Alimentando al monstruo de la informalidad

Mauricio Botero Caicedo
26 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.

El competente senador Iván Duque Márquez, en su reciente artículo en Portafolio (mar. 22/17), ha dado en el meollo del principal problema económico y social de Colombia: la descomunal y creciente informalidad.

Para el senador Duque, “el principal reto social y económico que tiene Colombia está en la informalidad. Hoy en día, cinco de cada diez colombianos laboran sin aportar a pensión o a salud, sin contar con cesantías y demás garantías laborales. Esta situación es una amenaza al recaudo tributario, a la cobertura pensional, a la sostenibilidad del sistema de salud y a la calidad de vida en general… tenemos cerca de 22 millones de personas ocupadas, siete millones contribuyen a pensión y salud, y menos de dos millones se jubilan. Sencillamente, estamos hablando de una informalidad pensional del 90 % en el largo plazo, en un país que pasará de tener hoy cinco millones de personas mayores de 65 años, a más de 15 millones en el 2040. Cerca del 70 % de quienes laboran en zonas rurales ganan menos de un salario mínimo, y más del 70 % está en el régimen subsidiado de salud, siendo el campo el lugar de residencia de cerca del 25 % de la población y el responsable de más del 15 % del empleo”.

Uno pensaría que, ante tan grave y desolador panorama, la meta principal del Gobierno debería ser disminuir paulatinamente y acabar eventualmente con el monstruo de la informalidad, sustrayendo todo lo que pueda alimentarlo. Pero aunque cueste trabajo creerlo, el Gobierno hace exactamente lo contrario: por medio de impuestos, tributos, gravámenes, cargas, peajes, cánones, regulaciones, normas y reglas, desestimula la formalidad y alimenta la informalidad.

Veamos el tema de impuestos, en donde el primer mandatario, en un debate con su contendor en el 2010, Antanas Mockus, le hizo la firme promesa al electorado, compromiso que aseguró se podría grabar en mármol, de que no iba a subir los impuestos. Siete años y tres reformas tributarias después, los únicos que aplauden las cascadas tributarias son los informales, que han visto sus márgenes aumentar en un 3 %. El IVA nunca pegó —ni va a pegar— en el sector informal. Pretender que la informalidad se va a mermar cuando las tasas efectivas de tributación en Colombia superan el 60 % no pasa de ser el sueño de una noche de verano.

En el tema laboral, la situación no es mucho más alentadora. El afán regulador del Gobierno, persiguiendo cada día más a las pocas empresas que cumplen sus obligaciones laborales, lo único que logra es darle mayor oxígeno al sector informal, que ve con mucha satisfacción que cada día ingresan más colombianos al abultado ejército de desempleados. El fenómeno del desempleo, que ya está en dos dígitos y que en cinco ciudades está por encima del 14 %, es un reflejo de que la economía formal ha dejado de generar nuevos puestos de trabajo.

La burocracia ha puesto su grano de arena en alimentar el monstruo de la informalidad. Cada día, el sector formal se ve agobiado por nuevas y complejas normas que incentivan la informalidad. Se han formado verdaderos ejércitos de burócratas cuyo único objetivo es estar al acecho de cualquier empresa que no haya cumplido los centenares de normas que al sector privado le han impuesto.

Finalmente está el prurito estúpido de copiar la legislación extranjera para poder formar parte del club zutano o del bloque económico perencejo.

Podemos tener la absoluta certeza que el pertenecer a esas entidades, fuera de alimentar la informalidad, no ha creado un solo empleo formal.

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