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Alternativas para enfrentar la hambruna pospandemia: ¿una segunda revolución verde?

Columna del lector: Jennifer Lorena Avendaño Zambrano
24 de agosto de 2020 - 05:01 a. m.

Con frecuencia vemos cómo se pronuncia la FAO frente a la necesidad de considerar las nuevas condiciones a las que se enfrentará la humanidad, debido al aumento en los índices de pobreza y hambre. Además, profesionales y académicos han sugerido la necesidad de intensificar la producción agrícola para lograr responder a la demanda, que se incrementará en los próximos años.

El afán y la preocupación por mantener y sobre todo por acelerar la producción y aumentar la cantidad de alimentos cultivados podría poner en riesgo las prácticas “amigables” con el medio ambiente, en las que se ha venido trabajando desde que se reconoció el impacto generado en los recursos naturales como consecuencia de la revolución verde en los años 70.

Sin lugar a duda, los espacios de discusión sobre la necesidad de atender la seguridad alimentaria, desde el concepto de soberanía alimentaria, han quedado relegados, una vez que la primera busca garantizar la disponibilidad de alimentos en cantidad suficiente, sin considerar aspectos socioambientales y culturales, y la segunda defiende la autonomía, la dignidad campesina, el comercio justo y los procesos de producción más limpia, además de buscar que los alimentos sean culturalmente adecuados.

Si bien es cierto que el sistema de monocultivo garantiza una mayor producción de alimentos en menos tiempo, este modelo, por su necesidad de optimizar procesos con el uso de sustancias químicas, causa grandes impactos negativos en el medio ambiente. Por otro lado, el policultivo está ligado a los procesos basados en la dinámica ecosistémica natural, con rendimientos más reducidos, pero con un evidente menor impacto en los recursos naturales. Algunos que se pueden mencionar son: agroecología, agricultura orgánica y permacultura, entre otros.

Implementar sistemas de producción en masa, de un único cultivo, empobrece los suelos y causa infertilidad. Además, obliga a los agricultores a incrementar el uso de agrotóxicos, que deben ser utilizados para evitar o enfrentar las plagas y disminuir el riesgo de pérdida económica.

En caso de que, directamente o indirectamente, se siga impulsando el monocultivo, como mejor método para solventar la hambruna, los campesinos que practican agricultura a pequeña escala serán menos favorecidos, pues probablemente las inversiones en el campo serán priorizadas para aquellos que pueden cultivar mayor área en menor tiempo y con mejor producción; en pocas palabras, los opulentos empresarios del campo.

Entonces, es importante generar una alerta frente a la forma en la que será asumida la situación de disponibilidad de alimentos y las soluciones que se están formulando frente a una posible crisis alimentaria. Estamos frente al dilema de alimentar más o alimentar mejor: un discurso y una problemática que se han venido enfrentando por décadas. Debe revisarse el retroceso que se causaría en términos de lo conseguido con las buenas prácticas agrícolas y ganaderas, respecto a la recuperación de suelos, uso eficiente del agua y reducción de las emisiones de CO2, que también tienen repercusiones en el calentamiento global y el consecuente cambio climático.

Diversas son las alternativas implementadas para la venta de alimentos cultivados en el campo colombiano, con el objetivo de atender el desabastecimiento y dinamizar la economía campesina. Pero, ¿quién se preocupa por lo que hay detrás de la producción de ese alimento?

Alimentar a la población mundial y disminuir el índice de hambre para cumplir con el segundo ODS sí es y sí debe ser una prioridad; pero no se debe olvidar que este también promueve la producción sostenible de los alimentos. De lo contrario, ¿a qué precio pagaremos la improvisación fundamentada en el afán?

*Ingeniera ambiental, magíster en Desarrollo y Medio Ambiente.

Por Jennifer Lorena Avendaño Zambrano

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