobre los criminales de guerra y sobre la condición de títere del Estado de Manchukuo, inventado por los japoneses en la región china de Manchuria, la preocupación tiene más motivos para existir.

Ya el anterior paso de Abe por la jefatura del gobierno había producido recelo entre los sectores más liberales de la sociedad japonesa y en las capitales de los países vecinos, ante los cuales exhibió posiciones firmes que seguramente se volverán a repetir en este nuevo turno en el poder. Naturalmente, una cosa es lo que los gobernantes digan en campaña y otra lo que sean capaces de hacer. En la perspectiva de las relaciones internacionales, la clave que permitiría calificar el nuevo mandato de Shinzo Abe depende del éxito que tenga en el propósito de modificar el artículo de la Constitución pacifista el Japón, que prohíbe el uso de la fuerza en disputas internacionales, excepto en casos de defensa propia. Los argumentos que llegue a invocar para una movida de ese orden no son difíciles de identificar a la luz de la situación de hoy en el Extremo Oriente. 

 

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