Abucheo con olor a azufre

Reinaldo Spitaletta
24 de marzo de 2015 - 02:00 a. m.

Una de las imágenes que tornó fue la del alcalde de El Roble, Sucre, Eudaldo Díaz, que durante un consejo comunal casi suplicaba al entonces presidente Uribe que lo salvara de la pena de muerte que sus enemigos le habían decretado.

Nada. Al alcalde lo asesinaron y al que él había señalado como su verdugo, el Señor del Ubérrimo le dio un cargo diplomático.

Estas actitudes no eran extrañas durante el mandato del mesías, que estaba rodeado de “buenos muchachos”, como, por recordar alguno, Jorge Noguera, que puso al DAS a disposición de paramilitares. Eran días en que el espionaje estatal o las “chuzadas” se hacían a dirigentes de oposición, defensores de derechos humanos, líderes comunales y periodistas. Y estas imágenes, digo, retornaron cuando el ex presidente, tras ser abucheado por estudiantes de la Universidad Libre de Pereira, dijo que “soy respetuoso de la tolerancia con la discrepancia”.

Después añadió: “pero creo que en el país hay una deformación, hay mucha intolerancia con la discrepancia y mucha permisividad con el crimen y la infamia”. No joda, podría decir cualquier paisano. ¿Quién estaba pronunciando estas palabras? Nada menos que aquel que durante su principado de ocho años quiso establecer en el país el reino de la unanimidad, del pensamiento único, del quien no está conmigo está contra mí; y a quien no estuviera de acuerdo con sus apreciaciones y estilo, lo señalaba de “comunista disfrazado”, “guerrillero de civil”, “colaborador del terrorismo”…

Y si alguno de sus adláteres amenazaba, por ejemplo, a un periodista, como pasó, digamos, con Coronell, entonces él decía que eso no era posible, porque el presunto amenazador era un “buen muchacho”. La “tolerancia con la discrepancia” en su gobierno era cero. A la “discrepancia” el Gran Hermano, desde su panóptico, le montaba vigilancia, cuando no persecuciones. Y mientras los estudiantes pereiranos coreaban: “¡Uribe paraco, el pueblo está verraco!”, el exmandatario decía que hoy “hay mucha permisividad con el crimen y la infamia”.

Y él, que tuvo su zona de despeje en Ralito, que tuvo su Agro Ingreso Seguro con otro “buen muchacho”; que pagó una suite de lujo a un delincuente; que promovió la corrupción para reformar un “articulito” con el fin de aprobar la reelección (ya casi nadie recuerda la yidispolítica, ni a Teodolindo, ni las reformas antiobreras, ni el envilecimiento de la salud en Colombia, ni el apoyo a Bush y su bárbara invasión a Irak, etc.), viene a decir que hay mucha permisividad con el crimen y la infamia. ¡Ah!, y qué tal los “falsos positivos”, cuando, por lo demás, su ministro de Defensa era el actual presidente de la república.

Con el cuentico reforzado de que todas las protestas populares estaban infiltradas por “la Far”, macartizó y satanizó, por ejemplo, a los corteros de caña del Valle del Cauca y a la minga indígena. A esta su gobierno la tildó de “terrorista”, porque se oponía al Tratado de Libre Comercio, porque pedía derogar un estatuto de presunto desarrollo rural que lo único que hacía era legalizar el despojo de la tierra de los indígenas, porque denunciaba el exterminio y promovía la resistencia civil. Se le respondió con tanquetas, disparos, cortes eléctricos, gases lacrimógenos y asesinatos de líderes.

Uribe, al que los estudiantes arrojaron papeles (no llevaron huevos ni tomates, están muy caros), había citado a un debate a un profesor de la mencionada universidad, al que acusó de difamarlo en una clase. En el auditorio, casi todos los concurrentes eran seguidores del ex presidente, que, por lo demás, pidió que dejaran entrar a los que se oponían a su presencia en el claustro. El “¡fuera Uribe, fuera, fuera!” retumbó en la Libre (“¡La Libre se respeta!”, también decía otro estribillo). Al final, los muchachos que esperaban afuera, gritaron: “Debate no hubo, debate no hubo”. También se entonaron coritos de “¡Yo no quiero ser un falso positivo!” y “¡Huele a azufre!”.

Y no faltó el coro celestial, aquel que se les dedica a los árbitros de fútbol cuando pitan mal: “¡hijueputa! ¡hijueputa!”, que si bien no es argumento suficiente para un debate, ya tiene molestas a algunas mozas del partido, o, mejor dicho, a algunas guarichas y colipoterras que advierten que ningún político, y menos el de marras, puede ser hijo de ellas. Que respeten, dicen.

 

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