Abortar me devolvió la vida

Por Susana*

Sentía mi corazón latir con más fuerza. El calor y la sala infestada de gente hacían del ambiente un escenario tenso. El olor característico de las clínicas me conectó inmediatamente con la muerte. Atendí el llamado de la recepcionista cuando enfatizó mi nombre. Me miró con sus ojos profundos y me lo dijo todo. Aunque ella, por protocolo, guardó silencio y puso el resultado debidamente doblado, en un sobre. Me acerqué al escritorio y lo recibí. Salí de allí con una pizca de esperanza y corrí a abrirlo rápidamente. En la hoja estaba la respuesta que no quería recibir. Mi más profundo miedo estaba dentro de ese sobre. Sí, estaba embarazada.

Lloré mucho mientras caminaba por la calle para llegar a la estación donde tomaba el transporte. Solo pensaba: me tiré mi carrera, me tiré todo, me tiré el esfuerzo de mis padres. Para mí, el mundo desapareció en ese instante, estaba atrapada en un agujero de dudas y temores y no sabía cómo salir de él. En la estación, el bus empezó a acercarse y pensé en lanzarme al vacío y acabar con mi vida. Una fuerza seguramente ancestral me impulsó a no hacerlo.

Ese fin de semana, viajé al pueblo donde vivía mi familia, casi segura de que el embarazo me obligaría a regresar sin haber terminado la carrera. A la tristeza se le sumó rápidamente la frustración. No podía verle el rostro a mi madre, me daba vergüenza y me culpaba inútilmente por haberme embriagado un mes antes con uno de mis mejores amigos.

Recuerdo haber llegado a su casa y fumar marihuana. Recuerdo también que nos dimos un par de besos. La noche transcurrió, pero yo solo desperté a las cinco de la mañana totalmente desnuda y con su semen dentro. Solo se me ocurrió preguntarle porque no había usado protección, con el tiempo entendí que lo que ocurrió también era parte de la cadena de abusos sexuales que vivimos solo por ser mujeres.

Regresé a mi ciudad y fui a la Universidad el lunes por la mañana. Entre el río de estudiantes, me abrí paso en la Facultad de Derecho. Unos cargaban códigos civiles y otros penales, y yo me imaginaba cargando un hijo. Cabizbaja, me senté en una mesa a esperar la clase, tratando de ser invisible para el mundo.

Minutos después, como una diosa protectora, una compañera se sentó a mi lado y solo con mirarme el rostro supo lo que pasaba. A la pregunta ¿Estás en embarazo?, solo procedió un llanto inconsolable.

- ¿Deseas tenerlo?

- No.

- ¿Quieres abortar?

- Sí.

- Bien, pues es tu decisión y te voy a ayudar.

Los días transcurrieron, y pronto las náuseas y el vómito empezaron a estar presentes en mi cotidianidad. Debía esperar dos semanas desde que me habían contactado para realizar el procedimiento.

Cuando llegó el momento estaba ansiosa, pero segura de lo que estaba haciendo. Tres años en un colegio católico me habían nublado el pensamiento. Me imaginaba un procedimiento como de película de terror. Pasó todo lo contrario. El aborto no duró más de 15 minutos. Tuve un aborto por aspiración, el médico me explicó cada paso del procedimiento, la mujer que lo acompañaba estuvo presente todo el tiempo tomando mi mano, dándome la seguridad y la confianza necesaria para estar tranquila.

Finalizado el procedimiento, de regreso a la casa en donde vivía con otros estudiantes, tomé el transporte el sur de la ciudad. Una leve sonrisa se desplegó en mi rostro al percatarme de que las náuseas habían desaparecido, así como la sensación de tristeza. Y pese a la situación, me sentía más que nunca conectada con la vida, con mi vida.

* Susana es un seudónimo.

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La ilustración fue realizada por La Ché, síguela en Instagram.