Algo cambia y mucho sigue igual

Daniel Pacheco
29 de octubre de 2019 - 05:00 a. m.

Qué difícil es consolidar proyectos políticos de largo aliento en Colombia. Desde el fin del bipartidismo, el esquema político que se rompió a principios de siglo, la sucesión de partidos y proyectos políticos con vocación de liderazgo nacional que surgen y se reducen no se detiene.

El Partido de la U, primero de Uribe y luego de Santos, queda reducido a su mínima expresión en estas elecciones regionales. En el 2011, en su máximo esplendor, cuando era uribista y santista, la U ganó el 16 % de los votos en las alcaldías. Ocho años después, la U logra apenas el 5 %.

El Centro Democrático, el fenómeno político más importante de la segunda década del siglo en el país, pasó del 8 % al 6 % de los votos a las alcaldías entre las elecciones del 2015 y el 2019. Perder en Medellín fue el hecho más sorpresivo de las elecciones 2019. Este resultado, el de un fracaso incluso reconocido por su jefe, Álvaro Uribe, tiene más peso luego de darse con un presidente recién elegido. Aquí vuelvo y lo digo: empezó el ocaso de la figura que definió la política por dos décadas, un ocaso que sufrirán también quienes tienen en el antiuribismo su principal carta política.

Esa parece ser la suerte del petrismo. La Colombia Humana, el movimiento que se puso como objetivo explícito consolidar en las regionales su paso a segunda vuelta presidencial (donde obtuvo esos muy cobrados ocho millones de votos), se desinfló. Más allá de la insistencia de Petro en que pasar de 0 % a algo es una multiplicación, las expectativas que él mismo puso hacen innegable su fracaso, refrendado con los resultados de Bogotá, donde el líder de la Colombia Humana dejó solo en la tarima a Hollman Morris a la hora de enfrentar la derrota. Este proyecto además quemó los puentes con la centroizquierda y perdió a caras visibles como Ángela María Robledo.

Si los proyectos políticos nacionales van y vienen, en cambio los regionales parecen perdurar mejor. Los Aguilar vuelven a la Gobernación de Santander. En el Valle, la Alcaldía de Cali y la Gobernación las puede cobrar la gobernadora Dilian Francisca Toro. En el Cesar siguen los Gnecco y en Atlántico, los Char. Incluso los nuevos movimientos ciudadanos regionales, como el de Carlos Caicedo, nuevo gobernador de Magdalena que también pone alcalde en Santa Marta, parecen sobrevivir sobre la base de maquinaria y clientelismo. Y es que las regionales siguen siendo las elecciones que más gente sacan a votar, una métrica que no necesariamente refleja buena salud democrática.

Este hecho es contraintuitivo para quienes viven la política desde las grandes capitales y vieron urnas más vacías. Pero mientras en Bogotá la abstención en la elección que dio como ganadora a la primera mujer en la historia de la capital fue del 45 %, más alta que en las presidenciales, a escala nacional el promedio fue del 39 %. En un municipio como Jordán, en Santander, el más participativo de Colombia, la abstención fue de apenas el 6 % y Mauricio Aguilar barrió con el 70 % de los votos.

Qué difícil es consolidar proyectos políticos con vocación de liderazgo nacional de largo aliento en Colombia. Porque más allá de que haya ganado la primera lesbiana en Bogotá, el primer afro en Cauca, el primer antiuribista en Medellín, la política del favor y la clientela sigue siendo la única constante en décadas de historia política del país.

@danielpacheco

 

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