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Alejandro Obregón y Fernando Botero

Hernando Roa Suárez
28 de enero de 2015 - 04:00 a. m.

Hoy me voy a ocupar de dos de los más importantes artistas latinoamericanos del siglo XX, cuyas obras los han acreditado en el mundo de la cultura por su originalidad y consagración. Acerquémonos a ellos con las siguientes líneas testimoniales.

Alejandro Obregón: ¡Qué espléndido ser humano!  

Después de haber tenido con él -hace unos años- un encuentro dialogal inolvidable en Cartagena, me di a la tarea de revisar gran parte de su obra conocida. Entonces, elaboré la siguiente síntesis personal:

Obregón es búsqueda. 

Es fuerza, vigor, originalidad, 

creatividad.

Es vitalidad; es Caribe.

Es libertad.

Obregón es sensibilidad; es artista.

Amó la vida, la mujer, su arte…

lo nuestro.

Obregón es voluptuosidad y grandeza.

Fernando Botero: El saber tener sentido de la historia

En medio del profundo dolor que nos producen los efectos de las distintas formas de violencia que hemos padecido los colombianos, hace catorce años tenemos un bálsamo de satisfacción y orgullo para Colombia: Las donaciones de Botero.

El conocimiento de la evolución de su proceso histórico nos indica cómo se fueron realizando distintas rupturas hasta que logró su propia originalidad gracias al estudio, la dedicación, el cuidado y el amor que consagró a lo que lo ha hecho famoso en el mundo: su arte. Se inspiró en grandes maestros (Leonardo, Montegna, Velásquez, Rubens, Cezanne...) (I) y hoy es reconocido por su creatividad. Ahora, pinta en París, Nueva York y Montecarlo y esculpe en Pietra Santa. Su labor honra a Colombia y a sus compatriotas, que recibimos en Bogotá una lección de generosidad para la historia del arte.

Al revisar su itinerario, vemos cómo su trasegar expositivo por Bogotá, Madrid, Ciudad de México, Nueva York, Washington, Los Angeles, Munich, Londres, Hannover, Zurich, París, Roma, Caracas, Osaka, Chicago, Tokio, Florencia, Berlín, Montecarlo, Sevilla, Viena, Río de Janeiro y Santiago de Chile, le permitió acumular el prestigio necesario para celebrar en 1998, sus cincuenta años de vida artística, ni más ni menos que en la Plaza de Los Oficios y la Sala de Armas del Pallazo Vecchio de Florencia.

Qué profunda alegría para él -después de haber alcanzado el reconocimiento en los lugares de mayor relevancia artística- dar el testimonio de que parte de lo más importante de su colección y de su obra, haya sido entregada y organizada para la admiración del mundo, en Medellín y Bogotá. En Medellín, donde están sus ancestros, existió el ambiente inicial que favoreció la germinación del genio que hoy lo ha hecho famoso. Y en Bogotá, donde recibió sus primeras distinciones importantes y ahora estará en medio de las más significativas tendencias de los últimos 160 años (Monet, Renoir, Toulouse-Lautrec, Picasso, Kokoschka, Chagall, Miró, Calder, Moore, Dubuffet, Dalí, Balthus, Bacon...) para el disfrute de las generaciones presentes y futuras; y para siempre.

La culminación de sus éxitos fueron viables gracias a su fortalecida creatividad que le permitió evolucionar hasta alcanzar el incuestionable reconocimiento mundial como uno de los grandes del siglo XX. Eduardo Serrano señala con precisión “la originalidad de su producción, la eficiencia de su lenguaje, la excelencia de su técnica y la pertinencia de su temática”. Y Jorge Orlando Melo tiene razón. Vamos a tener “un aula para visitar” (II), ver y rever, aprovechando el espacio artístico-académico-pedagógico organizado responsablemente para el público. Su obra en pintura y escultura, es el aporte de quien después de haber alcanzado el éxito, reconoce que el destino le brindó la oportunidad excepcional de inmortalizarse y lo plasmó con sus donaciones. ¡Sigámonos recreando con Botero!

Referencias

(I) Beatriz González. Botero paso a paso. Bogotá. 2000.

(II) La Donación Botero. El Tiempo. Bogotá, octubre 13 de 2000.

 

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