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Alfredo Correa de Andreis: in memoriam

Álvaro Camacho Guizado
16 de septiembre de 2011 - 11:00 p. m.

Hace muchos años conocí a Alfredo Correa de Andreis.

Nos conocimos con ocasión de la refundación de la Asociación Colombiana de Sociología, y en esos años de intensa movilización profesional, Alfredo, en compañía de Norma Carmona, Patricia Salgado y otros colegas, se entusiasmaron en la organización del Capítulo de Barranquilla de la asociación.

Varias veces fui a Barranquilla y tuve el gusto de alojarme en casa de Alfredo, de modo que llegué a conocerlo bastante bien. Se había graduado como ingeniero agrónomo en la Universidad del Magdalena y luego como sociólogo en la Universidad Simón Bolívar, allí donde actuaba como rector magnífico y autoridad máxima José Consuegra, y pronto llegó Alfredo a ser profesor.

Combinaba su cátedra con la organización de los sociólogos locales y fue así como se convirtió en el alma de la agremiación, que organizó un congreso nacional en esa ciudad.

Posteriormente fue rector de la Universidad del Magdalena, de donde salió asqueado de la corrupción, la desidia, las envidias y los atrasos en la docencia e investigación. Regresó a Barranquilla y se empleó en la Universidad del Norte, sin abandonar su alma máter de la Universidad de Consuegra. Hizo cursos de posgrado en la Universidad del Norte y de maestría en la Universidad de París III.

Era un hombre grandote (yo lo llamaba “el Cipote”), alegre, bailarín y excelente conversador. Pero, sobre todo, tenía la ingenuidad que caracteriza a las buenas personas: se asombraba y entusiasmaba con las conversaciones en clave de sociología, y en particular lo seducían los temas de la cultura, en particular la del Caribe.

En algunos debates hacía énfasis en que mientras los sociólogos del interior se interesaban en la violencia, los caribeños tendrían que hacer más énfasis en los componentes de la cultura. Según él, ésta podría ser uno de los antídotos más eficaces para enfrentar los problemas de la violencia. Nunca se esperó que moriría justamente como víctima de esa violencia que repudiaba.

En sus últimos años se dedicó a investigar sobre los desplazados que llegaban a Barranquilla y, como buen admirador de Orlando Fals Borda, practicaba el método de la Investigación-Acción Participativa, en el que el investigador debe compenetrarse de manera íntima con sus investigados. De esos trabajos resultó su libro Pistas para un nuevo rumbo: patrimonios y personalidad jurídica de los desplazados del Distrito de Barranquilla (2005).

Hoy confirmamos lo que sabíamos desde 2004: que lo asesinaron esbirros del DAS bajo la tutela de Jorge Noguera, el “buen muchacho”, a quien Uribe premió con la dirección de ese organismo por su trabajo como su jefe de debate en el Magdalena. Esto lo hicieron los tiras luego de que mediante testigos amañados y calumnias lo apresaron y lo enviaron a la cárcel en Cartagena. Las acusaciones resultaron tan baladíes y obviamente falsas que tuvieron que soltarlo a los pocos días. Pero quedó sentenciado.

Ese asesinato fue uno más en la serie de horrores que se fraguaron en ese organismo de inteligencia: chuzadas, interceptaciones telefónicas ilegales y engaños.

Triste legado nos deja ese largo Gobierno. Que hoy no sea tarde para recordar y honrar a Alfredo, y para no olvidar aquellos nefastos ocho años.

 

 

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