¿Aguantará la disciplina en Colombia?

Hernando Gómez Buendía
12 de abril de 2020 - 05:00 a. m.

Por supuesto que sabemos cómo frenar la pandemia: quedándonos en la casa.

En medio del diluvio de información y de desinformación, hay dos hechos sencillos y evidentes: que cada contaminado contamina a otros varios y que el éxito o fracaso de cada país ha dependido del grado de aislamiento de sus habitantes.

En efecto: los países que han frenado o parecen estar aplanando la curva de contagios se han basado en sus propios mecanismos de control social para mantener aislada a la población. Lo demás son detalles.

China tiene un régimen totalitario con las tecnologías más sofisticadas de control electrónico sobre cada habitante. Aunque ocultó las cifras y pisoteó las libertades, esta pesadilla futurista ha logrado contener la pandemia y empezar a reabrir la economía.

Taiwán, Singapur, Hong Kong, Corea del Sur y Japón son democracias (y el hecho es importante) que pueden aplicar tecnologías avanzadas en el seno de sociedades integradas por razones milenarias. Es más: al intentar reabrir la economía se ha producido otra ola de contagios.

Suecia, Noruega, Dinamarca y Finlandia, como también Canadá y Nueva Zelanda, tienen baja densidad poblacional, son sociedades igualitarias con un Estado de bienestar consolidado y culturas probadas de disciplina ciudadana.

El contraste entre Alemania e Italia o España se debe a tradiciones culturales de más o menos disciplina social. La tragedia de Italia y de España está empezando a ceder gracias a las medidas draconianas de confinamiento.

En todo el mundo, entonces, sufren o sufrirán más los países que tardaron o han vacilado en mantener la cuarentena. Reino Unido o Estados Unidos entre los ricos, México o Brasil en América Latina, comparados, entre otros, con Colombia, donde tuvimos las ventajas del preaviso y de una cuarentena más bien pronta.

Pero el hambre, la presión de las empresas y la irresponsabilidad de muchos colombianos hacen casi imposible mantener la cuarentena e incluso han hecho vacilar al Gobierno.

Por eso la pregunta de veras esencial para nosotros es hasta dónde aguantará la disciplina en un país con fama de indisciplinado. Y por eso la estrategia obsesiva del momento tiene que reducirse a reforzar la disciplina ciudadana.

Para eso tienen que cerrar filas las varias fuentes de control social:

Las iglesias, en un día como hoy, deben decir que el primer deber de un cristiano es no matar, y que quien sale a la calle está poniendo en grave riesgo la vida del vecino.

Las escuelas y los medios de comunicación deben decir hasta el cansancio que exponerse al contagio es una ruleta rusa y apelar —si ya no al altruismo— al egoísmo de la sobrevivencia.

Los gremios y los banqueros deben anunciar un pacto sagrado de no aprovechar ni desviar los subsidios del Estado.

Los poderes, ya precarios, del Estado deben dedicarse a mantener el aislamiento a rajatabla, en lugar de intentar experimentos de ingeniería social o “cuarentena inteligente” que no era capaz de hacer ni siquiera en otros tiempos.

El hambre y la cultura del atajo se encargarán de romper la disciplina y sin necesidad de ayuda de las iglesias, las escuelas, los medios, los gremios o las autoridades. Estamos en Colombia.

* Director de la revista digital Razón Pública.

 

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