Acordeones en el Magdalena Grande

Salomón Kalmanovitz
22 de abril de 2019 - 05:00 a. m.

El vallenato se ha convertido en el género más popular de la música colombiana, tras una larga odisea que nos relata Joaquín Viloria en su historia cultural y económica*. De raíces africanas (los tambores y la guacharaca que marcaron su ritmo) e indígenas (las gaitas de arahuacos y kogis), se fusionó con el acordeón europeo que apareció en los puertos del Caribe hacia 1870. Se trata en uno de sus orígenes de una música campesina que surgió como cumbiamba y merengue que se bailaba en los campamentos de la United Fruit Company entre Fundación y Ciénaga, que asumiera la forma de porro y merecumbé en los años 50 del siglo XX bajo las batutas de Lucho Bermúdez y Pacho Galán.

Antes de eso, el vallenato se fue forjando como música que acompañaba las trovas que relataban los sucesos que impactaban la suerte de los pueblos que convivieron en el Estado Soberano del Magdalena, que incluía a los que son hoy los departamentos de La Guajira y Cesar, durante la era federal, cuando éramos los Estados Unidos de Colombia (1863-1886). La Confederación fue liquidada por las guerras civiles que estallaron a fines del siglo XIX y que culminaron con la de los Mil Días (1899-1902).

El vallenato fue también música de vaquería, asociada a la hacienda ganadera y a las labores agrícolas y forestales. Los músicos eran también vaqueros y cosecheros. Intérpretes de origen humilde como Pacho Rada y Alejo Durán iban de pueblo en pueblo montados en sus burros, acordeón al cinto, pero también surgieron figuras de las clases acomodadas como Rafael Escalona y más recientemente Carlos Vives, quienes lustraron sus composiciones y letras.

De ser considerada música vulgar fue evolucionando hacia música de solo hombres que se reunían en parrandas para exaltar a terratenientes prósperos, contrabandistas y marimberos que regaban con whiskey, que no con el ron y el guarapo de los pobres. Las bonanzas siempre pasajeras del contrabando en La Guajira, del algodón en el Cesar y de la marihuana que devastó la Sierra Nevada en los años 70 fueron puntos altos del vallenato. Aunque hubo algunas incursiones de mujeres músicas, el vallenato fue siempre un mundo cerrado de machos; su ritmo terminó acelerándose y electrificándose, añadió batería y coros, volviendo así a ser música para bailar y festejar eventos sociales.

Todavía estigmatizado en los años 50, cuando se prohibía su presentación en los clubes sociales de Santa Marta y Valledupar, su música se esparció apoyada por intelectuales como García Márquez, Zapata Olivella y Cepeda Samudio, y políticos como Pedro Castro y Alfonso López Michelsen. Los primeros organizaron el festival vallenato de Aracataca, que se trasladó para quedarse en Valledupar. Alfonso López Pumarejo era el heredero, por el lado de su madre, de una extensa hacienda en el Cesar, región que favoreció como presidente y que se escindió para convertirse en departamento en 1967; su primer gobernador fue su hijo, el joven López Michelsen.

El desarrollo de las emisoras de música popular en la región Caribe en los años 40 y de la industria disquera en Barranquilla y Cartagena en los 60 aceleraron su acogida regional; más adelante, la televisión lo tornó un fenómeno nacional cuando cubrió el primer Festival Vallenato de Valledupar, en 1966. A partir de ese momento, el vallenato dependió de los mercados y no de los poderosos.

* Acordeones, cumbiamba y vallenato en el Magdalena grande, Editorial Unimagdalena.

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