Aborto, debate y emoción

Yolanda Ruiz
13 de febrero de 2020 - 05:00 a. m.

Hay decisiones sobre las cuales nunca habrá unanimidad en las sociedades. Porque tocan principios individuales y creencias religiosas; porque implican derechos personales y en especial porque están cargadas de emocionalidad. Sin embargo, a la hora de generar normas que regulen esas decisiones humanas no nos podemos basar ni en la emoción ni en la religión. En el caso de la interrupción voluntaria del embarazo, no es sano que se busque impacto mediático con casos individuales que están lejos de abarcar la totalidad del debate que se debe abordar desde la mirada de la Constitución y de los derechos colectivos. Si miramos cada historia, hay un drama humano siempre.

Mucho se ha hablado en estos días de un caso particular que se presentó en el departamento del Cauca. No quiero detenerme en los detalles que se conocen ni en la polémica que ha desatado esa historia porque creo que debemos respetar la dignidad de la mujer y de su familia. Escuché y leí muchas opiniones sin que se hubiera escuchado la voz de la mujer que tomó esa decisión difícil. Y no tiene por qué hablar si no lo quiere hacer. En el cubrimiento de muchos medios de comunicación primó una mirada machista y sesgada que llevó a condenar sin conocer las distintas versiones de un hecho. Entiendo que hoy las emociones mueven más clics que los argumentos y los hechos porque de odios y rabias están hechos los debates del momento. No obstante, cuando se deben tomar decisiones de fondo, creo que la mesura ayuda más que la gritería. Entender, decantar, mirar en contexto, escuchar.

Las mujeres han abortado, están abortando y seguirán abortando, con protección de la ley o sin ella. Conozco a muchas que han tomado la decisión de interrumpir embarazos no deseados por distintas razones que respeto en cada caso. Ninguna de esas mujeres que conozco es una asesina. Simplemente no querían seguir con sus embarazos. Conozco también personas que rechazan y condenan esa opción.

El que no logremos unanimidad en la opinión pública en torno a si la ley debe proteger una decisión tan personal como interrumpir un embarazo no significa que no se pueda ni se deba regular institucionalmente para permitir que las mujeres que decidan hacerlo tengan dignidad, seguridad y protección. Está demostrado con múltiples estudios estadísticos que los abortos clandestinos matan mujeres o las dejan con secuelas de por vida. Es un asunto de salud pública. Ninguna norma ni decisión jurídica obliga a una mujer a interrumpir su embarazo en ningún caso. Hay mujeres que quieren tener el hijo fruto de una violación y están en su derecho de tenerlo, pero el Estado no puede obligar a una mujer abusada a que lleve a término el embarazo fruto de una agresión. Esto, por poner el ejemplo de uno de los casos despenalizados por la Corte Constitucional. También creo que es hora de ir aún más adelante en el debate. Y si lo hacemos, que sea con madurez y mesura.

Hablemos de aborto, sin religión de por medio, sin apedrear a una mujer, mirando las leyes, los derechos, discutiendo hasta dónde podemos y queremos llegar hoy como sociedad en esta materia. Lo que no me parece sano es usar el drama de una familia para apalancar posiciones que buscan echar para atrás el paso adelante que dio la Corte Constitucional al proteger los derechos de las mujeres. Uno de los grandes avances que debemos lograr en una país democrático es entender que las creencias, las emociones o pensamientos individuales no están por encima de las leyes y las instituciones. Hablemos de aborto sin satanizar y dejando de lado la mirada machista que ha imperado históricamente para discutir derechos de las mujeres.

 

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