Alfonso Jaramillo Salazar

Augusto Trujillo Muñoz
13 de abril de 2018 - 03:00 a. m.

En el imaginario colectivo la Constitución del 91 dio nacimiento a un “nuevo país” que, sin embargo, colapsó sin acabar de nacer. El presidente Gaviria, tan pragmático como siempre, jugó a favor de la Constituyente. Una vez clausurada ésta el mismo presidente, tan indoctrinario como siempre, se alineó con el clientelismo puro y duro de los años 80, al cual había pertenecido antes y sigue perteneciendo ahora.

Por esos días Gabo expresó que si ese era un “nuevo país” él prefería el viejo. Se refería, de seguro, al país del viejo López, de Echandía, de los Lleras, de Gaitán. Era un país de debates e incluso de conflictos que, sin embargo, se resolvieron a base de una relación civilizada hasta que apareció el rostro de la violencia del medio siglo. Pero fue un país que pudo recuperarse luego de aquella década de dictadura civil y militar. No sin razón el historiador colombianista James Henderson apunta que, en 1965, Colombia vivía, de nuevo, en paz.

Alfonso Jaramillo Salazar se formó en ese “viejo país”, del cual fue protagonista. Falleció el lunes pasado a los 96 años de edad, después de entregar su vida al servicio de las creencias que le fueron caras. Su contexto respiró principios, valores, decencia. Su generación creció en medio de múltiples factores de decoro político. Además, nació en un departamento que se caracterizó por privilegiar las ideas sobre los negocios. En el Tolima eran más importantes los cuentos que las cuentas.

El Tolima es plural. Hay un Tolima paisa en la cordillera del norte, un Tolima opita en el llano del sur y un Tolima de migración múltiple en el oriente. Ibagué los integra por cuenta de una vocación musical que se extiende por todo el Tolima grande. Alfonso Jaramillo nació en aquel Tolima paisa, de arrieros y fundadores, que describe, con afecto, la pluma magistral de Eduardo Santa.

A base de lucha se empinó hacia el liderazgo y le sirvió a su tierra como gobernador, como senador, como ministro. Estuvo cerca de los expresidentes Darío Echandía, Carlos Lleras Restrepo, Julio César Turbay; del dirigente liberal Rafael Parga Cortés, con quien trabajó en la recuperación de la paz. Más tarde integró la dirección regional de su partido con Alfonso Palacio Rudas y con Rafael Caicedo Espinosa. Bajo la inspiración de ese triunvirato se formó políticamente mi generación. La vida pública de Alfonso Jaramillo se confunde con buena parte de la historia del Tolima en el siglo XX.

Médico prestigioso, era también un brillante estratega para el ejercicio de la actividad pública. Alguna vez comenté con el exgobernador Néstor Hernando Parra que Jaramillo era un triunfador a quien no le envanecían los triunfos. Con su esposa, Hilda Martínez, formó un equipo de tanta eficacia, dinamismo y fortaleza que le garantizó plena vigencia durante más de tres décadas y le permitió crear su propia estirpe política. Pero siempre fiel a sus principios liberales y a sus convicciones éticas.

Fue un auténtico representante de ese “viejo país” que Gabo echó de menos, cuando los malos hábitos públicos hicieron colapsar el esfuerzo nacional en la Constituyente del 91. Ahora, en la mansión eterna, Alfonso debe sentirse muy ufano de su paso por el mundo: como en el verso de Juan Lozano, la muerte fue la única derrota de su vida.

*Exsenador, profesor universitario.

@inefable1

 

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