Algo huele a podrido en el Centro Democrático

Javier Ortiz Cassiani
12 de diciembre de 2019 - 05:00 a. m.

Álvaro Uribe está callado o por lo menos ya no habla como antes. No es que el patriarca se encuentre en su otoño. Todavía los gallinazos no destrozan a picotazos las mallas de las ventanas de la hacienda El Ubérrimo, pero algo huele a podrido en el interior de su partido. El paro nacional llegó en el momento en que menos le convenía. Ahora que el proceso en su contra por sobornos y fraude procesal avanza en la Corte Suprema, necesitaba a un Iván Duque sólido, más asertivo y con mayor favorabilidad en las encuestas de opinión, no una figura desgastada ante el país. Todavía no hay cisma en el interior del Centro Democrático —quizá porque no hay para dónde girar más a la derecha—, pero la situación no podría ser peor. Hay “fuego amigo”. Se reparten culpas y se establecen jerarquías de quiénes están más cerca de la estética y la manera de proceder del mentor. Lo peor es que en estos momentos ni a Uribe ni a Duque les conviene ser muy explícitos en los apoyos mutuos. Parecen dos leprosos que caminan en sentido contrario sonando las campanitas de advertencia de rigor, pero a pesar de que sufren del mismo mal deben evadirse.

Sin duda, una radiografía de lo que está sucediendo en el partido fue la grabación de una conversación en un lujoso hotel de Washington entre Francisco Santos —embajador de Colombia en Estados Unidos— y Claudia Blum —canciller designada—, que alguien se tomó el trabajo de registrar y filtrar a los medios. Carlos Holmes Trujillo es ambicioso, tiene agenda política y pretensiones presidenciales; Pacho Santos cree merecer la candidatura por el partido hace rato —quizá porque habla inglés, a diferencia del exministro de Defensa— y se niega a resignarse a su papel de bufón del colectivo, que parece ser su papel más cierto. A su favor, o quizás en su contra —porque ni siquiera en eso es ganador—, habría que decir que si algo tiene el Centro Democrático son bufones. Lo cierto es que a Uribe no le gusta ninguno de los dos como candidato. Pero tampoco hay opciones a la vista.

El Centro Democrático atraviesa una situación difícil, cuyo resultado es posible que no se vea enseguida, pero sí a mediano plazo. No tienen muchas opciones para reinventarse. Si de verdad fueran un partido de centro —como dice eufemísticamente su nombre—, tal vez habría cierto margen de maniobra. Pero son un partido de extrema derecha, y lo malo de estar en el extremo es que cuando llega la crisis se reducen las opciones de negociación. Las posibilidades de sortear la situación, sin abandonar la esencia que les da sentido, son muy pocas. Se desgastan y los riesgos de salir completamente desdibujados o mal parados son muy altos.

El primer cimbronazo se lo llevaron en las elecciones pasadas. No lo vieron venir y perdieron en territorios donde pocos años atrás era prácticamente imposible que algún candidato pudiera ganarle al suyo. Tal vez sea muy temprano para decirlo, pero tanto los resultados de los comicios electorales de octubre como el paro nacional le van a pasar cuentas a futuro al Centro Democrático. Todavía en el aire no se siente “una tibia y tierna brisa de muerto grande y de podrida grandeza”, pero a veces uno tiene la sensación de que en estos momentos el senador Álvaro Uribe Vélez no negocia su absolución, sino las condiciones de su condena. Será difícil que en un futuro la Presidencia la gane el que diga Uribe.

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