Alcohol y literatura

Piedad Bonnett
24 de diciembre de 2017 - 05:45 a. m.

En estas fechas decembrinas, cuando los colombianos empinan el codo con entusiasmo, quiero recomendarles, sin ánimo de aguarles la fiesta, dos libros recientes, escritos sin ánimo aleccionador ni censuras moralizadoras, sobre el mundo misterioso y dañino del alcoholismo y otras adicciones. El primero es El viaje a Echo Spring. Por qué beben los escritores, de Olivia Laing, una inglesa que mientras recorre los sitios donde vivieron seis famosos escritores norteamericanos, todos ellos alcohólicos —F.Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, Tenneesee Williams, John Berryman, John Cheever y Raymond Carver— saca a la luz sus vidas atormentadas. Esta investigación extraordinaria, que ilumina la infancia de estos autores, sus fobias, sus pérdidas y también su violencia, sus matrimonios acabados, su escritura amenazada por la adicción y los esfuerzos de todos por librarse de ella, se lee como una novela. Laing analiza cómo transpusieron a sus obras sus propios dramas, pero también nos permite conocer su correspondencia íntima, muchas veces desgarradora. Hay, por ejemplo, un largo texto de Berryman, donde describe, sintéticamente, su proceso de degradación: “Borracho en Calcuta, caminé por las calles, perdido toda la noche (…) Mojé la cama borracho en un hotel de Londres; el director estaba furioso, tuve que pagar un colchón nuevo, 100 dólares. Di una conferencia demasiado débil para sostenerme, tuve que sentarme”. Pero no todo es sordidez en estas vidas. Hay gran delicadeza en la escritura, y reflexiones, como la de Williams, sobre por qué bebe un hombre: “Hay dos razones, separadas, o juntas. 1) Está muerto de miedo por algo. 2) No puede afrontar la verdad de algo”. O la de Cheever, que destruye el mito que pone una aureola de admiración en el alcoholismo, la locura o el suicidio de los artistas, desconociendo el dolor de sus vidas destrozadas: “Estar borracho es estar bendecido: una creencia muy profunda (…) Morir a causa de la bebida se considera una muerte elegante y natural, si prescindimos de detalles como la enfermedad de Wernicke, las convulsiones, el delirium tremens, las alucinaciones…”.

Por otra parte, en Hasta que puedas quererte solo, el novelista argentino Pablo Ramos hace un recuento de sus caídas y sus recuperaciones en 12 crónicas encabezadas por cada uno de los 12 pasos de A.A. A través de estos relatos, escritos con crudeza y apasionamiento, al autor nos cuenta algunos episodios alucinantes de su propia vida y de la de algunos personajes que ha conocido en clínicas y hospitales; y mientras nos descubre los mecanismos de la adicción, permite que le veamos la cara al miedo, al desamor, la ternura y la desesperación. “Nuestro temor no es a la oscuridad sino a la luz —escribe Ramos—. Es decir, a que la oscuridad se ilumine”.

Leyendo estos libros recordé otros bellos textos sobre el alcohol: Verdor, de Tomás González, Inmanejable, de Lucía Berlín, Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, El desayuno del vagabundo, de Richard Gwyn, y di otra vez gracias a la literatura por su poder de revelarnos la vida con todos sus abismos.

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