Águila partida en dos

Eduardo Barajas Sandoval
04 de septiembre de 2018 - 05:00 a. m.

Desde el sitio que hoy ocupa Estambul, el Imperio Bizantino, continuador del Imperio Romano de Oriente, dominó extensiones inmensas de Asia y Europa bajo el símbolo del águila bicéfala. Con una de sus cabezas mirando hacia el este, y la otra hacia el oeste, ese era el símbolo de una realidad de poder asentada en la geografía y la política, que al cubrir el espacio en ambas direcciones no concebía separaciones entre mundos diferentes a uno y otro lado del Bósforo.

Dos tragedias, de proporciones y trascendencia extraordinarias, vinieron a desorganizarlo todo: la toma de Constantinopla por los turcos, en 1453, y en 1918 la disolución del Imperio Otomano, calcado de la era bizantina. Como la historia y sus consecuencias políticas y culturales sobre un territorio no se pueden borrar de un tajo, los turcos de hoy, asentados tanto en Tracia, confín de Europa, como en Anatolia, confín de Asia, no tienen razón para sentirse exclusivamente ligados a Occidente.

La trayectoria de las relaciones turco-occidentales no ha podido ser más accidentada y al tiempo más relevante para el equilibrio mundial. La irrupción de los turcos en el escenario y la consolidación de un imperio con un pie en Asia y el otro en Europa significó desde el sigo XV una de las mutaciones más importantes de la historia. Los intentos otomanos de consolidar sus dominios en los Balcanes y llegar al corazón del espacio europeo, así como sus alianzas y confrontaciones políticas y militares con potencias europeas, marcan una relación de cercanía y de separación que todavía subsiste.

El inadecuado manejo de los despojos del Imperio Otomano se encuentra en el origen de algunos de los más graves problemas contemporáneos. La vinculación de Turquía al esquema estratégico de la OTAN sigue siendo definitiva para el equilibrio mundial de poderes. Y, desde hace tres décadas, el juego oscilante de la puerta, más cerrada que abierta, de acceso de Turquía a la Unión Europea es un punto clave para la definición misma de la Europa del futuro.

La detención de un pastor estadounidense, acusado de apoyar el fallido golpe de Estado de 2016, la negativa del gobierno turco a la solicitud de liberarlo, las diferencias en cuanto al manejo de la guerra de Siria, el apoyo americano a los kurdos, considerados terroristas por Ankara, las modificaciones institucionales del Estado turco en favor de un presidencialismo acentuado y la oleada de medidas drásticas para sancionar a los responsables del intento de golpe ya mencionado han venido a deteriorar las relaciones tradicionalmente armónicas entre aliados bajo las banderas de la OTAN.

El modelo “diplomático” del presidente Trump, con sus sanciones comerciales y restricciones en la entrega de armas, no ha servido precisamente para arreglar las cosas. El impacto de las primeras ha contribuido al deterioro de la lira turca, que perdió casi un 50% de su valor en lo que va corrido del año. La no entrega de aviones F35, esenciales dentro del concepto de defensa de Turquía, y de sus responsabilidades dentro de la OTAN, ha molestado profundamente en el gobierno turco y podría llegar a provocar daños difíciles de reparar en la amistad de Turquía con los Estados Unidos.

Con esa trayectoria y en ese contexto, a nadie le debería sorprender que un régimen radical y nacionalista, abierto a la "islamización" de la vida cotidiana, que se aparta en aspectos sustanciales del modelo de república y de sociedad laica proclamado por Kemal Ataturk, opte por volverle la espalda a la arrogancia de los Estados Unidos y la ambivalencia de Europa, y prefiera mirar hacia Oriente. Opción que hay que tener en cuenta, pues el presidente Erdogan es una figura que no está dispuesta a amedrentarse y que, en lugar de plegarse a las amenazas y los hechos, ha optado por el endurecimiento y  la confrontación.

Hay quienes consideran que Erdogan solo estaría dispuesto a liberar al pastor detenido a cambio de que los Estados Unidos le entreguen a Fethullah Güllen, un antiguo aliado político suyo, refugiado en Pensilvania, a quien considera cerebro del intento de golpe de 2016. Entretanto, la única realidad ostensible es la de un enfrentamiento cuyas consecuencias internacionales no se limitan a los problemas comerciales, o al intercambio de personas, sino que pueden afectar seriamente la consistencia de la OTAN y la relación entre Turquía y Europa.

Ahí está todo el mundo advertido. A Turquía no le queda difícil, desde el punto de vista cultural y anímico, mirar hacia el Oriente, donde puede encontrar afinidades confortables, en el resto del mundo islámico y entre los malquerientes de los Estados Unidos. Existen además otros proveedores de armas sofisticadas que estarían dispuestos a “colaborarle”. Pero las cosas no pueden ser vistas solamente en esa dirección. No es que a Turquía le quede fácil manejar al tiempo tantos frentes de acción. El eventual abandono de sus alianzas occidentales, de las que se ha beneficiado histórica, económica y militarmente desde la Segunda Guerra Mundial, implicaría un cambio difícil de manejar. Tampoco puede olvidar que el desarrollo de una sana amistad con Europa exige medidas ortodoxas en su manejo de la economía y de las libertades públicas, y que no puede dejar como cosa menor obligaciones que surgen de la presencia de comunidades turcas significativas en el espacio social de la Unión.

Los Estados Unidos y sus aliados europeos deben considerar que existen obligaciones políticas derivadas de la geografía y de la historia que no deberían cambiar al ritmo de preferencias políticas de momento. En esa lógica, un alejamiento de Turquía, y su eventual cambio de frente desde el punto de vista de los balances de poder militar y estratégico, traería consecuencias negativas para los intereses comunes de los miembros de la Alianza Atlántica. De manera que Turquía y Europa deberían insistir en continuar unidos, aunque por ahora sea por lazos precarios, para que no se rompa la cercanía de las dos cabezas que de manera imaginaria seguiría velando por la necesaria armonía entre el extremo oriental de Europa y el occidental del Asia. Las circunstancias coyunturales de hoy, aunque el momento parezca lejano, algún día ya no estarán.

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